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Lunes 30 de julio.- Un abogado austriaco, que administraba secretamente parte de los bienes de la monarquía y la iglesia austriacas durante la invasión alemana de Austria, es espiado y finalmente capturado por los nazis. La escena corresponde a «Novela de ajedrez», uno de los libros que escribió Stefan Zweig durante los cuatro años que vivió en la pequeña ciudad brasileña de Petrópolis, donde acaban de abrir una casa museo en su honor.
Zweig y Lotte, su mujer, antes de salir de Austria
Tras ser ser capturado, conducen al personaje –de nombre, doctor. B– a un hotel y lo introducen en la que será su habitación durante los cuatro meses siguientes. «A los “prominentes” no se les enjaulaba de a veinte hombres, en una barraca helada; se les alojaba en una habitación de hotel, individual, dotada de regular calefacción porque la presión mediante la cual se quería arrancarnos el informe necesario debía tener características más sutiles que los golpes y torturas corporales; se nos aplicaba el aislamiento más refinado que imaginarse pueda. Nada se nos hizo, sólo que se nos situó dentro de la nada absoluta, porque, según es notorio, ninguna cosa del mundo ejerce tanta presión sobre el alma humana como la nada.»
La espera, el paso de los días vacíos, va desgastando su voluntad de resistencia como se desgasta la cordura del sometido a aquella tortura china. Gota a gota. Gota a gota. Igual que Zweig fue perdiendo la esperanza en que todo volviera a ser como antes. Y por los mismos motivos que el prisionero, en un momento de intensa debilidad, clama al centinela: «¡Lléveme para declarar! Diré todo. Todo lo diré», Stefan Zweig acabó sucumbiendo a la desesperación que le causaba creer que no había marcha atrás, que el nazismo se extendería por toda Europa e incluso por todo el mundo. Una tarde de febrero de 1942, su mujer y él juntaron sus lechos, se cogieron de la mano, tomaron barbitúricos y esperaron.
Zweig se suicidó junto a su mujer el 22 de febrero de 1942.
A pesar de que fue Brasil el país que lo vio morir, fue en realidad su última esperanza. Llegó en 1941, huyendo de un continente que se le hacía cada vez más pequeño, y encontró un país pacífico, mestizo, joven e ilusionado por los nuevos tiempos. Todo lo contrario de la Europa de los nacionalismos exacerbados, tan detestados por el escritor austriaco. Era el Brasil de Getúlio Vargas, el momento del nacimiento de una nueva América Latina, que por vez primera se hacía a sí misma y no al dictado de los colonos europeos.
Allí, Zweig fue lo más parecido a una persona feliz. Encontró el sosiego de la Serra dos Orgaos, la tranquilidad que siente el que es bien recibido y la calidez de un grupo de amigos que lo respetaron, admiraron y acompañaron hasta su último día. Entre ellos se encontraba la poetisa chilena Gabriela Mistral, que se había trasladado a Petrópolis el mismo año que él para ejercer de cónsul. La muerte de Zweig sobrecogió a Mistral. Se sentía muy cercana a él –«nuestro Zweig», dice en una carta que escribió tras su muerte–, conocía bien su personalidad, su sensibilidad, el sufrimiento que padecía por la situación en que se encontraba el mundo. «Cuando hablábamos de la guerra, yo seguía en su cara, punto a punto, su corazón en carne viva e iba midiendo lo que yo podía decir, lo cual no me ha ocurrido con ningún hombre de letras. Y no era que perdiese en momento alguno su control riguroso; era que los hechos brutales, o simplemente penosos, no parecían ser oídos, sino tocados por él en el mismo instante en que los escuchaba, y le caía al rostro una tristeza sin límites que lo envejecía de golpe.»
Carta manuscrita de Zweig.
Esta carta –que tenía al periodista argentino Eduardo Mallea como destinatario– es uno de los documentos que pueden encontrarse en la Casa Museo Stefan Zweig, inaugurada ayer en Petrópolis. Después de pasar por varias manos, la casa fue comprada y reformada por un grupo de amigos y admiradores del escritor, con el apoyo de los gobiernos de Austria y Alemania. Alberto Dines, amigo y biógrafo del escritor, ha sido el principal impulsor de la idea. «Somos el país del futuro y no nos gusta recordar el pasado». Con esta frase, Dines parafraseó el libro de Zweig, «Brasil, país de futuro», y expresó la necesidad de rendir homenaje a un escritor de muchísimo talento que nunca gozó de reconocimiento equivalente.
Aparte de la nota de Mistral, el museo conserva libros, caricaturas, dibujos y algunas piezas prestadas por Eva Alberman, sobrina de la esposa de Zweig, como una pipa y un tablero de ajedrez de bolsillo. También una carta pacifista escrita, días antes de su muerte, al escritor alemán Paul Zech, donde dejaba pistas sobre su suicidio.
Y, por supuesto, está también la nota de despedida de Zweig, escrita en alemán y encontrada al lado de su cadáver. Brasil fue el único regusto esperanzador de una vida que terminó por la desolación causada por el presente y la falta de esperanza en el futuro: «Cada día transcurrido en este país he aprendido a amarlo más, y en ningún otro lugar podría con más gusto tener la esperanza de reconstruir mi vida de nuevo, ahora que el mundo de mi lengua madre ha perecido por mí, y Europa, mi hogar espiritual, se destruye a sí misma (…) Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra». (E. MARTÍN / ABC)