"Para que se les quiten las ganas de oponerse a las obras de Angélica", Carlos Herrera Chalé, líder de los porros.

Las seis horas de una Mérida sin ley

La madrugada del 4 de julio es una fecha que la gente de Mérida jamás olvidará, especialmente,  los estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la UADY y los vecinos de los alrededores de la Fuente de Prolongación Montejo —denominada por la alcaldesa Angélica Araujo Lara como "La Glorieta de la Paz"— quienes, con el fin de proteger el patrimonio de la ciudad, se apostaron pacíficamente desde hacía varios días a un costado de la fuente. Fue en la madrugada de ese lunes, cuando alrededor de la una de la madrugada se vieron sorprendidos por un grupo de gente, con maquinaria pesada, y por trabajadores del Ayuntamiento de Mérida que llegaron para cercar el área de esa glorieta y sus cercanías, e iniciar la construcción del paso deprimido.

Aún sorprendidos por lo que veían, algunos de los estudiantes de arquitectura que estaban ahí lograron brincar las vallas metálicas —utilizadas para los desfiles de carnaval— que la Comuna colocó para cercar el área de trabajo de la maquinaria pesada; se sentaron en el piso de ambos carriles de la Prolongación Montejo, para tratar de evitar que rompieran el pavimento. Otros más quisieron tomar fotos de lo que pasaba, pero un grupo de tipos vestidos con camisetas negras llegó para golpearlos y quitarles sus cámaras. Era el preludio de lo que esperaba a los ciudadanos que pacíficamente se manifestarían en el transcurso de la mañana de ese 4 de julio.

Alrededor de las 8:30 de la mañana, más gente fue llegando a la glorieta, llevada quizá por la incredulidad de lo que veía. Los jóvenes de la Facultad de Arquitectura de la UADY seguían sentados en el piso de ambos carriles de Prolongación Montejo, a pesar de que la maquinaria continuaba destruyendo el pavimento y se acercaba peligrosamente a ellos. Dentro de la misma zona cercana, un grupo de hombres vestidos con camisetas blancas observaba a los muchachos y reporteros. Resguardando el lugar estaban guardias de seguridad privada de la empresa Zerpo. La policía estatal,  que debería estar cuidando el orden, estaba a media cuadra del área del trabajo vigilando el tránsito. Los hombres de camisetas blancas poco a poco comenzaron a dar muestras del objetivo de su presencia al gritar consignas contra los manifestantes, a quienes también les lanzaron agua.

Jóvenes de la Facultad de Arquitectura ven cómo, peligrosamente, la maquinaria se acerca hacia ellos, a pesar de que la gente le grita al operador de ésta que se detenga.

El día fue pasando. Como pudieron, algunas personas se colaron al interior de la zona cercana. Una mujer de cabello blanco, la Sra. Patricia Mier y Terán Gutiérrez (de Gasque), logró subirse a una excavadora, ubicada frente a la fuente de la glorieta. Se puso una cinta en la boca y se sentó en la maquinaria. El operador del camión intento disuadirla de bajar, pero no lo logró. La mujer se sentó en silencio. Su objetivo era impedir que la maquinaria empezará a destruir la calle. Su decidida acción, hizo que la gente que no podía brincar la valla le aplaudiera desde lejos. A unos cuantos metros, la gente gritaba a los operadores de las otras máquinas que se detuvieran, que iban a lastimar a los estudiantes que estaban recostados en los pavimentos. Después de varios minutos, finalmente la maquinaria paró y retrocedieron. Pero los muchachos estaban lejos de estar a salvo. Trabajadores de Servicios Públicos Municipales, los cercaron con las vallas metálicas. Ya no podían salir. Ante esto, los ánimos se fueron caldeando.

Trabajadores del Ayuntamiento encierran a los estudiantes para que no salgan del área de su protesta.

Testigos, como Yazmin Gaspar Góngora —de la asociación civil Sociedad Digital— escuchó cuando los trabajadores de la Comuna dijeron: "Ahora aquí se quedan. ¡Aquí les vamos a romper su madre!". Los muchachos no se amedrentaron a pesar de la amenaza, que más tarde se convirtió en hecho; siguieron cuidando los carriles de la calle.

A la vista de las autoridades municipales y con su consentimiento, estos sujetos agreden a los manifestantes que se encontraban detrás de las vallas.

