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No entiendo ese gusto de los gringos por los remakes de películas extranjeras. El motivo, generalmente, es la pereza de leer subtítulos. ¡Increíble! Un remake es, por principio de cuentas, una mercancía dudosa, carente de propuesta y con expectativas casi nulas. Son muy extraños los casos donde un refrito logra superar a su original, y
más aún si se intenta copiar una buena película.
¿Se puede hacer un buen remake? Es probable, siempre y cuando la obra que se emula sea perfectible y permita la creación de otra con mayores alcances, y no hablo sólo de pulir la historia, sino redimensionarse el argumento hacia nuevas lecturas de análisis. No creo en los remakes, pero sí en las nuevas versiones. Un ejemplo de
ello es "Infidelidad" (2002), que aunque copia la historia de "La mujer infiel" (1969) —emblemático thriller francés de Claude Chabrol—, lo hace con un tono y tratamiento diferente al que en los años 60 le diera el maestro de la Nueva Ola.
A diferencia de las nuevas versiones, el remake lleva todas las de perder. Es muy difícil que una calca supere a la fuente. Muy extraño es el caso de "El aro" (2002), copia del filme japonés "Ringu" (1998), donde un fantasma de larga cabellera asesina a través de un video. La versión estadounidense desarrolla con mayor eficacia atmósferas oníricas —a través de la fotografía y los efectos digitales—, dando un matiz distinto a la espectral historia. Aunque la esencia es la misma, la puesta en escena apunta a un surrealismo más perturbador.
Hablando de remakes, el tema de esta semana es "Déjame entrar", refrito de una película sueca que aborda el vampirismo. Producida por J.J. Abrams —un tipo poco cuidadoso en sus guiones—, más que un remake es una nueva versión. "Déjame entrar" es la versión norteamericana de la cinta homónima que en 2008 dirigiera el sueco
Tomas Alfredson.
Owen es un pequeño que sufre abusos en la escuela por parte de unos bravucones. Abby es una niña recién llegada al vecindario, con ella aparecen una serie de misteriosos asesinatos. Abby, quien resulta ser un vampiro, entabla amistad con Owen.
Matt Reeves, director de la fallida "Cloverfield", es el responsable de rehacer la historia de Owen y Abby, en medio de una sociedad decadente. Ambientada en Nuevo México, en los años 80 —durante el gobierno de Reagan—, tiene un tono más oscuro y terrorífico
que la primera. Sin embargo, se diluye un poco del contenido crítico en comparación con la versión sueca.
Reeves no intenta imitar a la original, más bien redirige el guión hacia la acción y el terror. Mientras la original desarrolla una historia de mayor complejidad, esta se enfoca más a hacer fluir el relato. En ambas, el ambiente social es tan sórdido que la vampira resulta ser la presencia menos amenazante; sin embargo, mientras la primera sugería ciertas interrogantes para hacer sentir que todos los personajes escondían ciertas dosis de maldad, aquí Abby se presenta como una entidad perversa y manipuladora.
Lo único decepcionante de esta nueva versión, es que entra en explicaciones innecesarias. Tal parece que se menosprecia la inteligencia del espectador. Insoportable la escena de las fotografías, donde Owen descubre un oscuro secreto de Abby; y peor aún la llamada telefónica donde el protagonista le pregunta a su padre si
cree en la maldad.
Con mayor presupuesto, Reeves hace uso de sobrados efectos especiales; como en la escena donde la niña chupasangre ataca a un hombre debajo de un puente. El recurso digital es tan evidente, que la vampirita saltando al cuello me recordó a Yoda dando brincos con su espada laser en las últimas entregas de "Star Wars".
Por otra parte, la cinta tiene acertadas decisiones formales. La fotografía contribuye a darle un tono macabro a la historia. Y unos encuadres asombrosos, especialmente la escena del choque donde todo se registra desde el asiento trasero del automóvil.
Lo mejor: es una nueva versión más enfocada a la acción y el horror.
Lo peor: explica demasiado, prefiero las interrogantes de la versión sueca.