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HOMS, 12 de marzo.- La guerra de Siria no conoce normas ni límites. El campo de batalla son las ciudades y el principal objetivo consiste en aterrorizar a la población civil, con matanzas de creciente salvajismo [vídeo de imágenes sangrientas]. La aparición de al menos 45 cadáveres en Homs, mujeres y niños asesinados con señales de tortura previa, eleva un grado más el nivel de horror. El Ejército y los rebeldes se acusan mutuamente de la última carnicería, cometida durante la noche del domingo, pero diversos indicios apuntan hacia la culpabilidad de fuerzas leales al presidente Bashar al Assad.
Imagen facilitada por la oposición siria de un hombre con el cadáver de un niño en brazos, asesinado en Karm al-Zeitoun, cerca de Homs. / REUTERS
El Gobierno atribuye los asesinatos a “bandas terroristas”. Desde el principio de la revuelta, hace un año, Bachar al Assad ha calificado de “terroristas” tanto a los manifestantes desarmados como a los milicianos de toda procedencia y al llamado Ejército Libre, compuesto fundamentalmente por desertores. Según Al Assad, el hecho de oponerse al régimen constituye en sí mismo un acto de terrorismo.
La versión de las autoridades de Damasco acerca de los cadáveres descubiertos en Homs flaquea en varios puntos: primero, el Ejército se adueñó de la ciudad hace dos semanas después de casi un mes de bombardeo y controla las calles; segundo, es el Ejército quien rechaza la presencia de testigos extranjeros, sean miembros de la Cruz Roja Internacional o periodistas; tercero, las víctimas pertenecen a la comunidad musulmana suní, mayoritaria en el país y muy identificada con los rebeldes. Los grupos que combaten contra el régimen también cometen matanzas, pero sus víctimas no suelen ser suníes, sino alauíes a los que se acusa de “cooperar” con el Gobierno.
Un pequeño muerto en la masacre de Homs.
La oposición atribuye los crímenes a los shabiha, la milicia alauí (una secta minoritaria del chiísmo a la que pertenecen la familia presidencial y las élites del régimen) que colabora con las tropas y va de casa en casa saqueando y asesinando, en lo que se califica como “trabajo de limpieza”. Los testimonios de miles de sirios que han logrado refugiarse en Líbano y Turquía coinciden en que el régimen de Al Assad aspira a sofocar la rebelión por la vía del terror, y ha dado luz verde a sus peores sicarios.
Los Comités de Coordinación Local, compuestos por activistas de la oposición que trabajan de forma independiente en cada localidad, dicen que la mayoría de los cuerpos hallados en Homs, mutilados a cuchillo y quemados, aparecieron en el barrio de Karm el Zeitun y fueron recuperados por miembros del Ejército Libre antes de que militares y shabiha los hicieran desaparecer. Habi Abdalá, un activista de Homs, ha declarado a France Presse que las víctimas eran 26 mujeres y 21 niños, degollados en algunos casos, quemados vivos en otros. Esa información es inverificable, dado que el Ejército impide el acceso de periodistas a la zona.
Los mismos comités hablan de durísimas operaciones militares contra poblaciones de la provincia norteña de Idlib, cerca de Turquía, y de frecuentes tiroteos en Hama. Asimismo, informan de la explosión de un coche cargado de explosivos junto a un colegio femenino en Daraa, al sur, donde comenzó la revuelta en marzo pasado. Según esas fuentes, murió una niña y 25 sufrieron heridas. Las alumnas de ese colegio habían participado en manifestaciones contra el régimen.
El conflicto sirio ha adquirido una dinámica muy similar a la que caracterizó la guerra civil en Líbano: atomización de los bandos, matanzas indiscriminadas e imposibilidad de obtener la victoria por parte de ninguno de los contendientes. La guerra libanesa duró 15 años, entre 1980 y 1995, causó más de 150,000 víctimas mortales entre la población civil y sólo acabó por agotamiento. En esa guerra participaron directamente Israel y Siria, y el esfuerzo de pacificación desarrollado por tropas estadounidenses, francesas y de otros países, concluyó en un rotundo fracaso y una retirada vergonzante.
Existe el riesgo de que la guerra en Siria evolucione hacia algo aún peor de lo que ocurrió en Líbano, por la abundancia de grupos religiosos (al menos 18) afectados por discordias históricas, por la proliferación de grupos armados (Hezbolá, Hamás, Yihad Islámica, etcétera) y de guerrilleros más o menos independientes (formados en Afganistán, Irak o Libia) en Oriente Próximo, y por el vendaval de islamismo que recorre el mundo árabe.
Por el momento, la columna vertebral del Ejército sirio se mantiene entera y otorga al Gobierno la superioridad militar. Si el Ejército sigue sufriendo la sangría de deserciones de soldados suníes registrada hasta ahora y acaba convirtiéndose en una simple milicia alauí, por más que la sufrague el Estado, la libanización será irreversible.
En la oposición ya se percibe una atomización profunda: un periodista turco de la agencia Anatolia logró visitar uno de los campos de entrenamiento de las fuerzas rebeldes en la zona montañosa que separa Siria y Turquía, y contó hasta 70 grupos distintos, con el objetivo común de acabar con el régimen de Bachar al Assad pero con distintos mandos y distintas ideas sobre el futuro de su país.