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A Érica Vanegas le molesta la luz del sol. Al principio, por vergüenza, decidió privarse de ese sencillo placer. Pero con el tiempo, sus ojos se habituaron a la oscuridad en la que se refugió y ahora ante la claridad levanta la mano para protegerse. Su tragedia empezó el día que sintió que ya no amaba a su novio Dagoberto Rodríguez. “Si no eres para mí, no serás para nadie”, le respondió éste. Cumplió su cruel sentencia.
Por la época en que sucedieron los hechos, septiembre de 2008, Érica estudiaba bachillerato en el colegio José Martí de La Resurrección, un populoso barrio del sur de Bogotá, Colombia. Soñaba con aprender inglés y llegar a ser enfermera. Rodríguez era su primer novio y aunque sentía que lo quería creyó que a sus 16 años era demasiado joven para mantener una relación seria con un hombre de 24.
Tras la amenaza de él, ella la interpretó como algo que se dice por decir. Él, sin embargo, se fue furioso mientras gritaba: “Voy a joderte!”, esto es, asesinarle su belleza. El 16 de ese mes, ella se encontraba con sus amigas en las escalinatas de su casa cuando un pequeño de 10 años se le acercó y le arrojó un líquido a su rostro de adolescente. Érica, entre los gritos de dolor y confusión, tuvo un instante de lucidez para entrar rápido a la casa y poner su cara bajo la llave del agua. El daño, empero, ya estaba hecho.
Érica Vanegas, ahora / Foto Ricardo Pinzón
El niño fue capturado y confesó que le habían pagado 3000 pesos (cerca de un euro). Las investigaciones se dirigieron contra Rodríguez, quien aceptó su responsabilidad. La familia de la joven se encontró, entonces, con un frágil sistema jurídico en el que semejante acción es considerada en este país como una lesión personal -algo así como darle bofetadas o puntapiés. No es un atenuante cualquiera porque en términos legales lo hace excarcelable. Aunque le haya matado su belleza, él insistió que de su parte no hubo intento de homicidio.
No es el único caso que ha ocurrido en Colombia. La periodista Mónica Meléndez, en un reportaje que publica la revista GENTE del mes de noviembre, recopiló 20. Cuatro de ellas aceptaron posar para la lente de Ricardo Pinzón, fotógrafo de la misma publicación. Dos más, que habían aceptado mostrar su rostro, finalmente, desistieron: “Nos da mucha vergüenza”, se excusaron.
Además de Érica, relataron su drama María Cuervo, de 41 años, Gina Potes, de 35, y Gloria Piamba, de 25. “Lo hacemos porque la sociedad debe tomar conciencia de esto”, explicaron. Para Marta Olga Ángel, psicóloga del Hospital Simón Bolívar, un centro en donde han atendido a la mayoría, “visibilizarse” es un paso importante: De esta manera “empiezan a reconocer su nueva imagen y así evitan una autoagresión”. En efecto, tras el ataque y después de la primera mirada ante el espejo, todas confiesan que han pensado en el suicidio y algunas reconocen que lo han intentado.
Esto, por ejemplo, hizo Gloria Piamba. El pasado 24 de diciembre su expareja, Édgar Pinto Valbuena, la buscó con la propuesta de una reconciliación en la Noche de Navidad. Ante el rechazo, intentó agredirla con un puñal. No lo hizo pero antes de irse le dijo: “Si no eres para mí, no serás para nadie. En tu cara me voy a cagar y con la ley me voy a limpiar el culo”. Minutos después, un desconocido, del que solo hay un retrato hablado, le lanzó un líquido que le afectó la sien izquierda, un ojo, la nariz y el mentón. “Sentí que me estaban prendiendo fuego”, recuerda ella. Al confrontarse con el espejo tomó la decisión de quitarse la vida y también la de matar a su hijo, Alejandro, de 5 años, porque “esta vida ya no valía la pena”. Reunió dinero y buscó en el mercado negro un arma para cumplir su propósito. Desistió para, entonces, hacerle frente a la vida. Ahorró y compró un par de máquinas de coser que le permitan convertirse en confeccionista. De vez en cuando su tranquilidad es alterada por su expareja -quien está libre y sin ningún cargo en su contra-. La llama para decirle: “¡Si ves lo bonita que quedaste!”.
Esta tragedia de las mujeres a los que agresores buscan arrebatarles para siempre su belleza se hizo visible en Colombia en junio de 2010, cuando María Fernanda Núñez, una exreina de belleza de la ciudad de Cúcuta, cerca de la frontera con Venezuela, sufrió lesiones similares aunque en menor grado. En un país donde este tipo de certámenes son seguidos por las mayorías, el impacto de esa noticia sacudió todos los estamentos porque la víctima había conquistado un cetro de la belleza. Sin embargo, las historias de las demás chicas hasta hoy habían pasado inadvertidas.
