896 palabras
Martin Scorsese tiene un lugar privilegiado gracias a cintas como Taxi driver (1976), Toro salvaje (1980), Después de las horas (1985), La última tentación de Cristo (1988), Buenos muchachos (1990), Cabo de miedo (1991), La edad de la inocencia (1993), Pandillas de Nueva York (2001), El aviador (2004) y La isla siniestra (2010).
Con su más reciente película, La invención de Hugo Cabret, Scorsese se atreve a explorar nuevos géneros, públicos y técnicas —el 3D. El filme es un acto de reafirmación creativa y una muestra de la amplia cultura cinematográfica del realizador neoyorkino.
La ficción gira en torno a Georges Méliès, figura mítica del cine silente. Es la historia de Hugo Cabret (Assa Butterfield), un niño huérfano que vive oculto dentro de los relojes de la estación de tren de París. La obsesión del pequeño es reparar a un robot, tarea que su padre relojero dejó inconclusa. El protagonista conoce a Isabelle (Chloë Grace Moretz), una niña que anhela vivir aventuras, y a Georges (Ben Kingsley), un anciano juguetero que en realidad es Méliès. Hugo e Isabelle descubren que el abuelo Georges fue la primera persona en utilizar el cinematógrafo para contar historias fantásticas.
La invención de Hugo Cabret es un homenaje al hombre que introdujo la ficción al cine. El guion, que parece inspirado en Charles Dickens, habla sobre la importancia de conocer y reconocer nuestra historia.
La trama se desarrolla en los años 30, época en la cual Méliès ya había perdido su fortuna y se encontraba vendiendo juguetes y golosinas en un estanquillo de la estación de tren en París. Aunque Scorsese toma algunos elementos biográficos, la mayoría de las situaciones son ficticias. Por citar algunas, Georges nunca construyó una cámara de cine —la compró en Inglaterra— ni tampoco es cierto que su primer acercamiento al cine haya sido en una feria ambulante —fue en la primera exhibición pública de los Lumiére en el Gran Café de París. Estas imprecisiones históricas son perfectamente entendibles en virtud de que mejoran el funcionamiento del guion.
Pero hay algo que importante que Scorsese omite: la verdadera causa de la ruina económica de Georges Méliès. Este personaje fue empobrecido por los primeros grandes emporios cinematográficos (Pathé y la Edison Company) que plagiaron y comercializaron de forma descarada sus películas. El director evade el tema y acusa a la Primera Guerra Mundial de la depresión y penurias de Méliès.
Es obvio que Scorsese conoce la historia del cine a detalle. Su cinefilia se hace evidente en los distintos afectos que va mostrando a través de la trama. Podemos ver estilizados movimientos de cámara que nos recuerdan a Murnau, sobreimpresiones inspiradas en Dziga Vertov, un robot que parece sacado de Metrópolis, escenas de El hombre mosca de Harold Lloyd, una vendedora de flores (Emily Mortimer) que nos remite a Luces de la ciudad, un vendedor de libros (Christopher Lee) como salido de un filme expresionista y un policía (Sacha Baron Cohen) que asemeja a un Keystone cop de Mack Sennett.
Otro aspecto interesante es que nos muestra una niñez muy distinta a la actual. Nos recuerda que hace 80 años —a falta de televisión e internet— los pequeños se entretenían leyendo y poseían una cultura que hoy se ha vuelto escasa de ver inclusive en adultos.
A nivel técnico su mejor carta es que, por primera vez, el 3D es empleado con inteligencia y no se limita a trucos facilones de objetos saltando hacia la cámara sin ton ni son. Ver la nieve volando hacia nuestros ojos, el vapor del tren cubriendo la pantalla, los engranes de los relojes moviéndose y el viaje a la luna en tercera dimensión, es un verdadero deleite.
Lo mejor: Scorsese logra la primera película que explota los valores estéticos del 3D, los movimientos de cámara, las actuaciones, el homenaje a Méliès y la dirección artística.
Lo peor: perdérsela.
Nota: para conocer más sobre Georges Méliès y su importancia en el cine recomiendo leer este artículo publicado en 2009.
http://a7.com.mx/tiempo-libre/cine/1056-un-poco-de-historia.html