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El día 1 de julio de 2012, muchos mexicanos acudieron a las urnas armados con su credencial de elector. Se sentían poderosos. Ese día ellos iban a ordenar, colectivamente, quién debería ser el próximo presidente de la república. Llevaban en el cerebro la idea de que ese era “su día”, el día del “ciudadano de a pie”, es decir, no el día del político o de los partidos, sino el día del ciudadano.
También llevaban en el cerebro dudas, muchas dudas, una gran cantidad de dudas. Pero —se decían— “en fin que solo es un voto… en caso de que me equivoque”.
Porque, desde luego, lo que los mexicanos deciden “en masa”, no es garantía de que sea lo que más les conviene a todos ellos como nación. ¡No, nada qué ver! Desde luego que no existe ninguna garantía de eso. Los mexicanos pudieron haberse equivocado en la “decisión” que resultó de contabilizar los votos.
Si 7.2% de los votos que se le dieron a Peña Nieto fueron “con tal de que no gane el Peje” y 6.1% de los votos que se le dieron a AMLO fueron “con tal de que no gane el PRI”, ¿qué tenemos? ¡Una catástrofe nacional! Una verdadera “masacre electoral”. Con el arma del voto, le propinamos a nuestro país una paliza de dimensiones inimiganables.
Durante semanas los mexicanos fueron expuestos a una mayoría de encuestas que en forma equivocada dieron los resultados. Al hacer sus cálculos internos, decidieron, también internamente, “interpretar” el sentido de los llamados “indecisos”, los que piensan más tiempo qué harán con su voto. Esa “decisión interna” afectó la visión de los mexicanos de lo que sucedería.
Si bajamos ese 7.2% y ese 6.1% a quien sí habrían querido que fuera presidente —por la que no votaron para que no ganara el que no querían— entonces, el tercer lugar habría sido el primero con, por lo menos, 39% de los votos totales. Eso es lo que estaba “guardado” entre los indecisos. Y era lo que, a la luz de todos los observadores internacionales “debería suceder”.
El gran poder que en conjunto tienen los mexicanos con su voto, se diluye cuando el cerebro del votante no contiene la información fundamental, verdadera, acerca de la situación del país, su significado comparativo y lo que le conviene para continuar progresando. El cerebro del votante mexicano aún no ha logrado captar que si vota de tal forma que no le entrega mayoría legislativa al presidente, el tiempo se perderá irremediablemente. El presidente solo puede ejecutar las leyes que están aprobadas.
La historia nos mostrará, progresivamente —es mi opinión, y de verdad que espero estar totalmente equivocados— que el 1 de julio de 2012, los mexicanos cometieron, en conjunto, un grave error nacional. También nos mostrará la historia que la gravedad de ese error se debió, en la mayor parte, debido a la falta total de responsabilidad que tuvieron los medios masivos de comunicación para mostrar lo que se hizo bien, cuando se hizo bien, mostrar lo que se hizo mal en su justa dimensión, y permitir que quienes estuviesen siendo juzgados, pudiesen hablar con claridad y sobre todo, con frecuencia.
La cuestión es: ¿ya habrán aprendido los medios? Es triste que en México, cuando se simulaba, todos los medios se doblegaban y contaban mentiras; entonces, cuando se gobernó —no se simuló— todos los medios creyeron que hablar mal era tener “valor”. Esa estúpida actitud nos ha hecho un hueco histórico del cual vamos a tardar mucho en recuperarnos. Repito: espero estar equivocado.