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Quiero ver qué ocurre cuando Sergio Cuevas o Mauricio Sahuí lleguen a La Recova -restaurante al que acuden con harta frecuencia- y un comensal les agite un pañuelo blanco o les muestre una tarjeta roja, señal que ellos y más de alguno de los clientes sabrán interpretar. Me gustará saber si el Vitucho Sánchez volvería a ocupar la mesa que tiene reservada en Trotter's si enfrentara una situación similar. O cuál sería la reacción de la esposa de Gaspar Quintal, al ser interpelada por alguna clienta de supermercado al bajar de la lujosísima camioneta BUICK que le sirve; me gustaría ver la cara del chofer y de los guaruras que, indebidamente, la acompañan.
En la incipiente y retorcida democracia que practicamos en México, uno de los factores que más dañan es la falta de RENDICIÓN de CUENTAS. Ni los partidos ni los funcionarios o los representantes populares están acostumbrados a rendir cuentas de su desempeño a la ciudadanía y a quienes votaron por ellos. Por eso se distancian de la sociedad y de los electores tan pronto llegan al cargo. Por eso faltan a sus promesas de campaña o, todavía peor, respaldan decisiones CONTRARIAS a lo que ofrecieron cuando buscaban el voto.
En la democracia mexicana los políticos apuestan a la pobre memoria. Saben de antemano que cualquier acusación en su contra, que cualquier escándalo por su mal desempeño durará lo que dura una noticia en los medios. El tiempo o el silencio son medicina efectiva para sortear cualquier irresponsabilidad, para evadir toda reprobación ciudadana, no importa el tema o la gravedad ("yo respeto la opinión de todos..."; "no voy a caer en dimes y diretes...").
Pero tampoco los ciudadanos estamos acostumbrados a exigir cuentas a nuestros representantes y a nuestros gobernantes. Sabedores de la frágil memoria popular, no hacemos ejercicios colectivos para reforzarla, para crecerla y utilizarla cuando nos resulte conveniente.
La ciudadanía se dice defraudada por los malos representantes populares pero nada hace para sancionarlos. De antemano descartamos recurrir a las vías institucionales, convencidos de que "perro no come perro", que los fiscalizadores no morderán la mano de quien los nombró o de quienes los corrompen y los sostienen. Nos hallamos cautivos de los malos políticos; tememos al político poderoso al gobernante abusivo o, todavía peor, buscamos sus favores, convertimos en cómplices, nos sumamos a los aduladores palaciegos (vgr. los empresarios que "aplauden" el alza de impuestos y la reiterada negación de la gobernadora a rendir cuentas).
Si en lo personal nos damos cuenta de los abusos, de las omisiones, de las violaciones a la ley, si además de darnos cuenta lo denunciamos, levantamos la voz para hacer saber nuestra indignación, hasta allí llegamos. Nos sentimos satisfechos con señalar las faltas, aunque la denuncia o la protesta no tenga mayor trascendencia.
¿Por qué no buscar que nuestros reclamos, que nuestra indignación sirva para algo más que para expresar descontento?¿Por qué no pensar en acciones individuales que, sumadas, puedan lograr resultados fehacientes?¿Por qué no pasar de las palabras a los hechos, al menos entre aquellas personas que son conscientes de los abusos y que no quieren seguir callados, ignorados, pisoteados? ¿Cómo hacerlo?
El valiente vive hasta que el cobarde quiere, dice un dicho. Si nos ocupamos de "ponerle marcaje personal" a los malos funcionarios públicos, a los representantes populares que faltan a su compromiso ciudadano; si todos hacemos una partecita para publicitar en dónde y cómo viven, en qué escuelas estudian los hijos, a qué restaurantes asisten, qué vehículos utilizan -ellos y sus familias-; si cada vez que nos topemos a los malos funcionarios, a los políticos irresponsables y corruptos, les echamos en cara que no nos están cumpliendo, si encuentran rechazo de la ciudadanía, en donde quiera que vayan, terminarán por protegerse, por esconderse, empezarán a sentir, de manera directa, la sanción social por su mal desempeño, que es una forma de rendir cuentas, de hacerlos que rindan cuentas.
No es necesario agredirlos, utilizar palabras altisonantes, escenificar situaciones escandalosas, no, podemos utilizar símbolos, como pudieran ser banderas blancas en las casas del vecindarios (¿se imaginan a Itzimná con banderas contra los políticos corruptos?) o mostrarles a su paso una tarjeta roja, como lo hacen los arbitros en el futbol.
Quiero ver qué ocurre cuando Sergio Cuevas o Mauricio Sahuí lleguen a La Recova -restaurante al que acuden con harta frecuencia- y un comensal les agite un pañuelo blanco o les muestre una tarjeta roja, señal que ellos y más de alguno de los clientes sabrán interpretar. Me gustará saber si el Vitucho Sánchez volvería a ocupar la mesa que tiene reservada en Trotter's si enfrentara una situación similar. O cuál sería la reacción de la esposa de Gaspar Quintal, al ser interpelada por alguna clienta de supermercado al bajar de la lujosísima camioneta BUICK que le sirve; me gustaría ver la cara del chofer y de los guaruras que la acompañan.
Cómo me gustaría comprobar que la ciudadanía es consciente de los abusos de los malos funcionarios y se decide a hacer valer la fuerza de su voz por aquellos actos que sean contrarios a la ética republicana, insulto ante la difícil situación económica que enfrentan la ciudad, el estado y, desde luego, la inmensa mayoría de los yucatecos.
Con la ilusión de que esto suceda, empiezo por acompañar este análisis con la relación de diputados que votaron por aumentar impuestos y encarecer derechos y refrendos, de manera contraria a lo que ofrecieron a los ciudadanos durante la campaña electoral. Me ofrezco a divulgar por los medios a mi alcance todos los datos, la información que sobre ellos y sus familias me hagan llegar los yuca-lectores conscientes, al través del internet, un instrumento al servicio de la ciudadanía que tenemos que aprovechar de manera libre, intensa y efectiva. Vale.