Los hombres de camisetas blancas, pieza clave en el ataque a manifestantes

La gente seguía llegando, entre ellos políticos, como Ana Rosa Payán Cervera, que se paseó por el lugar sin detenerse a hablar con alguien; otros rostros conocidos, como  Salvador Vitelli (del PAN) y diputados de Acción Nacional como Tito Sánchez Camargo; al llegar platicaron con la gente para saber qué estaba pasando. También llegó la senadora Beatriz Zavala Peniche, acompañada del diputado Pedro Couoh. Ambos funcionarios intentaron entrar al área cercana para dialogar con la gente; uno de los guardias de seguridad privada, que algunos reporteros identificaron como empleado del Ayuntamiento, les impidió el paso. Los legisladores le hicieron ver que era ilegal restringir la entrada en un sitio público, pero todo fue en vano, el sujeto —que se negó a identificarse— señaló insistentemente: "Tengo ordenes de no dejar pasar a nadie y eso los incluye a ustedes".

Impedida ilegalmente por guardias de seguridad para entrar a la zona de las obras, la senadora Beatriz Zavala llama a la gobernadora Ivonne Ortega Pacheco y la Alcaldesa Angélica Araujo para que envíen la fuerza pública, pero nunca le contestan. La observa el ganador de la construcción de la obra, Raúl Ancona Riestra.

La preocupación de la gente iba en aumento. Los hombres de camisetas blancas que antes lanzaron consignas contra los manifestantes comenzaron a insultar a la senadora y al diputado Pedro Couoh. Los manifestantes comentaban entre sí: "si no respetan a una funcionaria, mucho menos nos respetarán a nosotros". Y resultaron tener mucha razón.

Acosado por los reporteros que lo cuestionaban sobre si había contratado a la empresa Zerpo para custodiar la obra, el constructor del paso deprimido y dueño de la empresa Proser, Raúl Ancona Riestra, lo negó rotundamente, aunque en una rueda de prensa realizada casi simultáneamente en el Ayuntamiento de Mérida, en la que, por cierto, estuvo ausente la alcaldesa Angélica Araujo, los funcionarios municipales achacaron la contratación de la seguridad privada a Proser.

La Sra. Patricia Mier y Terán Gutiérrez se sube a la retroexcavadora para evitar que destruya el pavimento.

Los minutos iban pasando lentamente bajo el agobiante calor. Beatriz Zavala y Pedro Couoh insistían en entrar a la zona acordonada para platicar con los ciudadanos y ver cómo podían ayudarlos, pero los guardias de seguridad privada lo impidieron. En un desesperado intento, la senadora brincó una de las vallas de contención, pero los guardias, ayudados por los hombres de camisetas blancas, rápidamente colocaron vallas para impedirle que avanzara.

—Déjenla pasar, déjenla pasar, es una senadora. Si no la dejan entrar todos vamos a brincar la valla y a ver cómo nos detienen —comenzaron a gritar varias de las personas que presenciaron lo que los guardias de seguridad hacían con la senadora; pero la funcionaria les pidió que guardaran la calma. La gente se apaciguó momentáneamente.

Beatriz Zavala, acompañada del diputado estatal, Tito Sánchez Camargo, trata de convencer a la Sra. Mier y Terán de que baje del vehículo para evitar ser lastimada. Pero la mujer no acepta.

—No pueden prohibirme el paso. Soy autoridad. Ustedes no tienen ninguna razón legal para estar aquí e impedirnos la entrada —insistió una y otra vez la senadora, quien al no obtener respuesta optó por llamar por su celular a la gobernadora Ivonne Ortega Pacheco y posteriormente a Angélica Araujo para solicitarles la fuerza pública que garantizara la seguridad de los ciudadanos y acabara con la anarquía. Ninguna respondió. Entonces, la última llamada fue para Marisela Morales, Procuradora General  de la República. Era, según Beatriz Zavala, la instancia que quedaba.

Los hombres de camiseta blanca, arremolinados detrás de los guardias de seguridad no tenían empacho en asegurar que sólo se irían si les pagaban $1000 a cada uno. Decían una y otra vez que les habían pagado para estar ahí e impedir el paso a la gente; pero se negaron a identificar a su jefe o jefa.

Algunos de los hombres de camisetas de blanco que causaron el pánico entre los manifestantes. Además, fueron el equipo de apoyo de los porros del PRI durante la golpiza.