Su salida, ahora, a la luz pública, ha coincidido con varias iniciativas legislativas y de ONG que buscan ponerle freno, de una vez por todas, a la violencia de género. El pasado 9 de noviembre, la bancada femenina en el Congreso radicó un proyecto de ley que busca establecer fronteras precisas cuando se tramitan los casos judiciales de agresión contra mujeres. La iniciativa legislativa elimina, entre otras, la posibilidad de la conciliación y el desistimiento entre las partes. Esto porque hoy muchas mujeres acuden ante las autoridades, pero después de la agresión, perdonan a sus parejas, incluso algunas vuelven con ellos, y las querellas son archivadas.
La iniciativa va inclusive más allá. “Se podrá interponer una denuncia por parte de cualquier persona para que la autoridad competente inicie de oficio la investigación, y en dado caso, así la mujer se retracte, siga adelante el proceso”, explica la senadora Alexandra Moreno Piraquive. La iniciativa es impulsada por las representantes de todos los partidos políticos y tiene el respaldo del presidente Juan Manuel Santos, quien ve en la violencia de género una “vergüenza” a la que hay que ponerle freno de una vez.
“Tenemos que reaccionar”, dice la periodista Jineth Bedoya, quien fue abusada sexualmente por varios miembros de los paramilitares cuando ella estaba haciendo un reportaje. “A una le duele tanto la agresión como la indiferencia de la sociedad. Por eso, siento alivio cuando veo que estamos reaccionando para frenar este horror”. Para ella, hay que visibilizar los casos y también aprobar un conjunto de normas más severas. Jineth abandera desde EL TIEMPO, el diario de mayor circulación nacional, la campaña: “¡No es hora de callar!”. La periodista da cifras escalofriantes: “De 400 mil mujeres que hemos sufrido violación en medio del conflicto, la Fiscalía General de la Nación solo tiene 700 casos. ¡No más silencio! Entre más mujeres denunciemos, habrá menos agresores encubiertos”.
Gina Potes, de 35 años, ve estas medidas saludables aunque considera que son tardías. Argumenta que si Colombia tuviera disposiciones más severas desde cuando ella fue atacada hace 15 años, probablemente no existiría esta espiral que empezó con golpes, violaciones hasta “hacernos esto”. Ella estaba en su casa haciendo tareas domésticas cuando tocaron a la puerta. Con la inocencia de sus entonces 20 años, salió a atender el llamado. Antes de que pudiera reaccionar, un hombre le arrojó en el rostro ácido que llevaba en un tarro plástico. “¡Eso le pasa por ser tan bonita!”, le gritó y emprendió la huida.
Gina Potes en la actualidad.
Como a varias de las mujeres luego de un ataque con ácido sulfúrico, Gina despertó tiempo después en un hospital. Hoy cuenta las 24 veces que ha ido al quirófano para reconstruir lo que era su rostro e ironiza –indignada– de los 30 días de incapacidad laboral que, tras el ataque, le dictaminó el Instituto de Medicina Legal.
“Yo todavía me estoy recuperando”, dice. Ya no modela, pero sabe de estética –es técnica profesional–, por eso se maquilla, se peina, trata de mantener la vanidad. “Soy una mujer en todos los sentidos, así no me den trabajo por la cicatriz que tengo”. Nunca ha claudicado. La mueven las ganas de vivir y la indignación de las cifras de violencia de género. En 2010, más de 28 mil mujeres en Colombia sufrieron de algún tipo de maltrato a manos de su pareja.
La casi totalidad de los casos quedan en la impunidad. “El sistema penal colombiano es pragmático, está diseñado para juzgar al victimario y no para defender a la víctima. Por eso, si no hay una carga probatoria fuerte, la cosa se queda así”, explica Natalia Poveda, de la ONG Humanas.
A mujeres como María Cuervo, de 41 años, no les quitan el sueño las batallas jurídicas sino el dolor que da pasar por el quirófano y el terrible miedo de enfrentarse a un espejo. Hace seis años, un 8 de marzo, fue atacada cuando en Colombia se celebraba el Día de la Mujer. “Triste, ¿cierto?”, dice ella. De su casa retiraron, por súplica suya, los espejos. Se enclaustró durante un año, tiempo que tardó para volver a ver su rostro reflejado. “Le tenía pánico al espejo”. De esa época para acá, le han efectuado 50 cirugías.
En un país donde se le rinde culto a la belleza, los agresores han encontrado en este cruel y horrendo método una forma de venganza inimaginable. Es el crimen perfecto: asesinan la belleza, la víctima jamás olvida al victimario y éste sigue libre, como si nada.