1895 palabras
A las 4 PM del lunes 17 de octubre de 2011, Rafael Gamboa Moguel se encontraba a la entrada de las oficinas del Registro Agrario Nacional (RAN). Acudió al lugar porque allí labora un amigo a quien le había dado prestados unos radios y fue a pedirle que se los devolviera. Se los había dado prestados —al amigo— para usar en la logística de un evento ciudadano realizado varios meses antes. El amigo no se encontraba.
Por alguna razón fortuita, la persona encargada de la seguridad de esas oficinas —un elemento uniformado al servicio de una empresa privada— decidió enfrentar al Sr. Gamboa como si este estuviera intentando realizar alguna acción indebida. Incluso un directivo de la institución salió a defender a Gamboa Moguel. Este evitó, en todo momento, cualquier forma de agresión de su parte y se retiró.
Ya, en la calle, caminando —habiendo dejado atrás la infructuosa visita al RAN para recobrar sus radios— comenzó a seguirlo en forma paralela un "gallinero" de la SSP.
—Les vamos a tener que llevar, a los dos, por riña —oyó que le dijo un uniformado en tanto detenía el vehículo oficial y descendía del mismo en dirección del Sr. Gamboa.
El guardia de seguridad privada se había acercado.
—Súbanse, los dos. Ya estamos aquí, así que debemos llevárnoslos —espetó una vez más el uniformado de la SSP.
—Un momento, ¿por qué tienen que llevarnos? ¿De qué se trata esto? —preguntaba Gamboa.—Ya vinimos; ahora los tenemos que llevar. Súbete y evítanos más problemas.
Fueron "levantados" ambos: el guardia de seguridad y Gamboa. Se les condujo al edificio del Ministerio Público —periférico. Tres horas más tarde fue dejado libre el guardia de seguridad. Pero Gamboa no. En esos momentos aún no se imaginaba lo que le sucedería.
Gamboa fue conducido a un pasillo rodeado por celdas por ambos lados. Se le introdujo en una de ellas. Se le encerró.
—Noté que la celda de enfrente estaba ocupada; pero no por mucho tiempo. La abrieron y les ordenaron a los que allí se encontraban detenidos que se "mudaran" de celda —narra Gamboa.
Postura en la que, esposado, Gamboa debería resistir golpes y "descansar" cuando sus verdugos debían tomar un "refrigerio".
—Me preguntaba por qué lo harían. Pero no me faltaba mucho tiempo para saberlo.
—Lo que me hicieron durante estos días (desde el 17 hasta el 20) me hizo sentir, varias veces, que de esta no iba a salir con vida.
El estado en que quedan las rodillas por el tiempo en que estas sirven de sostén del peso cuando se tiene que soportar una golpiza de 15 verdugos que se turnan.
—Me esposaron las manos por detrás. Me ordenaron mantener mi peso sobre las rodillas, con la cabeza en el suelo y la espalda encorvada.
—Y lo que me iban haciendo durante todo el tiempo fue doloroso, humillante, desesperante.
—Me pateaban por todos lados. Estando doblado, se paraban encima de mi espalda y zapateaban para golpearme.
—Me ordenaban ponerme de pie. Entonces, uno de ellos colocaba una bolsa negra de plástico sobre mi cabeza. Con la bolsa en la cabeza, me golpeaban en la cara, en la cabeza, en el estómago. Era desesperante sentir los golpes, necesitar aire y no poder respirar.
—"Ustedes no pueden salirse con la suya. Esto no puede estar sucediendo. Derechos humanos sabrá de esto." —se los decía ya en forma desesperada. Pero ellos tenían algo sorprendente para contestarme.
—"Derechos humanos nos vale puta madre. Esos hijos de puta viven de nosotros. ¿Sabes por qué existe 'Derechos humanos', pendejo? ¡Gracias a nosotros! ¡El sueldo de esa gente existe gracias a nosotros!" —me decían sin titubear.
—Eran contestaciones automáticas, constantes. Era como si ellos ya supieran exactamente lo que estaban haciendo y qué es lo que se platica en sus ambientes acerca de la institución que creemos nosotros puede servir para algo.
—Cuando ya no soportaba más el dolor y los golpes, quedaba temblando. No podía más. Entonces me dejaban allí, tirado. Lograba dormir por un rato, encorvado.
