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Una de las mayores defensoras mundiales del control demográfico y del aborto acaba de partir hacia su recompensa eterna, una semana después de que los líderes mundiales rechazaran el concepto de derechos reproductivos, que ella procuró por casi tres décadas. Esta semana le contamos por qué el éxito feminista en cambiar el nombre del control demográfico por el de derecho de la mujer, está demostrando ser su ruina.
La militante feminista Joan Dunlop falleció la semana pasada a la edad de 78 años, precisamente una semana después de que su legado de reformulación de los esfuerzos internacionales por el control demográfico presentándolos como derechos reproductivos comenzó a deshacerse.
Dunlop era protegida de John D. Rockefeller III, quien encabezó la ofensiva para lograr el control demográfico internacional. La visión de este último y su vasta fortuna determinaron la agenda para las instituciones que estaban fijas en la punta de la lanza de las guerras mundiales por el aborto, como ser la Federación Internacional de Planificación de la Familia, el Population Council, la Fundación Rockefeller y el Fondo de Población de la ONU.
La iniciativa de Dunlop revivió el vapuleado movimiento por el control demográfico después de que sus estrategias coercitivas se conocieron ampliamente en las décadas del 70 y del 80. Por tanto, ella contribuyó en la configuración de los debates internacionales sobre el aborto durante casi tres décadas.
Pero precisamente cuando exhalaba su último aliento, los líderes mundiales reprimían los intentos de incluir los derechos reproductivos en un importante documento de la ONU. Este se negoció hace dos semanas en la cumbre de la ONU sobre desarrollo sostenible, en Río de Janeiro.
Veinte años después de defender desvergonzadamente el control demográfico en la primera cumbre de Río, los delegados decidieron que la narrativa de los derechos de la mujer, que alguna vez fue conveniente, ya no era necesaria.
El término surgió en 1994, durante la conferencia de la ONU sobre población y desarrollo en El Cairo, reunión de alto nivel sumamente polémica en la que los proabortistas y algunos gobiernos intentaron sin éxito obtener el reconocimiento del aborto como un derecho humano internacional. Desde entonces, el término derechos reproductivos y otros como el de salud reproductiva perduraron porque les servía a los delegados de ambos lados del debate sobre el aborto. El documento oficial de El Cairo permite a los gobiernos interpretarlo de modo que incluya o excluya el aborto, en función de la legislación y de la política interna.
Pero, a fin de cuentas, la estratagema de Dunlop demuestra ser su propia ruina.
En los últimos años, figuras destacadas como la Secretaria de Estado de los Estados Unidos insistieron públicamente que la salud y los derechos reproductivos incluyen el aborto. Esto desequilibró la balanza y confirió credulidad a los delegados provida presentes en Río, quienes exigieron su rechazo.
El término también se tornó innecesario ya que los vínculos entre los defensores del control demográfico y los ambientalistas nuevamente quedaron al descubierto. El discurso promujer fue menos útil y vino con demasiado equipaje, es decir, cargado de la polémica del aborto.
Tomando la palabra de las feministas de que los derechos reproductivos no eran una cuestión de control demográfico, sino más bien de empoderamiento de la mujer, los delegados declararon desde la asamblea de negociación que eso tenía poco que ver con la economía verde, que constituía su prioridad en la cumbre de Río.
Las feministas acometieron estos comentarios como un revés para los derechos de la mujer. Al intentar justificar su inclusión durante la semana pasada, varios reforzaron sus vínculos con el control demográfico. En un artículo para el Huffington Post, la ecologista Diane MacEachern dijo: desacelerar el crecimiento de la población brindando a las mujeres acceso a la anticoncepción que ellas ya quieren podría reducir las emisiones de gas de efecto invernadero en un 8 y un 15 por ciento.
La utilidad futura de los derechos reproductivos, término y concepto que impregnan la literatura de la ONU sobre el desarrollo y los derechos, ahora parece turbia.
A medida que se desvanece el legado de Dunlop, la multimillonaria Melinda Gates pasa a primer plano con su nueva campaña mundial de planificación familiar. La semana próxima en Londres, Gates, como Dunlop, intentará convencer a los gobiernos de que su iniciativa no está vinculada con el control demográfico ni con el aborto. Como Dunlop, Gates asegura que se trata puramente de los derechos y de la salud de las mujeres. Y como lo demuestra la carrera de Dunlop en el mismo ámbito, la ambigüedad que puede recoger el éxito de Gates también puede originar su fracaso.