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Cuatro estrellas y media
The artist del director francés Michel Hazanavicius es una de las grandes favoritas para llevarse la estatuilla del Oscar a Mejor Película el próximo 26 de febrero. Aunque es difícil imaginar que la Academia de Hollywood pueda otorgarle la más deseada presea a una coproducción franco-belga, cuya única intervención de dinero norteamericano es de tipo independiente.
De las nominadas al Oscar aún faltan algunas por estrenarse pero, de lo que se ha proyectado, definitivamente The artist es la mejor. La trama se desarrolla en el Hollywood de 1927, momento en el cual el cine silente está por desaparecer con llegada del sonido.
George Valentin (Jean Dujardin) es una aclamada estrella de películas mudas que se niega a trabajar en cintas sonoras. Una fan de Valentin, Peppy Miller (Bérénice Bejo), sueña con ser actriz y accidentalmente encuentra una puerta a la fama y al corazón de George.
La historia es un abierto y franco melodrama que podría resultar muy predecible. Pero destaca, no por lo que cuenta, sino por la estética con la que se narra. Hazanavicius hace un logrado ejercicio de cine silente que significa un bálsamo visual y narrativo en una época donde la cinematografía se ha llenado de efectismos y en la cual la imagen ha mermado su capacidad comunicativa. En la era del barroquismo digital, The artist es un necesario volver la vista atrás que termina convirtiéndose en una transgresión a los cánones industriales. En la nostalgia radica el encanto de su propuesta.
Hazanavicius utiliza un estilo de filmación que emula las producciones norteamericanas de los años 20, aunque el argumento está influenciado por cintas de los 30 y 40. Desde el musical de Stanley Donen hasta la siempre referida Ciudadano Kane de Orson Welles.
La escena donde vemos deteriorase el matrimonio de George Valentin y Doris (Penelope Ann Miller) es exactamente igual al juego de campo-contracampo que hiciera Welles en 1941 para mostrarnos el fracaso marital de Charles Foster Kane y Susan Alexander. No es accidental el gran parecido entre Penelope Ann Miller y Dorothy Comingore.
La película es fiel al formato del cine mudo, no hay diálogos y los rótulos (letreros) son inclusive escasos. La cinta se cuenta por si misma gracias a que cuenta con un elenco extraordinario y una banda sonora perfecta. Jean Dujardin hace una interpretación impecable inspirada en Douglas Fairbanks y Rodolfo Valentino. El actor francés se permite cambiar de tono y va de la farsa al drama sin ninguna dificultad. Su compañera, también de nacionalidad francesa, Bérénice Bejo, es una confluencia de Mary Pickford y Clara Bow, con la chispa necesaria para llenar la pantalla y hacer química perfecta con Dujardin. Los actores secundarios también dan la talla, John Goodman y James Cromwell inmejorables.
La música de The artist es un deleite que sigue los esquemas del cine clásico. Sin olvidar los breves pero descomunales efectos sonoros en la onírica escena donde George Valentin entra a una realidad auditiva. Hazanavicius nos hace partícipes de su cinefilia y su profundo amor al cine.
El próximo domingo La invención de Hugo Cabret y The artist estarán peleando Oscares. No importa quien gane, lo substancial es entender que ambas películas demuestran que el cine debe revalorar el pasado si es que desea recuperar su poder expresivo. Para poder sobrevivir como arte es necesario que se libere de tantos artilugios.
Lo mejor: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, la música, la estética y la escena de baile que nos remite a Fred Astaire y Ginger Rogers.
Lo peor: perdérsela.