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Tratando de ser ecuánime, calmado: las muertes —esos 36000— no cayeron bajo las balas del Ejército o la Armada. ¡No nos hagamos bolas! Cayeron muertos por las balas o los cuchillos o machetes de un bando de criminales contra otro bando.
Cuando El Ejército o La Armada llegan, los bandos huyen como cucarachas. Algunas veces se quedan, porque están acorralados. Se les dice que se rindan. Obvio: no lo hacen. Los "malos" continúan echando balas. Y digo "los malos" porque, de no serlo, sacarían sus pañuelos blancos y pedirían que se les lean sus derechos y que se les lleve presos.
Pero no es eso lo que sucede la generalidad de las veces. Se enfrentan al Ejército y a la Armada. Lo hacen porque ya no tienen nada qué perder, a no ser la vida. Y, al parecer, ese elemento, la vida, no es de gran valor para ellos. Entonces se entregan, pero muriendo.
El número de muertos o heridos que se ha producido cuando las fuerzas armadas nacionales, las "legales", están presentes, es muy bajo y representa menos de 5% de ese total de 36,000 muertos.
¿Qué fuerzas armadas? Me refiero a las que están allí para defendernos a nosotros, los ciudadanos "buenos", los que pagamos impuestos y parte de los cuales se usan para mantener esos cuerpos armados.
Las fuerzas políticas de la oposición —todos los partidos que son oposición al partido político del presidente Calderón— tienen que denostar la actuación del presidente y afirmar que no es la correcta. Esto lo tienen que hacer porque, de lo contrario, dejan que Calderón se "salga con la suya": demostrar que alguien sí podía hacer algo diferente combatiendo la ilegalidad en el país.
La retórica del lenguaje político en México es increíblemente rebuscada. En España se quedan chicos; lo mismo sucedería en Cuba. En México heredamos esa retórica que es algo así como un sonsonete de palabras que no se detiene ante nada. Son palabras que se repiten todos los días: "La Guerra de Calderón", "Los 36,000 muertos", "El Ejército viola los derechos humanos", "Que haya paz en México, que salga el Ejército de las calles", y similares.
¿Cuál sería la retórica si estuviéramos unidos en torno a un líder político y social como podría serlo Calderón? Probablemente muy diferente. Pero eso no es posible porque en México todo lo que se parezca a liderazgo queda "podrido" en un poco tiempo al convertirse en juego de los medios. Calderón, en todos sus mensajes, les habla a los mexicanos en forma directa. Los mexicanos voltean a ver hacia atrás cuando oyen que les hablan personalmente a cada uno de ellos. Ya no creen en figuras de líderes.
Durante los regímenes del PRI, los "líderes" eran hechos por la propaganda oficial y por la oficialista —todos los medios en conjunto, por obligación, estrictamente vigilados desde la Secretaría de Gobernación. Esto está grabado en la memoria subconsciente del mexicano medio. Este elemento subconsciente ejerce la influencia necesaria para cancelar cualquier posibilidad de liderazgo real de un Felipe Calderón. El recuerdo subconsciente del teatro del pasado cancela totalmente cualquier posibilidad de que hoy se acepte en forma consciente el liderazgo de un presidente.
Los grupos delictivos en el país mexicano han rebasado a los cuerpos policíacos de las entidades federativas, de los pueblos, villas y ciudades. Las armas que usan los delictivos solo pueden encontrar paralelo en las armas que usan El Ejército y La Armada. Por otra parte, el nivel de corrupción de los cuerpos armados en los estados y en los municipios es tal que, dada la urgencia del combate a la ilegalidad que correctamente detecta Calderón, era necesario tomar mano de lo que más o menos se encontrara libre del flagelo de la corrupción.
La decisión de Calderón es políticamente correcta, perfecta. La lógica del momento exigía que eso se hiciera. Ya no era posible seguir simulando que se estaba combatiendo la ilegalidad cuando, en realidad, se estaba haciendo nada al respecto, a no ser, simular y simular más.
Lo que es terrible como elemento de confusión es la actitud de este señor Sicilia. En una acción violenta, en la que no hay fuerzas armadas oficiales de ningún nivel involucradas, matan a un hijo suyo. El asesinato es violento, cruel, sangriento, inútil, arrogante, prepotente. Y el señor Sicilia toma el camino que él, inteligentemente, intuye que más fácilmente se convertiría en causa nacional: culpa "al gobierno", así, en forma abstracta, "gobierno".
