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Ahora el 60% de los bachilleres son mujeres y más del 50% de las maestrías y doctorados los acaparan las féminas (porcentajes de EE. UU.). Mucha gente cree que esto es bueno para los ingresos de ellas, pero malo para el matrimonio.
Como escribió Kate Bollick en un artículo muy discutido: el estanque con varones casables se está secando (hombres que tengan un grado académico superior al de ellas y que ganen más). Las mujeres con estudios superiores tienen miedo de espantar a maridos potenciales y los eruditos dictaminan que las que se casan tendrán enlaces insatisfactorios, pues hay estudios que indican que cuando la mujer gana más que su cónyuge, tiende a hacer más trabajo hogareño, para compensar su superioridad y no dañar el ego de su pareja. Además, los hombres que ganan menos que ellas padecen en mayor porcentaje disfunción eréctil.
¿En realidad las mujeres heterosexuales con preparación académica a) o no se casan o b) tendrán un matrimonio con más tareas domésticas y menos sexo? Tonterías. Nunca ha habido un mejor panorama (relación satisfactoria y seguridad económica) para la mujer con estudios.
Durante más de un siglo, las mujeres se vieron forzadas a elegir entre los estudios o un marido. De las licenciadas de antes de 1900, más de tres cuartos se quedaban a vestir santos. Aún en 1950, un tercio de las graduadas de licenciatura que ya hubieran cumplido 55 años nunca se habían casado, en comparación con sólo un 7% de las mujeres sin licenciatura.
Algunas elegían permanecer solteras, por supuesto, y esa elección ha sido siempre más fácil y satisfactoria para las mujeres con estudios. Pero la baja tasa de matrimonios en este sector también se debía a los prejuicios románticos y sexuales de los hombres. Como explicó un médico en Popular Science Monthly en 1905: una mujer con grado académico se volvía asertiva e independiente, de tal forma que no era posible que amara, honrara u obedeciera como debía hacerlo una verdadera esposa. Aconsejaba que, en vista de que las mujeres de clase media eran las que más estudiaban, resultaba más conveniente para los hombres buscar esposa de clase inferior.
Ésta era exactamente la situación a mediados del siglo pasado: de 1940 a 1970, la tendencia de los hombres a buscar mujeres con inferioridad académica era muy pronunciada, y el ideal de la hipergamia (que las mujeres debían buscar un hombre 'superior') se volvió más insistente.
Los manuales del noviazgo posteriores a la Segunda Guerra Mundial aconsejaban hacerse las tontas para pescar marido, y el 40% de las estudiantes de Facultad respondieron en una encuesta que eso hacían. Como recomendaba un manual: '¡Cuidado y no vayas a parecer más inteligente que tu pareja!'. 'Si escondes tu inteligencia -prometía otro manual-, pronto te convertirás en una mujercita a la que hay que mimar y proteger, y con la cual conviene casarse'.
Aunque resultara insultante, el consejo era sensato. David M. Buss, psicólogo de la Universidad de Texas, y sus colegas vieron que en encuestas nacionales las preferencias masculinas para buscar pareja situaban a la inteligencia de la mujer en la posición 11, pues antes se buscaba que fuera buena cocinera, ama de casa, refinada, limpia y con deseos de agradar. En 1967, la educación y la inteligencia habían avanzado un punto: ocupaban el lugar 10 entre la lista de deseos de los hombres.
En la posguerra los hombres se sentían amenazados con la idea de una mujer más preparada que ellos o con la misma preparación. Un profesor que daba clases en una Facultad para mujeres en los años 50´s me contó que sus colegas hacían chistes sobre las mujeres: cuando se sabía que tenían un doctorado, no era necesario averiguar en qué especialidad: en humillar al marido. (1)
Pero en los últimos 30 años los prejuicios fueron desapareciendo. En 1996, la inteligencia y la educación ocupaban el lugar quinto en la lista, mientras que ser buena cocinera o ama de casa habían caído al lugar 14 en una escala de 18. La socióloga Christine B. Whelan afirma que, en 2008, el interés del hombre por la capacidad intelectual de la mujer ocupaba el cuarto lugar, sólo después de la atracción mutua, fidelidad y estabilidad emocional.
El resultado ha sido una inversión histórica de lo que la economista Elaina Rose llama el castigo al éxito. En 2008, el porcentaje de mujeres blancas graduadas entre 55 y 59 años que nunca se hubieran casado era de 9%, sólo tres puntos más que las no graduadas. Y entre las mujeres de 35 a 39 años, ya no había diferencia significativa en los porcentajes.
En general, la tasa de matrimonio de las afroamericanas es menor que en las blancas, pero la probabilidad aumenta con la preparación. En 2008, el 70% de las negras con licenciatura estaban casadas; sólo el 60% de las bachilleres lo estaban y entre las desertoras de bachillerato, apenas el 53%.
