Tras lo sucedido en Montejo, tras la primera sangre, cabe preguntarse donde estaban. Yo me pregunto donde estaban los diputados priistas para defender las causas del pueblo, para acompañarlo en su lucha, para hacerse eco de sus afanes.
Tras lo ocurrido, me pregunto donde estaba Mauricio Sahuí, donde estaba su locuacidad, su capacidad parlanchina para opinar de cualquier cosa como si fuera una voz autorizada y no una triste marioneta de su amo, que habla cuando éste lo juzga conveniente. Me pregunto porque no se solidariza ahora con el pueblo, cuyos intereses superiores afirma hipócritamente defender.
Me pregunto donde estaban los valientes diputados priistas, muy buenos para las bravuconadas cuando los porros golpeaban al pueblo, me pregunto donde estaba Fito Calderón para decir que se explica los ataques a ciudadanos indefensos, por el afán de figurado, de aparecer en la prensa vendida y por ansias de protagonismo. Me pregunto donde estaba Martha Góngora, la de las lágrimas fáciles, para hacer causa común con las mujeres indefensas que fueron objeto de toda clase de vejaciones de parte de los pelafustanes que mandó la ola roja. Me pregunto si no lloró, si no se le atoró la voz en la garganta cuando una serie de bellacos que no merecen el nombre de hombres, jaloneó, aporreó, golpeó y descalabró a las damas que valientemente se opusieron a que su ciudad fuera ultrajada en nombre del capricho.
Me pregunto donde estaban los regidores priistas, esa partida de hipócritas, fariseos, buenos para rasgarse las vestiduras ante minucias, pero carentes de compromiso con la gente a la que su administración convierte en carne de mitin y acarreo, despojándolos de su dignidad humana y del más elemental sentido de respeto a su calidad de personas.
Me pregunto donde estaban los Aldanas, Garridos, Sarabias, Gutiérrez y las demás lacras que se aprestan a la menor oportunidad a cantar loas para elogiar al régimen que mantiene sus infames apetitos y que se apuran siempre a denostar a quien se atreva a enfrentar al oficialismo, tildándolo siempre de panista, de vendido a Patricio, la más grave injuria que suelen inferir.
Me pregunto como tuvieron el descaro algunas gentes (no vale la pena ni llamarlas por sus nombres) gracias a las cuáles la pandilla en el poder gobierna hoy, de atreverse a ir a la manifestación, para intentar hacernos creer que nuevamente están del lado correcto, como si creyeran que hemos olvidado que sus rabietas, que sus traiciones, que sus actitudes mercenarias fueron las que posibilitaron que hoy Yucatán y su capital padezcan semejante desgobierno.
Me pregunto donde estaba la policía. Me muero de curiosidad por saber donde se encontraba Luis Saidén para ordenar a sus muchachos cumplir con su deber, arrestando a los agresores que armados de tubos, palos y piedras cargaron contra una muchedumbre inerme. Me pregunto como podrá dormir tranquilo sabiendo cuanta rabia, cuanta desesperación, cuanto dolor provocó la ausencia de sus huestes, de las supuestas fuerzas del orden.
Me pregunto donde estaba el verdadero jefe de la pandilla en el poder, el diputado federal priista por el cuarto distrito Rolando Zapata Bello, para mediar entre las partes, para interponer sus buenos oficios y contribuir a obtener una solución pacífica, adecuada a todas luces a la más rancia tradición de civilidad que nos concierne. Me pregunto porque Rolando no tomó el primer avión a esta ciudad para aparecer y cubrirse de gloria facilitando el diálogo, en vez de cobardemente esconderse como acostumbra entre las sombras, con tal de no desafiar los cánones que marca la pervertida institucionalidad que pregona su partido. Me pregunto si no era este el momento para que apareciera y mostrara a la sociedad tener tamaños y empaque para gobernador y no confirmarnos que es la triste caricatura del cavernícola político modernizado.
Me pregunto si después de esto, la gente seguirá confiando, seguirá votando por un partido que es claro que no cambia y que no lo hará nunca, porque es una maquinaria electoral hecha para ganar elecciones y para manipular al pueblo y no para buscar su bienestar. Me pregunto si después de esto, el pueblo yucateco, el pueblo meridano, necesitará pagar con más sangre, con vidas, el alto costo que implica el despertar cívico. Me pregunto después de estos sucesos, que más necesitamos para echar del poder a esta pandilla de fascinerosos que no merece los altos cargos que ostentan y que ha defraudado de la peor manera la confianza que les brindaron. Después de todo esto, me pregunto hasta cuando los soportaremos.
Dios, Patria y Libertad
Guillermo de Jesús Barrera Fernández