Mientras esto sucedía algunos reporteros corrieron rápidamente hacia el área del restaurante Burger King. Los manifestantes que estaban detrás de las vallas mirando y enviando agua a la gente que estaba dentro del cercado, estaban siendo atacados con tubos por los hombres de camisetas  blancas y por empleados de la Comuna meridana. A los reporteros que osaron ir, también les tocó de lo mismo. A Jose Miguel González Rivero, reportero de una página electrónica, un trabajador del Ayuntamiento le rompió su celular de un manotazo.

Cerca del mediodía, Raúl Ancona Riestra finalmente logró que uno de los guardias de seguridad lo dejara pasar, al igual que a sus acompañantes Beatriz Zavala y la diputada local Magaly Cruz Nucamendi. Las funcionarias se encaminaron hacia la excavadora a hablar con la Sra. Patricia Mier y Terán, quien aún continuaba sentada en total silencio. Por varios minutos trataron de convencerla de que bajara de la maquinaria, por considerar que podría encontrarse en peligro; pero la mujer les aseguró que no bajaría.

Ni la llegada del jefe regional de la AFI, Francisco Javier González Jímenez, arreglo la situación. El funcionario sólo tomó la denuncia de los legisladores, pues les dijo que no era de su competencia.

Finalmente, el tan esperado "refuerzo" solicitado por Beatriz Zavala llegó: el jefe regional de la AFI,  Francisco Javier González Jímenez, quién le informó a la legisladora que, lo que más que podría hacer, es tomar la declaración de lo sucedido para una denuncia.

—No es de nuestra injerencia este tipo de asuntos —señaló.

A un costado de la Prolongación Montejo, frente a la entrada del negocio denominado "Campay", un grupo de mujeres con cartelones con la leyenda "Sí al tunel" se iba congregando fuera de la valla. Las primeras señales de que algo se estaba preparando, pero los manifestantes no lo vieron.

Tensa calma

Ya era más del mediodía. Por minutos, la gente se relajaba. Las personas que llegaban traían agua y comida para los manifestantes y desde afuera de las vallas conversaban. Los funcionarios panistas, a los que más tarde acusó la alcaldesa Angélica Araujo de ser los instigadores de la violencia desatada, caminaban o platicaban por varios puntos de la obra cercana. Todo parecía estar en cierta paz... hasta que alguien gritó: van a cortar los árboles. Entonces, todos: reporteros, manifestantes, agresores vestidos de camisetas blancas y funcionarios de la Comuna corrieron hacia el camellón de la Prolongación Montejo.

El director de Servicios Públicos del Ayuntamiento de Mérida, Ermilo Barrera Jure, dirige a los hombres de camisetas blancas que avientan vallas metálicas contra los manifestantes. Además, graba con su teléfono a los ciudadanos y los amenaza.

El empleado de la maquinaria que pretendía arrancar los árboles se detuvo en seco. Jóvenes, ancianos y adolescentes se abrazaron a los árboles pidiendo que no los cortaran. Los directores del Ayuntamiento de Mérida, Ermilo Barrera Jure, de Servicios Públicos Municipales; Antonio Duarte Briceño, de Obras Públicas y Julián Colonia, de Comunicación Social, miraban mientras se paseaban por la calle como leones enjaulados. Los hombres de camisetas blancas gritaban: déjennos trabajar, lárguense a otro lado.

Entonces, las mujeres que llegaron con cartelones de apoyo a la obra entraron al área de conflicto. De inmediato, una de ellas saco su celular y comenzó a tomar fotos a un adolescente que se había subido a un árbol para evitar que lo cortaran.

Jóvenes tratan de evitar que la maquinaria de la obra corte los árboles del camellón de Paseo de Montejo.

—Miren, ese chamaco no tiene ni edad para votar. Es un riquillo del CUM, ¿para qué lo traen? —dijo una de ellas. Pero la gente no se movió de los árboles. Del otro lado de la calle, varios ciudadanos caminaban con paso apresurado para llegar al área de los árboles, sumamente molestos por la intimidación que las mujeres ejercían sobre las personas de la tercera edad y jovencitos. Pero los hombres de camisetas blancas corrieron a tratar de poner vallas en las aceras para cerrarles el paso. Esta vez no tuvieron éxito: la gente se impuso y les tiraron las vallas. Al ver que la situación, al parecer se había calmado, los manifestantes se quedaron parados mirando a lo lejos. Hasta que uno de ellos decidió tirar las vallas por el lado del área cercada con malla ciclónica para evitar que la gente se tropezara con ellas. Varias personas las lanzaron a ese punto de la calle en donde no había nadie. De inmediato, los hombres de camisetas blancas vinieron a tomar las vallas para aventárselas a los manifestantes en señal de poderío. Iba el director de  Servicios Públicos Municipales, acompañándolos, Ermilo Barrera Jure quien, para intimidar a los ciudadanos, les tomó fotografías con su celular, en lugar de evitar que los tipos de camisetas causaran desmanes. A lo lejos, el subdirector de Servicios Públicos Municipales,  Ignacio Mendicutti Priego, supervisaba la actuación de los hombres de camisetas blancas.

