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GLASGOW, 26 de julio.- La jerarquía no cuenta en los Juegos Olímpicos cuando se trata de deportes como el fútbol. No valen los favoritismos ni siquiera con Brasil. El historial está lleno de resultados sorprendentes y sobre todo de derrotas que sonrojan, marcadores que dejan huella, partidos que recuerdan espantosos ridículos más que épicas victorias. A la lista de célebres protagonistas hay que añadir a España, señalada como una de candidatas al título en Londres, dispuesta a coronarse en Wembley, y ahora obligada a ganarse la continuidad contra Honduras y Marruecos después de perder con Japón. Ya se sabe que la crueldad de la derrota para el perdedor viene marcada por el calibre del ganador.
El chasco fue monumental para España. Jugó rematadamente mal en un escenario solemne como el Hampden Park contra un rival menor como Japón. Los japoneses le perdonaron incluso la goleada, circunstancia que agravó todavía más el decepcionante debut de la Roja, un equipo ahora mismo indescifrable: imposible medir sus aspiraciones, impotente, angustiado y caricaturizado como quedó patente en Glagow. Nada funcionó en el grupo de Milla: ni la alineación ni los cambios. No se recuerda en mucho tiempo un partido peor de una selección española. Tampoco había habido antes tantas expectativas, y se desconoce si eran desmesuradas.
Ya se sabe que el español es un país extremista por naturaleza, y ahora las victorias se dan por descontadas, a todos los equipos y de carrerilla, sin atender a las circunstancias. Acostumbrada a levitar y a los delirios de grandeza, a España ahora le tocará batirse en el fango, de manera que no se sabe muy bien cual puede ser su respuesta, por la novedad y por la dificultad de medir los inesperados episodios ante Japón. No parece ser solo un problema de un partido sino que la selección española evidenció también problemas de organización, de onda, puesta a punto y de forma, de juego, sintonía y personalidad. La sintomatología no tiene muy buena pinta.
Los jugadores españoles, tras el gol de Japón. Quedaron 1-0. (Foto EFE)
Ante Japón, por lo menos, fue incapaz de corregirse en un partido que se le fue complicando de forma irremediable, incluso fatalista. No se sabe muy buen dónde está el principio y el final de un equipo español desnortado y confundido. La referencia, en cualquier caso, ya no es el campeón europeo sub-21. Las lesiones de jugadores como Thiago y Muniain le han lastrado tanto como el momento en que se celebra el torneo. Los Juegos no son la Eurocopa. Futbolistas individualmente reconocidos, referentes de sus clubes en la Liga, tres incluso presentes en el título europeo alcanzado con la absoluta, se convirtieron en jugadores anónimos.
Muy pendiente de acompañar a los centrales, Javi Martínez quedó alejado del juego, sin influir en el partido, ni cuando acabó de delantero centro, síntoma de lo mal que fueron las cosas. Tampoco profundizó por el lateral izquierdo Jordi Alba. Y, señalado como armador del juego, Mata se quedó sin socios para suerte de Japón. Muy organizados y nada exigidos, jugaron tan cómodos los japoneses que se fueron estirando, ganando campo y balón, y por extensión tomaron el mando del partido y del marcador. Los españoles nunca le cogieron el hilo al partido para decepción del público escocés del Hampden Park. No apareció la Roja ni la Rojita, ni siquiera una buena selección, sino una empalagoso equipo vestido de azul celeste, desconocido, muy desnaturalizado.
El equipo fue empeorando con el tiempo. Al comienzo le costó elaborar, más tarde se vio que no llegaba a la portería contraria y finalmente se advirtió que tenía serios problemas en su propia área. Las pérdidas de balón se sucedían y cada cesión defensiva se convirtió en una oportunidad para Japón, aliviada por la salida por banda izquierda que le dio Nagai. Nerviosa, no cerraba bien la zaga, hipotecada por la alineación de dos centrales zurdos, poco estable por el flanco derecho. Un saque de esquina y un error en un control de Iñigo Martínez que supuso su expulsión bastaron para que España se condenara y quedara retratada: si era imposible ganar con 11, sería una quimera remontar con 10.
Las deficiencias se fueron agravando en la misma media que Japón contaba ocasiones ante De Gea. Falto de un referente, el equipo español no supo mezclar el juego y se entregó a un ejercicio insípido y estéril. No tuvo ritmo ni fluidez, nunca le dio velocidad al balón sino que jugó al pie, sin desborde, profundidad, ni agresividad, contemplativa ante un rival aplicado e intenso. Tiritaban los zagueros, se perdían los medios, no había delantero que tirara un desmarque o una rotura y se cuestionaron cuantas decisiones se tomaron desde el banquillo. No fue el día de Koke, Isco, Rodrigo, Adrían, ni de los suplentes, ni de Milla.
Hasta los buenos se tornaron malos, víctimas de una jornada aciaga, protagonistas de una derrota soberana y dolorosísima, porque España ya no solo aspira a ganar cada torneo que disputa sino que le están prohibido ridículos como el de Glasgow. Japón le pintó la cara a España y el gatillazo dejó enmudecido al festivo Hampden Park.
ESPAÑA, 0 - JAPÓN, 1
Japón: Gonda, Tokunaga, Yoshida, Suzuki, Sakai (Yamamura, m.85), Yamaguchi, Ogihara, Otsu (Saito, m.45), Higashi, Kiyotake, Nagai. No utilizados: Ando, Muramatsu, Sugimoto y Usami.
España: De Gea, Montoya, Domínguez, Íñigo Martínez, Jordi Alba, Javi Martínez, Koke (Tello, m. 80), Isco, Mata, Rodrigo, Adrián (Herrera, m. 56). No utilizados: Mariño, Botía, Azpilicueta y Muniain.
Gol: 0-1. M. 33. Otsu supera a Montoya y bate por bajo a De Gea.
Árbitro: Mark Gieger amonestó a Jordi Alba, Domínguez y Saito. Expulsó con roja directa a Iñigo Martínez.
Estadio: Hampden Park, unos 45,000 espectadores.