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LONDRES, 29 de julio.- Las miradas se dirigieron hacia Gregg Troy. El responsable del equipo masculino de natación estadounidense movió el espeso bigote y habló con voz nasal: “Quizá estemos ante la mayor reunión de relevistas de todos los tiempos”. No le faltaba razón. La final de relevos de 4x100 se presentó como el gran acontecimiento de la piscina olímpica en la segunda jornada de competición. Un combate entre potencias que, como avisó Troy, no se limitaría al clásico del Pacífico, ese duelo entre Estados Unidos y Australia del que la prensa de ambos países no dejaba de hablar desde hacía meses. Había más. Señales amenazantes provenientes de Francia y Rusia. Nadadores jóvenes, sin apenas recorrido en la prueba, pero con un potencial desconocido que podía manifestarse inesperadamente para coger por sorpresa a los equipos con mayor tradición.
Yannick Agnel, un flaco de 20 años, de más de dos metros, fue el elemento inesperado. Poco se sabía de las cualidades de este nadador para las pruebas de velocidad. No cabían dudas sobre sus condiciones para el fondo. Poseía el récord francés de 400 y 200 libre. Pero de sus incursiones en los 100 metros habían pocos registros, aparte de la notable marca que consiguió este año en Dunquerque: 48.02 segundos. Como dijo Troy, algo se estaba moviendo en la vieja Europa.
Los nadadores franceses celebran la victoria. (Reuters)
Agnel fue el hombre de la final. El héroe, la aparición fulgurante que destrozó la prodigiosa arremetida de Estados Unidos en el primer tercio de la prueba, cuando amenazó el récord del mundo. No hubo noticias de Australia y su colección de figuras, ni mucho menos de James Magnussen, que ostentaba la mejor marca de siempre con bañador textil (47.10 segundos). Magnussen fue el encargado de abrir la carrera a modo de mensaje intimidatorio. Su misión fue abrir brecha. Pero Nathan Adrian, corchera con corchera, no le cedió ni un centímetro. Al contrario, entregó la cabeza de la carrera a Michael Phelps, que se encargó de la segunda posta. Phelps se redimió de su accidentado primer día con un despliegue de grandeza. Cubrió su parte en 47.15s, un tiempo formidable, y aseguró medio oro para Estados Unidos. El velocista negro, Cullen Jones, hizo un buen trabajo para aumentar la ventaja. Australia parecía hundida. Pero se avecinaban Rusia y Francia.
Fabien Gilot, Clement Lefert y Yannick Agnel sucedieron al veterano Amaury Leveaux. Leveaux y Gilot eran los únicos supervivientes de la desventura de Pekín. En los últimos Juegos, los estadounidenses arrebataron el oro a los franceses por una pulgada, atacándoles desde atrás, contra las previsiones, que situaban al conjunto europeo en lo más alto del podio. Ayer se invirtió la situación. Estados Unidos lideró la carrera y los franceses entablaron la persecución. Antes Francia debió poner en escena otro equipo espléndido. No es sencillo. La construcción de un gran relevo es la prueba más clara de que la natación de un país goza de una salud excelente. Su mejor exponente fue el secreto Agnel, el chico pálido y sonriente al que nadie consideraba. Venía de clasificarse con una buena marca para la final de 200 libre. Había hecho un esfuerzo tremendo. Pero se recuperó en cuarenta minutos y le bastó para poner a Francia en la gloria con una actuación fabulosa. Nadó el último 100 en 46.74s. Fue el único competidor e
n bajar de 48. Lo hizo ante Ryan Lochte, el hombre más en forma de Estados Unidos, que también venía de nadar las semifinales de 200 libre. Con 28 años, le debió resultar difícil recuperarse. La velocidad que le imprimió su adversario en el último 50 expuso su debilidad.
Troy eligió a Lochte, su pupilo en Florida, en una decisión que generó controversia en el entorno de Estados Unidos. Tuvo un tufillo a favoritismo. No faltaban otras opciones, en cualquier caso: Jimmy Felgen y Matt Grevers habían nadado por debajo de 49 segundos este año. A Lochte le cuesta cada vez más bajar de los 49. Sólo lo había conseguido una vez este año, en los ‘trials’ (48,91s). No es un especialista y su equipo lo pagó con una plata que sabe a fracaso para un país que no admite la derrota.
El mérito fue de Agnel, el temor justificado de Troy, que no dio tregua su nadador. Salió del viraje y, cuando la mayoría se entrega, a las dos patadas de delfín de Lochte el francés respondió con una progresión lenta y tenaz. Le atrapó cuando faltaban unos metros para la meta. En pleno griterío de público y nadadores eufóricos y espantados. Los espantados fueron Phelps y sus compañeros, de pie sobre la plataforma de la piscina, incrédulos. Los dichosos fueron los franceses que se colgaron un oro largamente buscado, el primero de relevos que consiguen en su historia. (EL PAÍS)