Las mujeres priistas a favor del túnel —según decían sus pancartas— comenzaron a gritar: dolidos, dolidos, no saben perder. No se aguantan como nos aguantamos nosotros cuando perdimos.

Inmediatamente, comenzaron a increpar a uno de los diputados del PAN, Renán Barrera Concha quien, en ese momento, hablaba con Ermilo Barrera y Antonio Aldana, director de Gobernación del Ayuntamiento de Mérida, quien lo acusaba de alentar a la gente a manifestarse en contra de la obra.

Momentos después, una de las priistas, ya reconocida por varios dirigentes del PAN, se acercó a la reportera de Milenio Patricia Piña, quien en ese momento entrevistaba a Barrera Jure; intentó golpearla en el brazo y tratar de robarle el celular, lo que al final de cuentas no consiguió. Esta situación, provocó que la reportera le reclamara al director de Comunicación Social de la Comuna, Julián Colonia Varguéz, ya que la agresora era amiga del funcionario.

Luego de este incidente, los ánimos bajaron y la gente volvió a relajarse. Sin sospechar, que la golpiza que marcaría ese día estaba a punto de registrarse.

¡Vienen a golpearnos!

Un poco después de las dos de la tarde, los manifestantes, cansados por el calor y el estar parados por horas, comenzaron a relajarse. Unos platicaban animadamente, otros tomaban agua y algunos más hasta compraron tortas para comer en esos momentos. Beatriz Zavala y Magali Cruz Nucamendi también se sumaron a esas actividades.

Una recién llegada a la manifestación, una señora de edad que iba sola dijo: la señora de la excavadora debe estar cansada. Díganle que se baje y que no se preocupe, que yo tomaré su lugar. Un hombre que estaba a su lado, también grito: yo también me subo. Pero ninguno lo hizo; la Sra. Patricia Mier y Terán permaneció en el lugar que ocupó desde temprano por la mañana.

Encabezados por Carlos Herrera Chalé (de manga larga) los porros, que llegaron en camiones de pasajeros de la línea Minis 2000 de Rafael Canto Rosado, tratan de provocar a los manifestantes.

Parecía que las cosas seguirían así por largo rato, hasta que uno de los manifestantes, que estaba en la excavadora, gritó desesperado mientras veía hacia la parte de circuito colonias y 60 sur —tramo cerrado por la policía estatal.

—¡Ahí vienen a golpearnos!

Los pocos que reaccionaron lo hicieron con incredulidad. En cuestión de minutos, un grupo de 30 o 40 personas comandadas por un sujeto alto y de camisa gris de manga larga —Carlos Herrera Chalé— se acercaron con actitud amenazadora ante la gente que se encontraba fuera de las vallas. Los hombres de camisetas blancas y los guardias de seguridad privada, que estaban dentro de la obra cercada, se acercaron de inmediato a las vallas. Fue todo automático, coordinado.

Poco a poco, los agresores van cercando a los manifestantes con intenciones de golpearlos.

Los recién llegados, que más tarde serían conocidos como porros o grupo de choque, comenzaron a provocar verbalmente a los manifestantes que veían con horror cómo poco a poco se iban mezclando entre ellos. Entonces, un chico con un megáfono pidió a la gente que no respondiera a las agresiones; pidió a la gente que llegó —al grupo agresor— que en paz se separara del grupo. Ante esta medida, los tipos, a la orden de Herrera Chalé,  avanzaron amenazadoramente ante los manifestantes. El grito de guerra era: ¡Ivonne!, ¡Ivonne!

Al unísono la gente respondió: que venga. La frase encendió más la ira de los atacantes que se sorprendieron ante ella.

