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La velocidad al andar está vinculada a la longevidad de una persona, según una investigación llevada a cabo en Estados Unidos.
Los científicos afirman que el modo de caminar podría ser un indicador importante del bienestar de una persona, principalmente entre los adultos mayores.
Actualmente, afirman los investigadores en Journal of the American Medical Associaction (JAMA) (Revista de la Asociación Médica Estadounidense), no existen estrategias establecidas para predecir los años que podrá vivir una persona.
Y la manera de andar podría potencialmente ser un indicador de salud y de una vida larga, agregan.
Los investigadores de la Universidad de Pittsburgh analizaron varios estudios en los habían participado cerca de 35,000 personas, mujeres y hombres, de más de 65 años entre 1986 y 2000.
Para medir la velocidad al andar de cada participante se calculó la distancia en metros por segundo desde un punto de salida hasta los seis metros, indicándoles que caminaran a su ritmo normal, como lo harían en la calle.
La velocidad promedio de los participantes fue de 0.92 metros por segundo.
Los investigadores siguieron un registro de los participantes durante 21 años y se encontró que durante el curso del estudio ocurrieron 17.528 muertes.
En general la tasa de supervivencia de 5 años fue de 84.8% y la de 10 años fue de 59.7%.
Y aunque la velocidad al caminar resultó vinculada a las probabilidades de supervivencia en todas las edades y tanto en hombres como mujeres, fue especialmente marcada en los mayores de 75 años, dicen los investigadores.
“Los años pronosticados de longevidad para cada sexo y edad aumentaron a medida que se incrementó la velocidad al caminar” dice la doctora Stpehanie Studenski, quien dirigió el estudio.
“Caminar requiere energía, control de movimiento y apoyo y exige un esfuerzo en múltiples sistemas de órganos, incluido el corazón, los pulmones y los sistemas circulatorio, nervioso y musculoesquelético” señala la doctora Studenski.
“La disminución en la velocidad del andar refleja tanto daños en esos sistemas como un alto costo de energía al caminar”, agrega.
Los investigadores creen que las personas que caminan con una velocidad menor a 0.6 metros por segundo están en un mayor riesgo de mortalidad prematura.
Los científicos creen que la velocidad al andar podría ser una herramienta útil para identificar a los ancianos con mayores probabilidades de vivir 5, 10 o más años y a aquéllos con mayor riesgo de muerte prematura.
Estas personas, dicen los investigadores, podrían ser incluidas en estrategias preventivas que podrían brindar muchos beneficios.
Una de las grandes obsesiones de los seres humanos ha sido vivir eternamente, y para ello no han escatimado fórmulas e intentos. Así, han pasado a los anales de la búsqueda de la perpetuidad los más insospechados brebajes, rituales religiosos, curiosos tratamientos y sofisticadas preparaciones químicas. Mientras miles de personas se aventuraban en tales experimentos, las posibles soluciones pululaban a su alrededor bajo la forma de los animales y plantas más comunes; especies que, tras profundos y recientes estudios, podrían arrojar luz sobre la posibilidad de, al menos, extender los actuales plazos de vida.
Al parecer, son los animales salvajes y las plantas los que poseen más capacidad para desarrollar una mayor durabilidad. Al respecto se plantea que las especies grandes sobrepasan en años a las pequeñas. Por ejemplo, mientras un ratón dura alrededor de dos años, la ballena de Groenlandia puede llegar a los 200.
Hay correlación entre el tamaño de un organismo y su longevidad; la rata topo lampiña vive cinco veces más veces que lo esperado. Al estudiar sus hábitos, destaca su vida subterránea, que le evita peligros y la exposición a los rayos ultravioleta.
En tal sentido, recientes pesquisas resaltan por sus resultados. Tal vez una de las más valiosas para la comunidad científica es la protagonizada por un grupo liderado por la profesora Rochelle Buffenstein y colegas del Centro de Ciencia para la Salud de la Universidad de Texas.
El estudio se centró en la rata topo lampiña, la cual vive 5.3 veces más tiempo de lo previsto para el tamaño de su cuerpo. Aunque para el equipo queda por dilucidar cómo lo hace, aseguran que permanecer bajo la superficie terrestre ayuda. Y es que, aunque de esta manera ese animal elimina peligros que podrían causarle la muerte, limitar la exposición a la luz solar y por ende, a los rayos ultravioletas, parece ser parte del éxito.
Actuales indagaciones en otras especies como los murciélagos, la langosta americana, la almeja islándica o el álamo temblón también aportaron información de suma importancia para retardar la llegada de la muerte.
Los murciélagos, que viven décadas, huyen de la luz y pasan mucho tiempo dormidos; en parte a eso se atribuye su longevidad.
Asimismo, los murciélagos producen moléculas protectoras de las proteínas.
Actualmente se duda de la utilidad de estudios comparativos con otras especies, como el quiróptero de la imagen, y los científicos se centran en estudios del organismo humano.
Sin embargo, un sinnúmero de científicos prefieren las indagaciones basadas en el organismo humano. Varios son los caminos sugeridos, pero un equipo que encabeza la investigadora Paola Sebastini, de la Universidad de Boston, en Estados Unidos, se lleva los lauros, al pretender dilucidar si estamos capacitados para vivir 100 años o más. Ello será posible gracias al descubrimiento de una serie de características genéticas comunes en personas longevas.
Si bien los factores familiares y ambientales, así como un adecuado estilo de vida desde edades tempranas, son fundamentales en una larga vida y un envejecimiento saludable, las variantes genéticas aportan un significativo porcentaje.
Los científicos escanearon genomas de más de 1000 personas centenarias e identificaron los marcadores genéticos más diferentes con el resto de individuos seleccionados al azar.
Después, los autores desarrollaron un modelo que mide la probabilidad de que una persona alcance una longevidad excepcional, con 77% de precisión. (BBC)