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“I’ll be back” amenaza Arnold Schwarzenneger en la película Terminator. “Seré candidato presidencial otra vez” anuncia Andrés Manuel López Obrador en días recientes. Y no es una buena noticia ya que que AMLO no debería serlo en el 2012, o por lo menos como lo fue en el 2006.
Irremediablemente combativo, confrontacional, anti-institucional. Invariablemente atávico, testarudo, conservador, contumaz. Alguien cuyas posturas poco claras —y con frecuencia contradictorias— han inspirado una desconfianza que será difícil, si no imposible, remontar.
Alguien que metió a la izquierda en un callejón del cual le está resultando muy difícil salir, a pesar de las alianzas electorales exitosas de los últimos tiempos. Para quienes piensan — pensamos— que México debe tener una izquierda funcional, pocas cosas tan tristes como contemplar la tragedia de su auto-sabotaje desde hace cuatro años.
Las heridas que se ha infligido a sí misma desde la última elección presidencial.
El papel suicida que la izquierda dividida se ha empeñado en jugar. El PRD y el PT y Convergencia atrapados en una lógica de confrontación constante entre sí y sin saber exactamente qué hacer con Andrés Manuel López Obrador. El PRD transformado en propulsor de su peor adversario.
López Obrador convertido en promotor involuntario del regreso del PRI. AMLO responsable, sin sopesarlo siquiera, de una regresión a la cual ha contribuido.
Tomando decisiones equívocas —una y otra vez— que debilitan su posición política y fortalecen las del contrario; haciendo declaraciones que le restan apoyos y se los transfieren a quienes desea debilitar pero termina por apuntalar; negando la legitimidad de las alianzas PAN-PRD aunque se han vuelto la única forma de parar al PRI AMLO como conductor contraproducente; como actor auto-destructivo; como político paradójico que encabeza una izquierda empecinada en empoderar a la derecha priísta. Una izquierda lopezobradorista que en lugar de actuar como contrapeso eficaz al PRI redivivo, explica su avance.
Todo ello producto de las decisiones post-electorales del 2006 que AMLO tomó, y por ello es imperativo recordarlas. No tenía sentido exigir el recuento voto por voto y —al mismo tiempo— negarse a aceptar sus resultados. No tenía sentido denunciar la ilegalidad de la contienda y —al mismo tiempo— aceptar los avances del PRD en ella. No tenía sentido pedir que se examinaran los votos de la elección y —al mismo tiempo— sugerir que era necesario anularla. No fue una buena estrategia descalificar todo el juego y también insistir que lo ganó. No fue una buena estrategia pedir el recuento y también sugerir que no lo respetaría. No fue una buena idea mandar al diablo a las instituciones y alienar con ello a quienes se rehusaron a creer que AMLO era peligroso y ahora piensan que lo es.
Y si López Obrador no entiende ésto, ojalá que otros miembros de la izquierda mexicana sí sean capaces de hacerlo. Ojalá comprendan que el proyecto de nación que sigue proponiendo es demasiado estrecho, demasiado excluyente, demasiado monocromático. El país que quiere gobernar donde sólo hay cabida para los pobres. El candidato que nunca ha dicho lo que hará por las clases medias y cómo fomentará su expansión. El redentor que ofrece aliviar la pobreza pero no explica cómo va a crear riqueza. El líder social que no sabe cómo ser político profesional. Que no entiende la necesidad de deslizarse hacia el centro del espectro político y liderar una izquierda moderna y propositiva desde allí. Incapaz de aprender que precisamente eso llevó al poder a Tony Blair y a Ricardo Lagos y a Felipe González y a Michele Bachelet. La transformación del agravio histórico en la propuesta práctica. La reinvención del resentimiento en planteamiento. El combate a la desigualdad junto con medidas para asegurar la movilidad. Pero López Obrador no quiere o no puede pensar de esa manera. Por su obcecación. Por su tozudez. Por no moderar sus posiciones cuando debería hacerlo. Por amenazar y chantajear a legisladores perredistas que buscaban formar un frente contra el PRI en el Congreso. Por no atemperar sus posturas y posicionarse en el centro pragmático en lugar de atrincherarse dentro de la izquierda recalcitrante. Por pensar que no necesita convencer, que basta con existir.
Este es un diagnóstico desolador para quienes creemos que México necesita una izquierda encabezada por líderes progresistas, audaces, visionarios. Una izquierda capaz de remontar la intransigencia que fortalece al priismo en vez de frenar su avance. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para la restauración conservadora. Una izquierda con ideas viables y no sólo posiciones morales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una fuerza política que sepa ser oposición y también opción viable de gobierno, porque el país necesita ambas. Y si no, López Obrador puede entonar la canción de los Beatles “I’ll be back” y decir “Regresaré de nuevo … Soy el que te quiere”, pero habrá que responderle “Oh no”.— México, Distrito