Ahora está en una marcha desde Cuernavaca hasta el zócalo del Distrito Federal. ¿En torno a qué va la marcha? En torno a una petición abstracta de "paz", dirigida a los que hacen "guerra" y, de inmediato, en todas sus declaraciones, habla de la "guerra de Calderón". Por lo tanto, su protesta es para que las acciones violentas que incluyen fuerzas oficiales mexicanas —de esas que se mantienen con nuestros impuestos y que están allá para defendernos de los "malos" o personas que insisten en hacer las cosas violando leyes— se detengan.
En abstracto que se detenga la violencia quiere decir que las fuerzas armadas dejen de actuar. La lógica del señor Sicilia va en esta forma: Si las fuerzas oficiales dejan de actuar, habrá paz. Cuando dejen de actuar las fuerzas armadas del país, las fuerzas del mal se calmarán y los asesinatos como el de su hijo, dejarán de darse.
Si califico esa narrativa como imbécil, se me puede acusar de "descalificar" las acciones de la ciudadanía en defensa de su seguridad y en exigencia, al "gobierno" de que haga su labor correctamente y no con corrupción.
La retórica es muy compleja, pero al mismo tiempo, muy sencilla: Todo lo que hace el gobierno está siempre mal. Los criminales son peores hoy porque el gobierno los combate demasiado. El gobierno no debe combatir con tanta fuerza; su estrategia debe ser otra… ¿cuál? No es mi problema; que ustedes la busquen. El gobierno debe mantener las fuerzas contundentes al margen, en sus cuarteles. Pero no las usen contra los malos porque entonces los malos se vuelven peores, se matan entre sí y suena muy feo eso de que haya 36000 muertos en el país. Por lo tanto, simulen, no combatan a los que están en contra de la ley.
Las consecuencias de la aplicación de esa genial sugerencia será: paz en las calles. Ya todos podrán salir tranquilos. Ya nadie querrá secuestrar o extorsionar. ¿Por qué o para qué, si el gobierno ya tiene al Ejército y la Armada en sus cuarteles? ¿Qué? ¿No se dan cuenta de que los males son producto de haber intentado combatirlos sin simulación?
De pronto interviene el EZLN para apoyar a Sicilia. Chiapas jamás había progresado como lo ha hecho durante los últimos años. ¿Fue el EZLN el provocador de esa derrama económica en ese estado? ¡Excelente, funcionó! ¿Qué tiene eso que ver con el combate a la ilegalidad, a los grupos de criminales organizados que secuestran y matan a los que no quieren "trabajar" con ellos, como lo han hecho en Tamaulipas?
Los grupos de criminales deben estar felices con Sicilia. Este pide en forma "social", "colectiva", lo que los criminales deberían estar pidiendo —si pudieran— en forma de manifestaciones callejeras. Lo han intentado: han proveído de mantas de "protesta" a ciudadanos de pueblos o barrios para que "protesten espontáneamente" en contra del combate que no es de simulación, como el que Calderón decidió darles desde que tomó posesión.
Detrás de los grupos delictivos fuertemente armados para proteger sus actividades de producción, transporte y distribución de marihuana, cocaína, heroína, y similares, se encuentran verdaderos empresarios, gente capaz de integrar fuerzas humanas para producir con un cierto nivel de "calidad". Estos empresarios se ven obligados a formar verdaderos ejércitos armados para proteger territorios, productos, transportes y distribuidores. ¿Qué ha pasado? ¿Los ejércitos se les salieron de control?
Es de tal magnitud la demanda ilegal mexicana de armas de calibre grueso y de combate en forma, que la oferta, al responder, se vuelve "más eficiente". Así, individuos que alguna vez estuvieron bajo el mando de esos "empresarios" de las drogas, hoy "andan sueltos", pero fuertemente armados. La cantidad de armas que el gobierno federal ha decomisado en sus acciones es brutalmente grande. Estamos hablando ya de millones de armas decomisadas. ¿Cuántas hay más en circulación por cada una de las decomisadas?
Realmente, este asunto debe ser atacado frontalmente y sin tregua por el gobierno federal, los estatales y los municipales. De hecho, toda la sociedad mexicana debe estar unida en torno a ese esfuerzo de combate a la ilegalidad que ahora está fuertemente armada. ¿De dónde les llegan las armas? De los Estados Unidos. ¿Cómo es que pueden entrar a México? Por corrupción de funcionarios aduanales mexicanos o por astucia creciente de proveedores norteamericanos y distribuidores mexicanos.
Ese embrollo de la entrada de armas ilegales al país, ¿debe quedarse sin atención?
Yo pertenezco a un grupo de mexicanos, muy silencioso —excepto porque escribo cada vez que puedo— que le solicitamos en forma tajante al presidente Calderón que bajo ningún motivo o circunstancia baje la guardia y deje de hacer lo que es su deber: combatir la ilegalidad con todas las fuerzas que estén a su alcance.
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