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Los bárbaros del norte fueron una serie de personajes que revolucionaron el estilo del panismo mexicano. Francos y desenfadados, directos y poseedores de un amplio espectro de identificación con la ciudadanía, no dudaron jamás en romper los viejos moldes de un partido que se había constituido en una escuela de valores morales, forjadora de ciudadanos valiosos pero ignorantes respecto del modo adecuado para ganar elecciones.
Tal parece que a los panistas antiguos o doctrinarios la doctrina de la brega de eternidad propugnada por Gómez Morín les arraigó negativamente, llegando al absurdo extremo de decir que a ellos no les importaba ganar elecciones, sino demostrar que constituían una alternativa diferente, cosa que siempre me hizo preguntarme para que rayos participaban en los procesos y se constituían en comparsas del fraude, a sabiendas que serían inexorablemente barridos. Llegué incluso a considerarlos muestra fiel del masoquismo político, constreñido en la idea: nos robaron las elecciones, pero les gritamos rateros.
A mediados de los ochentas decir panistas electoralmente era un sinónimo de perdedores. Con su prédica de no violencia, con su talante gradualista, el panismo era exasperantemente cortés y predecible.
Hasta que llegaron ellos. La alegoría podría decir que con el estrépito de la caballería: pintorescos en su léxico y su aspecto, pragmáticos, entrones, contestatarios, rudos para el debate, decididos para la acción cívica, entrenados para la desobediencia ciudadana, sacudieron vigorosamente las estructuras blanquiazules y sin perder la mística, empezaron a ganar elecciones; la historia no olvida sus nombres y algunos figuran hoy en sus más gloriosas epopeyas; conocemos sus nombres: Elorduy, Ruffo, Barrio y claro, Clouthier, entre los de mayor renombre. Nadie los paraba. Electrizaron a México y por primera vez en mucho tiempo, hicieron vislumbrar a los panistas el triunfo como una condición nada descabellada y accesible y despertaron en la militancia el hambre de victoria. Ellos araron el terreno y Fox cosechó los frutos. Ni quien lo niegue.
Tras la irrupción de los bárbaros del norte, Acción Nacional fue cuesta arriba pero también sus dirigentes se aburguesaron, cedieron a la comodidad institucional y perdieron el espíritu combativo y la mística que los norteños infundieron. Ahora toca el turno de tomar las riendas partidistas al senador Gustavo Madero, propietario de un apellido ilustre, descendiente directo del apóstol de la democracia, Madero asciende a la dirigencia blanquiazul en una época trascendental, donde le tocará librar la madre de todas las batallas al frente de un partido que al parecer ha extraviado el punch y la confianza y un PRI aparentemente recuperado de sus descalabros previos y con toda la intención de recuperar la presidencia de la república.
Definitivamente le tocará a Madero una tarea complicada, pero el norteño habla duro y bien, tiene visión política y la claridad para intuir cuales son los escenarios convenientes no solo para su partido sino para el país. Al respecto se dice que Madero no ve con malos ojos la posibilidad de volver la vista a la ciudadanía y recurrir a un aspirante externo, ante la escasez de candidatos entre las filas blanquiazules para contender por la primera magistratura del país, sin desdeñar la eventualidad de una alianza con el PRD, su aparentemente irreconciliable adversario.
Deseamos el más completo de los éxitos al presidente Madero y hacemos votos para que pueda tomar las mejores decisiones. Estamos seguros que en este centenario de la gesta iniciada por su antepasado, sabrá estar a la altura de las circunstancias y jugará un papel preponderante para la consolidación de la alternancia. Dios quiera que en lo tupido de la huerta no se tope con la traición de algún espino.
Dios, Patria y Libertad