—De pronto me despertaban súbitamente echándome un cubetazo de agua helada. Se había acabado mi "descanso" de los golpes. Era hora de continuar.
Los golpes en cara y cabeza con bolsa de plástica negra cubriéndolo podrían haberse salido "control"
—Algunos de mis verdugos no se atrevían a mostrar sus caras. Podrían haber sido jefes o políticos enmascarados. Otros sí se dejaban el rostro al descubierto y podría yo reconocerlos si los presentaran para hacer justicia con ellos. En total, los que me agredieron deben haber sido unos 15. El asunto es que se turnaban para darme de golpes.
—En dos ocasiones me llevaron para que el médico que allí se encontraba me auscultara.
—"¿Tienes golpes?" —me preguntaba el galeno.
—Le respondía que era obvio que sí los tenía.
—"¿Aquí se te hicieron esos golpes?" —me preguntaba el doctorcito. Era obvio que no le iba a decir que sí. Allí estaban, rodeándome, los verdugos.
—Claro que el médico sabía exactamente lo que estaba sucediendo en mi celda. El movimiento de entrada y salida era constante y evidente. Mi estado de deterioro era evidente. No eran necesarias las décadas que se llevan en los "estudios" los médicos para saber que me estaban dando palizas constantes.
—Recuerdo que mientras me golpeaban me decían cosas como: "Estamos aquí para calmarte." "¡Cálmate!" "Te tenemos en la mira." "Te vamos a dar más duro." "Nos vale madres lo que te pase." "Ojalá que te mueras." "La ley nos vale madres." "De aquí no sales vivo." "Derechos humanos nos hace los mandados". "Te vamos a matar."
—En un momento dado los ocupantes de las otras celdas se dirigieron a mí y me preguntaron: "¿Qué les hiciste? ¿Por qué te odian tanto?" Ahora ya sabía por qué los habían movido de la celda que se encontraba frente a la mía.
—Me hicieron prueba de alcoholímetro; resultados: totalmente negativos. Me la hacían repetir una y otra vez. Me hicieron pruebas de anti doping; todo negativo.
—Circulaban por el lugar 3 pasantes de medicina, mujeres. A una de ellas, quien había sido testigo de pasada de los golpes que me estaban dando, le hice ver que ella sería mi testigo. Excuso decirles que la mujercita arrancó a correr, retirándose bruscamente el gafete para que no pudiera ver su nombre. Estos elementos médicos no creo que pongan muy en alto la calidad de la profesión médica en nuestro medio.
—Sí, por si alguien lo quiere saber, ya puse una "denuncia" ante el Ministerio Público. Es la número 1563/2011, agencia octava. Denuncié los hechos y pido protección en contra de los actos de la gobernadora, el procurador y demás. Además del pedazo de vida que me robaron, se quedaron con mi celular. ¿Cómo me puedo proteger yo y mis familiares?
—Mi abogado obtuvo un amparo. La instrucción del amparo era que se me dejara en libertad en un plazo máximo de 48 horas a partir de mi detención. Esto no tuvo ningún valor para mis verdugos y raptores. Al salir modificaron mi hora de entrada para aparentar que no habían estado en desacato con el amparo. Pero en realidad, desobedecieron la orden del juez.
—Esto me lo hacen porque he sido un opositor del régimen actual. Me lo hicieron en mayo pasado. Pero no creí que llegaran a este grado. Sepa la sociedad, los políticos de la oposición, el nivel de salvajismo al cual puede llegar la gente que este régimen ha colocado en puestos de "seguridad".
—Y espero que quien tenga que saberlo se dé cuenta de que a partir de este momento, cualquier cosa que le suceda a gente de mi familia, madre, hermanos, hermanas, amigos, conocidos, será responsabilidad de ellos, de la gobernadora, del secretario de seguridad, del procurador, del ministerio público. Ellos son los responsables de cualquier cosa que me suceda a mí o a mis familiares y amigos o conocidos.
—Estas cosas de verdad que no se pueden quedar así. Quizás la próxima vez que tengan la oportunidad de ensañarse conmigo, no lo van a hacer dejándome vivo; quizás ya no lo podré contar. Por lo tanto, si llego a desaparecer, la sociedad sabrá por dónde encontrar a los culpables. A7 Especial