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A unos pasos de Plaza Fiesta, en la calle 5 número 114, entre 4 y 6 de la colonia Felipe Carrillo Puerto, vive un joven meridano con un proyecto poco común entre los muchachos de su generación: una granjita con 18 chivas lecheras, que afirma son su jubilación.
Le faltan cinco semestres para graduarse en la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Autónoma de Yucatán. Tiene buenas calificaciones, pero José Alberto Caballero Cruz sabe que será difícil encontrar un empleo bien remunerado cuando egrese de esa licenciatura. Peor, pregona la siguiente certeza: Pertenezco a una generación que no tendrá el derecho a una pensión o jubilación.
Donde vayas a trabajar, lo más que puedes obtener son contratos de cuatro años. Por más que luches, por más títulos profesionales que cargues, sólo hay empleos temporales. La jubilación y la pensión son prestaciones que la mayoría de los jóvenes de mi generación nunca conocerán, sostiene.
Por eso, José Alberto fomenta desde ahora la cría de chivas. Está seguro que esa ganadería le compensará la falta de una pensión en el futuro.
Su pasión por las cabras es fruto de la herencia de sus abuelos, de los primeros colonos de esta zona meridana, totalmente urbanizada. En aquellos tiempos, su antepasado salía en las mañanas con sus chivos a recorrer las calles aledañas. Al escuchar los cencerros, los vecinos sabían que era la hora de comprar leche fresca, nutritiva.
El tiempo no detuvo su marcha. Plazas comerciales se levantaron; nuevos comercios y colegios florecieron por el rumbo. La pavimentación sepultó los antiguos caminos de terracería. Los nuevos vecinos, más urbanos, se comieron a la familia Caballero. Ahora, sin salir, los interesados van a ese sitio a comprar la leche de cabra, quesos y otros derivados.
Por el momento sólo tenemos 18 cabras en el corral porque no contamos con espacio para crecer. Sólo las ordeñamos una vez al día, en las mañanas y obtenemos dos o tres litros por chiva. Vendemos en $25 el litro de leche. Así obtenemos un dinero extra para los gastos de la familia, relata José Alberto.
También de manera artesanal, la familia elabora queso de cabra. El kilo se vende entre $180 y $200, pues por ahora atienden exclusivamente la demanda de los vecinos. No ha pensado incursionar en los mercados de la alta cocina, donde ese derivado lácteo alcanza mayor precio.
A principios de mes, José Alberto se enteró a través de la página de Facebook de la Fundación Produce Yucatán y que esta asociación civil impulsa la caprinocultura como una alternativa de combate a la desnutrición infantil y como una fuente de ingreso en las zonas de mayor marginación.
No lo pensó, dos veces. Subió al Chevy familiar y visitó la Fundación. Voluntariamente se acercó para dar fe de su experiencia con las cabras y demostrar que sí es viable un proyecto de traspatio con las chivas.
La alimentación de las cabras no representa ningún gasto adicional a la familia. En los montes situados a la vera de la carretera a Motul o del Anillo Periférico corto el zacate, huaxim y ramón que comen mis chivitos, indica.
Tocó las puertas de Produce porque quiere dar un paso más a su proyecto personal: mejorar la calidad genética de su hato, a fin de tener chivas que produzcan mayor cantidad de leche y algo de carne.
Al escuchar su historia, Pedro Cabrera Quijano, presidente de la Fundación Produce Yucatán, lo felicitó por ser un joven emprendedor, con una visión y con un objetivo trazado. Y le ofreció un semental de la raza Sanem para mejorar el hato familiar.
Poco a poco, de manera callada, un grupo de empresarios y de asociaciones civiles se están sumando en el diseño de un proyecto con gran impacto social, un proyecto que debe arrancar en los próximos meses, adelantó Cabrera Quijano.
¡Qué bueno! Ese proyecto cuenta conmigo porque en esta ganadería de bajo costo, la de los caprinos, está la solución a muchos problemas de alimentación y de producción. El futuro está en el campo, finalizó el estudiante de contaduría.