Sin mayor aviso, los hombres de camisetas blancas empezaron a empujar las vallas metálicas sobre los manifestantes. Era lo que los porros esperaban para empezar a golpear. De inmediato,  se fueron a golpes sobre la gente que ahí estaba, sin importar si eran ancianos o mujeres. Era un manifestante contra varios porros que simultáneamente lo golpeaban. Los afortunados lograron correr y ponerse a salvo, los que tuvieron mala suerte y cayeron durante su huida, fueron pateados por los porros, y los que se mantuvieron en el lugar, cayeron al piso por los golpes que les propinaron.

Para evitar que las agresiones lleguen a los golpes, los manifestantes tratan de separarse de los agresores.

Los manifestantes corrían sin saber para dónde, ya que aunque se alejaban del lugar, eran perseguidos con la promesa de que los golpearían.

Los porros comienzan el ataque contra la gente que está fuera de la zona acordonada de las vallas.

De pronto, los porros fijaron su mirada en la gente que aún permanecía, algunos de pie y otros sentados, en la excavadora. Las señoras y hombres, entre ellos el cónsul honorario de Holanda en Yucatán, José Enrique Gutiérrez López, trataron de aglomerarse entre sí para repeler la agresión; pero fue inútil.

Pedro Torres, que permanecía de pie en la excavadora, sintió de pronto un botellazo, de los varios que lanzaron los agresores. Luego, con lujo de violencia, lo bajaron entre varios porros para golpearlo. Otro empresario conocido, Pablo Rivas, trató de proteger a las personas que estaban junto a él, pero fue golpeado simultáneamente por varios tipos. Uno de ellos, vestido de morado, se dio el lujo de golpearlo con un paraguas rojo, mientras el hombre trataba de defenderse. En dos ocasiones lo bajaron de la excavadora, hasta que finalmente lo tiraron al piso y lo dejaron bañado en sangre.

Empieza el ataque contra los manifestantes que se encontraban en la retroexcavadora. El cónsul honorario de Holanda en Yucatán, José Enrique Gutiérrez López (con bastón y camiseta de colores) tampoco se salvó de la paliza y fue a dar al hospital a punto de un infarto.

Un manifestante vio a caer de la excavadora a una persona tundida a golpes. Su instinto, lo llevo a cubrir con su cuerpo al desconocido para evitar que lo siguieran golpeando.

Arriba de la maquinaria, el cónsul honorario de Holanda en Yucatán era golpeado por su propio bastón, el cual Carlos Herrera Chalé partió al golpear a su dueño y a otros manifestantes. Cuando el diplomático fue bajado, dos hombres, uno de ellos un taxista, lo patearon. Ya desmayado, el cónsul fue cargado entre cuatro porros y llevado al área cercana a Burger King, donde otro porro le robó su cartera y su celular.

Los agresores atacan a la Sra. Patricia Mier Y Terán Gutiérrez.

Simultáneamente, el Abogado Gabriel Abdala también trataba de protegerse en al excavadora de la paliza; pero el líder de los porros lo golpeó con un tubo en la muñeca.

Viendo la paliza que le daban a otro manifestante, el Arqto. David Sosa Solís, corrió a defenderlo, pero fue golpeado por los atacantes. Instintivamente corrió para ponerse a salvo, pero los hombres lo siguieron. Lo golpearon con un objeto que lo hizo caer al suelo. Ahí, los porros cercaron el área con vallas metálicas para golpearlo a gusto ante los gritos horrorizados de la gente que observaba la agresión.

Aunque es víctima de un ataque de nervios por la agresión que sufrió, esta joven permanece en su lugar. Los priístas tratanj de bajarla a como dé lugar.

Las mujeres no se salvaron. La Sra. Patricia Mier y Terán,  la mujer que durante horas se sentó pacíficamente y en silencio en la excavadora fue golpeada por varios porros —hombres y mujeres— que la jalonearon del pelo y luego la bajaron de la maquinaria. Una joven de cabello largo que estaba a su lado, fue víctima de un golpe con un paraguas que una de las golpeadoras —de las vestidas de negro— le propinó.

Cuando los porros lograron su cometido —bajar a todos a golpes de la maquinaria— inmediatamente dieron la orden para que el conductor de la excavadora la bajara de la cabina donde se encontraba.

La gente aún no sabía qué hacer; de pronto una camioneta lobo, roja, manejada por un muchacho, entró a toda velocidad a la glorieta tratando de atropellar a la gente que aún estaba ahí. Entre ellas, la golpeadora —identificada por gente del PAN, ya que militó en ese partido— María Elena Chan quien, con ayuda de sus compañeros de ataque, se puso de pie. (La alcaldesa Angélica Araujo diría días después en el noticiero radiofónico nacional "Panorama Informativo" que María Elena Chan estaba hospitalizada luego de ser atropellada).

