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El primer cerco pacífico de 24 horas a las instalaciones de Televisa, las ubicadas en la avenida Chapultepec y Balderas, inició con una proclama de los jóvenes integrantes del movimiento #YoSoy132: “¡basta de envenenar a la verdad con dinero!”.
Nunca más claro. El problema con Televisa y con su socia TV Azteca es que hace bastante tiempo perdieron la veracidad frente a las audiencias para convertirse en un modelo de poder político.
No es la primera vez que se organiza una protesta contra la empresa fundada por la dinastía Azcárraga y estrechamente vinculada a la historia del PRI. La noche del 26 de julio del 2012 recordaron cómo Televisa surgió a unos cuantos años de distancia de la fundación del Revolucionario Institucional, en el sexenio de Miguel Alemán, quien fue uno de los beneficiarios de las primeras concesiones de Televisión. “El contubernio Televisa-PRI tiene más de 60 años”, advirtieron. Y no les faltó razón.
Televisa siempre tuvo una doble condición: como ministerio de Información del régimen priista (a la usanza de la televisión soviética) y, al mismo tiempo, como empresa cuyos contenidos privilegiaron siempre la comercialización por encima de la calidad de los contenidos.
Televisa ha sido un híbrido a la mexicana de empresa de Estado y consorcio privado altamente redituable. Así lo definió desde 1985 el primer estudio serio que compiló una aguda crítica contra la empresa: Televisa, Quinto Poder, coordinado por Raúl Trejo Delarbre.
La #OcupaTelevisa del jueves 26 de julio también recordó algunos de los momentos más escabrosos de la historia entre el emporio y el poder político. La noche del 2 de octubre de 1968, tras la matanza estudiantil ocurrida en Tlatelolco, el noticiario estelar conducido por Jacobo Zabludovsky, abrió con la noticia de un día soleado. El clima siempre es nota cuando las protestas políticas quieren ser nubladas en la pantalla.
En 1986, el neopanismo que surgió en las elecciones de Chihuahua, con Francisco Barrio como candidato a gobernador, protagonizó una serie de protestas contra Televisa por la cobertura noticiosa sesgada y tendenciosa sobre el verano electoral de ese año. Ahora pocos panistas lo recuerdan, pero llamaron a un boicot contra la empresa que dirigía Emilio Azcárraga Milmo, el Tigre.
Dos años después, en las elecciones presidenciales de 1988, Televisa volvió a ser el eje de las protestas que encabezaron los candidatos de la oposición Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier. Este último, más radicalizado que Josefina Vázquez Mota, planteó un boicot a la empresa que favoreció la candidatura de Carlos Salinas de Gortari.
La capacidad de Televisa para reinventarse como eje del poder político y mediático se ha demostrado en los últimos 15 años. La muerte de Emilio Azcárraga Milmo no significó la transformación ni mucho menos la democratización de la industria televisiva en México.
Su heredero, Emilio Azcárraga Jean, llegó en 1997 a dirigir la empresa con una promesa: “los compromisos de mi padre no son los míos” y “Televisa se va a abrir a todas las opciones”. En 2004, cuatro años después, Azcárraga Jean presumió ante inversionistas de Nueva York que “la democracia es un buen negocio”.
Y cómo no iba a ser. Los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón no disminuyeron en nada el poder de Televisa. Al contrario, lo potenciaron. Al amparo de esta impunidad mediática, la empresa de Ricardo Salinas Pliego, TV Azteca, protagonizó el Chiquihuitazo en diciembre de 2002, y la protesta de los trabajadores de Canal 40 fue acallada por la propia presidencia de la República que se desentendió de este conflicto con la famosa frase “¿y yo por qué?”.
Los jóvenes de #OcupaTelevisa también recordaron la Ley Televisa de 2006, que marcó las polémicas elecciones de ese año y el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa. La Ley Televisa fue cancelada en términos jurídicos por la Suprema Corte de Justicia en 2007, pero su aspiración principal se concretó con el sexenio de Calderón.
Ningún gobierno –ni siquiera uno de extracción priista- le otorgó tantos beneficios y dinero a la empresa de Azcárraga Jean como el de Calderón: le permitió acrecentar su poder en televisión restringida, convertirse en competidor en telefonía fija y móvil, tener la primera concesión de fibra óptica de la CFE, le perdonaron deudas fiscales y, además, se canceló la posibilidad de licitar una tercera cadena de televisión y de reformar la Ley Federal de Radio y Televisión.
Y como cereza en el pastel, este 2012, la Comisión Federal de Competencia acabó por autorizar la fusión de Grupo Iusacell, de Ricardo Salinas Pliego, y Grupo Televisa, convirtiendo a los supuestos competidores en socios al 50 por ciento en el negocio más rentable de los próximos años: el cuádruple play.
Todos estos beneficios del poder político al poder mediático fueron recordados en el primer acto del cerco a las instalaciones de Televisa. Junto con esta apretada síntesis, el otro elemento que ha convertido a la empresa de medios más grande del país en juez y parte del presente conflicto electoral.
Desde 2005, tal como lo documentamos en Proceso y luego en el libro Si Yo Fuera Presidente, el Reality Show de Peña Nieto, Televisa emprendió un negocio multimillonario con el gobernador recién electo en el Estado de México, Enrique Peña Nieto, para que él culminara el proyecto que dejó trunco su padrino y tío Arturo Montiel: llevar al Grupo Atlacomulco a la presidencia de la República.
Televisa siempre ha negado la existencia de este proyecto y desestima los documentos que acreditan este contubernio, incluidos los que divulgó el periódico británico The Guardian.
A sus dichos se contraponen los hechos. El proyecto Peña Nieto se ha cumplido en siete años, eslabón por eslabón, spot por spot, encuesta por encuesta, entrevista por entrevista. La idea de “comprar” la presidencia de la República desde el poder mediático es la que hoy está en juego y ha generado la protesta social, encabezada por el #YoSoy132.
Una vez más, como descubrieron los panistas de Chihuahua en 1986, no pueden existir elecciones limpias ni transición a la democracia sin democratizar el régimen de medios de comunicación. Hoy este reclamo está en manos de quienes acampan afuera de las instalaciones de Televisa, símbolo y poder de una regresión.