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Otro ingrediente del éxito populista es la afición milagrera de las masas supersticiosas - ¿usted y yo, incluidos?-, que cifran sus anhelos de revancha en la estampita del ídolo.
Hoy Diego Armando Maradona podrá, por fin, cumplir su deseo de regresar a Cuba, dizque a someterse a un tratamiento casi milagroso, sólo posible en la gran finca de los hermanitos Castro, que lo alejará ahora sí para siempre, prometen, de la adicción esclavizante a las drogas.
Hace unos días David Gistau en el periódico madrileño La Razón ironizaba que así como Víctor Hugo dijo que el primer loco que se creyó Napoleón fue Napoleón, ahora el primer loco que se cree Maradona es ese “gremlin” esférico y sudoroso que dice ser Maradona internado en un manicomio en la Argentina.
Y como Napoleón en Santa Elena, el loco que se cree Maradona se irá a una isla mítica y milagrera – Cuba- a seguirse creyendo el gran Maradona, aquél que doblegó en la imaginería popular a la Pérfida Albión con un gol, ayudado por la mano divina (dijo el mismo Pibe), inolvidable, en el pasto del Estadio Azteca en México.
Dice el propio Gistau que muchos, tal vez millones, de argentinos prefieren pensar en el otro Maradona –no en ese despojo del futbolista que mueve a lástima o a irrisión- para poder seguir creyendo en el ídolo a la altura de sus sueños de revancha. Tres estampitas que lleva en su corazón el argentino ávido de populismo: Evita, Gardel y Maradona.
Nadie hizo tanto por los desposeídos de este mundo como Evita… Y lo sigue haciendo más de 50 años después de muerta. Ya se sabe que prometió: “Volveré y seré millones…” Las pintas en los suburbios de Buenos Aires (“¡Evita Vive!”) dan testimonio de la inmortalidad de la estampita de la santa de los descamisados.
Nadie cantó como Gardel. Y lo sigue haciendo. Sabiduría popular, entre los aficionados al tango, es que “Carlitos cada día canta mejor”.
Nadie jugó futbol, dicen, como Dieguito. Y habrá de seguir haciéndolo –sueñan- anotando eternamente el gol del desquite, el gol milagroso, el gol que por un momento (“!detente, instante, eres tan hermoso¡” parafraseando a Goethe) devolvió a las masas supersticiosas al paraíso perdido, aquél donde no hay trabajo, ni esfuerzo, ni dolor, ni escasez, ni responsabilidad, ni mérito, ni culpa (libertad tampoco porque es un lujo inútil y pernicioso), donde el ídolo encaramado en el Estado nos dispensará todo, munificente y generoso.
Si usted como yo piensa que toda esta superstición de los ídolos de estampita es basura, usted –como yo- ya habrá experimentado, en esta Hispanoamérica nuestra, el desasosiego de “estar de más”, de ser odiado en este manicomio de los adictos a las estampitas milagreras. Adictos al señuelo populista, adictos al cuento de que “el pueblo” (esa entelequia) siempre tiene la razón, especialmente cuando está bajo los efectos hipnóticos de la palabrería vana del jefecillo de la aldea
Columna de Ideasal vuelo publicada originalmente en octubre de 2004, en "El Economista" (se llamó en la versión original: Maradona y la cultura de las estampitas).