Las heterosexuales pueden preocuparse por su perspectiva matrimonial porque, en general, la tasa de casamientos ha estado cayendo desde 1980. Pero ha caído menos para las mujeres con preparación académica. Además, las graduadas de Facultad se divorcian menos. Como resultado, a los 30 años, y especialmente de los 35 a los 40, es más probable que las licenciadas estén casadas que las menos preparadas. Según cálculos de la economista Betsey Stevenson, una mujer de 40 años con grado académico tiene más probabilidades de contraer nupcias en la década siguiente que aquellas menos preparadas.
Es mejor tener educación formal incluso para las que no se casan; un estudio de 2002 revela que hay correlación positiva entre grado académico y longevidad.
Sí hay una predicción negativa sobre las graduadas; se casan con hombres menos preparados. Casi el 30% de las esposas tiene mayor escolaridad que su cónyuge, mientras que menos del 20% de los esposos tiene un grado académico superior al de sus mujeres (porcentajes inversos a los de 1970).
Pero no hay ninguna prueba de que esos matrimonios sean menos satisfactorios que aquellos en los que el hombre tiene educación igual o superior a la mujer. De hecho, estas uniones tienen muchos beneficios para las féminas.
En un artículo de próxima aparición de Oriel Sullivan, investigadora oxoniense, se ve que a mayor capital humano (recursos académicos y potencial de ingresos) de la mujer en relación con el marido, mayor ayuda doméstica recibirá ella. El grado de colaboración en las tareas domésticas es uno de los dos predictores más importantes de satisfacción marital (para la mujer). Y también el esposo se beneficia porque, indican algunos estudios, las mujeres se sienten más atraídas sexualmente por los hombres que ayudan en las labores que antes eran propias de su sexo.
Y ya en el tema, las mujeres con mayor escolaridad consiguen mejor sexo, independientemente del nivel educativo de la pareja. Según las investigadoras Pepper Schwartz y Virginia Rutter, es más probable que practiquen sexo oral, que varíen posturas y experimenten orgasmos con regularidad.
Cierto es que algunos individuos todavía se sienten amenazados por los logros de una mujer. Pero puede ser mejor alejar a estos sujetos. Los hombres más proclives a sentir incomodidad emocional y física cuando la esposa tiene un estatus o ingreso mayor son aquellos que valoran su identidad como 'el que gana el pan para el hogar' más que como compañero, y también es más probable que definan el éxito por los bienes materiales. Ambos rasgos están asociados con baja calidad marital. en verdad, pocas mujeres quieren casarse con un hombre cuyo pene se yergue o cae según el tamaño de su sueldo o el prestigio de su diploma.
Pero cuando la periodista Liza Mundy entrevistó a mujeres jóvenes para su próximo libro (sobre las mujeres que trabajan), descubrió que la mayoría deseaba una pareja a la que pudieran admirar -y no creen poder admirar a un hombre menos preparado que ellaS. En una plática que di hace poco en San Francisco, una mujer de entre el público dijo: 'Quiero que él respete lo que sé, pero también quiero que sepa un poco más que yo'. Una de mis alumnas me dijo una vez: 'Es excitante admirar a un hombre'.
Durante un siglo las mujeres se han saturado de novelas románticas que incitan a asociar intimidación con enamoramiento; no es de extrañar que haya secuelas emocionales. San Valentín es un día perfecto para desechar la idea de que el hombre ideal es más alto, más rico, más sabio, más renombrado o más poderoso. El mejor predictor de la felicidad marital para una mujer no es cuánto admira a su esposo sino cuán sensible es él a las señales emocionales de ella, cuánto desea él compartir las tareas domésticas y el cuidado de los niños. Y esos rasgos son más fáciles de encontrar en un hombre de bajo perfil que en uno poderoso.
No estoy arguyendo que las mujeres deban sentar cabeza. Estoy argumentando que en esta época podemos esperar más de nuestra pareja que antes, cuando dependíamos del hombre para nuestra seguridad financiera, estatus social o sentido del logro. Pero eso requiere librarnos del síndrome de Lois Lane, en el cual ignoramos la atracción y las atenciones de Clark Kent por estar entusiasmadas viendo cuándo Superman pasa volando.
(1) Ph.D. (Philosophiae Doctor) es un posgrado. El juego de palabras, intraducible, es: Ph.D. significa 'Putting Hubby Down'. Hubby es 'husband'; put down, rebajar o humillar.
(Artículo de Stephanie Coontz publicado el 11 de febrero en el New York Times. Coontz es autora de “A Strange Stirring: The Feminine Mystique and American Women at the Dawn of the 1960s.” Reiteración: los datos son de Estados Unidos; extrapole bajo su propio riesgo.)