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Con él, compartíamos varias locuras; y el fútbol era una de esas. Me dolió muchísimo la muerte del Negro, que además sufrió una muerte muy injusta, porque se fue desintegrando, viste.
Primero perdió un brazo, después el otro, luego una pierna, una cosa de una crueldad. Un hombre tan bueno como él, no merecía eso, pobrecito.
Pero bueno, así fue nomás. Me acuerdo que una vez hicimos juntos una experiencia que íbamos a repetir, hasta que después se agravó la peste de mierda que acabó con él, y ya no pudimos, pero estaba contentísimo con la idea. Creo que fue la última alegría que tuvo y no se pudo repetir.
Hicimos una presentación los dos juntos, en un teatro grande de Rosario, sin guión: dos sillas, él en una, yo en otra; como si estuviéramos charlando en la calle, en un café, sin saber para dónde íbamos ni nada. Yo leí unos textos cortos de los que a mí me gustan escribir, para que la pelota se pusiera en movimiento. Y fue una charla que duró una hora, con un éxito enorme.
A la gente le encantó, porque era libre. Se hablaba de cualquier cosa, lo que se nos cantara. Habíamos quedado que al terminar de leer lo mirara, que me iba a decir algo. Terminé de leer, lo miré y me dijo: "Yo te admiro muchísimo, Eduardo, te admiro enormemente, no te imaginás cuánto te admiro. Leés sin lentes".
Una carcajada explotó al unísono, la gente se rió como media hora seguida, y yo le hice una guiñada al Negro como diciéndole: 'Ya está, ningún peligro, esto termina bárbaro', porque lo que bien empieza, bien termina. Y así fue. (canchallena.lanacion.com.ar)