El empresario Pablo Rivas después de la paliza que le propiciaron varios porros.

La camioneta que intentó arrollar a la gente, huyó del lugar sin que fuera detenida.

Los porros amenazaban con atacar a las personas que aún se encontraban en el lugar. Caminaron retadoramente hacia ellas.

Carlos Herrera Chalé, el líder de los porros gritó: Para que se les quiten las ganas de oponerse a las obras de Angélica.

El Arqto. David Sosa Solis golpeado con tubos por varios porros, luego de que el profesionista tratara de defender a un manifestante que también estaba siendo atacado.

Un ciudadano que había logrado salir del lugar, se acercó a uno de los agentes de policía estatal que desde lejos contemplaron la paliza que los porros dieron a los manifestantes.

—Necesitamos ayuda. Tiene que ir. —Pero el policía le respondió que no tenía órdenes de hacerlo. Y remato con "¿y qué?"

El cónsul honorario de Holanda en Yucatán, José Enrique Gutiérrez López, yace desmayado después de los golpes que recibió de los porros, quienes a pesar de verlo inconsciente amenazaron con llevarlo fuera de ahi, ya que según dijeron: Aquí nadie se nos muere.

Ni a las mujeres respetaron

El ataque de los porros, comandado por Carlos Herrera Chalé, estaba lejos de acabar. Una mujer, indignada por lo sucedido, enfrentó verbalmente a los hombres, que no dudaron en contestar. El joven Eric Antonio Gamboa Blanco, que estaba junto a ella, al ver la intención de los atacantes se dispuso a protegerla. Los porros comenzaron a golpearlo, mientras el muchacho gritaba: péguenme a mí, pero dejen en paz a la señora. De nada sirvieron sus súplicas, tres mujeres gordas, morenas y con tatuajes, con ayuda de varios hombres, tiraron a la mujer al piso; y allí le patearon la cabeza y también la golpearon con las patas de una mesa de plástico. Además, se dieron el lujo de  arrastrarla.

Así quedo esta manifestante, luego de que un grupo de porros, que incluía mujeres, la golpearon con puños y la pata de una mesa de plástico. También fue pateada en la cabeza por las agresoras.

La gente corrió despavorida ante esta imagen. Sabían que no podían hacer nada y que podían ser las próximas víctimas. Mientras una parte del grupo de Carlos Herrera Chalé perseguía a mujeres, ancianos y hombres hasta el estacionamiento de Burguer King para golpearlos, sus cómplices se robaban las pertenencias que la gente dejaba en su huida: chancletas, gorras, sombreros. Los porros se llevaron mesas de plástico y algunos otros objetos, actuando como zopilotes; se dieron el lujo de comer ahí mismo lo que los manifestantes dejaron al salir corriente. Las agresoras no podían ocultar su sonrisa de satisfacción. Habían cumplido con el encargo. Los guardias de seguridad también se robaron botellones vacíos de agua purificada.

Minutos después, como por arte de magia, los porros desaparecieron y los heridos también, pues ante la falta de ambulancias fueron transportados en vehículos particulares.

Como zopilotes, los porros devoran la comida que los manifestantes dejaron en su huida. También se robaron chancletas, sombreros y mesas de plástico.

Como si lo hubieran ensayado, un numeroso grupo de agentes de la SSP hizo su aparición en perfecta formación para apostarse a una lado de la fuente de la glorieta y en los costados de las calles ante la mirada incrédula de los que aún quedaban ahí. ¿Cómo era posible que aparecieran ahora cuando la gente había sido golpeada y humillada por un grupo de choque que durante el ataque se identificó como gente del PRI y, sobre todo, cuando los atacantes ya habían huido?

Hasta los guardias de seguridad se robaron los botellones de agua purificada que dejaron los manifestantes.

Las calles cercanas se llenaron de patrullas, camionetas antimotines y ambulancias. La presencia de estos vehículos no tenía ya ningún sentido: no estuvieron para cumplir con su labor de proteger la integridad  de los meridanos. L.I.

Testigos de la paliza que recibieron los ciudadanos, los policías se presentaron para proteger la obra minutos después de que los porros huyeron y de que los heridos fueron trasladados en vehículos particulares a los hospitales.