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Por Lauren Rosewarne, University of Melbourne
Cuidado de la salud, juicios justos y educación son cosas que aceptamos como derechos humanos sin titubear.
A diferencia del aire fresco y la comida, podemos vivir sin escuelas o sin procesos judiciales justos mucho más tiempo que sin agua, pero, claro, nadie está dispuesto a renunciar a estas cosas. No son derechos tan esenciales como el de protestar pacíficamente y votar y vivir sin ser esclavizado.
El sexo debería incluirse en esta lista. Es tan importante como el derecho a practicar la religión que uno escoja; o como el derecho a no ser discriminado. Se debería incluir en esta lista, como la religión, nadie debería ser forzado a participar, pero, al mismo tiempo, a nadie debería poder negársele acceso al sexo.
Dicha sugerencia es, desde luego, muy controversial, tal y como lo testifica el nuevo documental SBS Scarlet Road.
Al pensar en el sexo como un derecho humano, de toque, de placer, de orgasmo, sucede que nuestro concepto de derechos se nubla; nuestra pasión y defensa por los derechos se vuelve mucho menos ferviente cuando necesitamos iniciar un diálogo acerca de la excitacion y el placer y la satisfacción sexuales.
Puede que el sexo sea agradable, quizás hasta maravilloso, pero se puede sobrevivir sin él: los deseos no son lo mismo que las necesidades y las costumbres sociales dictan que la categoría de derecho rara vez se le otorgará a algo con tantos recovecos adjuntos.
La nuestra no es una cultura en la que el sexo pueda tenerse con quien uno desee y cuando sea que se desee; por lo tanto, el considerar el sexo como un derecho humano sería una aseveración complicada.
No voy a colocar al sexo en la misma categoría que la comida y el agua; es obvio que nadie muere sin él. Pero la gente tampoco muere si no tiene derechos de propiedad o se le invade su privacía, y sin embargo, sí consideramos esos derechos como fundamentales.
En cambio, voy a sostener que para mucha gente una vida de calidad requiere contacto sexual, y que justo como el acceso al transporte público para los discapacitados, el servicio postal para los geográficamente aislados, son elementos incluidos y cruciales en una sociedad civilizada y compasiva, el acceso a las necesidades sexuales debe ser considerado igual de importante como los otros derechos. También voy a argumentar que el sentir incomodidad por tratar un tema, no es razón para dejarlo de lado.
Antes de defender los servicios sexuales para los discapacitados, para los ancianos, para los desolados, para los ganosos o los excitados, habré de reconocer que considerar al sexo como un derecho eleva algunas preocupaciones obvias relacionadas con consentimiento y provisión. Son preocupaciones que repudiaré, pero que deben ser tomadas en cuenta.
El considerar el sexo como un derecho humano, potencialmente ofrece justificación para la violación: se podría sostener, por ejemplo, que un hombre, al violar, solo está haciendo uso de sus derechos maritales; que una mujer estaba solo haciendo uso de su derecho al orgasmo. El ejercicio de tales derechos, potencialmente abre una Caja de Pandora de defensas legales: el estar caliente de pronto suena legítimo, en vez de ser elemento de risa.
¿Es el sexo un derecho humano? No es tan fácil como decir sí … o no. SBS
De igual forma, sostener que una persona tiene derecho a conducta sexual implica que, para los que no están en una relación o sin acceso a una pareja dispuesta, que una pareja debe proveérsele; que la sociedad debe proveer gente que dé servicio a este derecho.
Ambas son preocupaciones válidas, pero pueden ser fácilmente mitigadas por el dictado liberal grandioso de la selección. El sexo puede ser un derecho, pero como el de la libre expresión, no puede ejercerse a expensas de los demás: no puedes forzar a la gente a oír tus balbuceos y no puedes forzar a otra persona a tener sexo contigo.
De manera semejante, en tanto que considerar el sexo como un derecho, provee justificación para la industria del sexo, a nadie debería podérsele obligar a trabajar en ello; aquellos que escojan necesitar el ser compensados financieramente —como en cualquier otro servicio— y aquellos que no necesitan protección.
Nuestra cultura acepta rápidamente la provisión externa (outsourcing) de cualquier servicio doméstico. Nos caminan a nuestros perros, nos podan el césped, nos lavan nuestras camisas; y todo eso lo hace gente con la que no desayunamos y a las que no les compramos tarjeta el día de San Valentín. Nuestras ocupadas vidas son aliviadas por el trabajo físico de otros.
Sex has to be thought of in this way. No, maybe it’s not a romantic assertion, and perhaps not a politically correct one either, but pretending that sex is always about lovemaking and declarations of devotion is a naïve and discriminatory contention.
El sexo debe ser considerado en esa misma forma. No, quizás no sea una afirmación romántica, y quizás no sea políticamente correcto decirlo, pero sugerir que el sexo es siempre “hacer el amor” y declaraciones de devoción, es una pretensión discriminatoria e ingenua.
Esta artículo fue originalmente publicado en The Conversation. Aquí puede leer el artículo original.