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Intentaré hacer de este modo, la relatoría del diario de tu ausencia. La empresa de suyo es ardua, pues no encontrarte cotidianamente es complicado: concita recursos consabidos como el café, los amigos y el cigarro. Queda perfectamente claro que no es otra cosa sino un subterfugio para sortear el tiempo que pasaré sin la frescura del verde de tus ojos, sin la airada irreverencia de tu voz y sin la magia que sabes escanciar a manos llenas.
No sabes cómo me mueve escribir el diario de tu ausencia: especialmente si poso la mirada en el sillón en que sueles arrellanarte, como una reina lo hace en su trono y desde el que llenas por completo el horizonte de mi casa, que de ese modo se torna más amable.
Redacto el diario de tu ausencia en fascículos de noche, con acordes de Schumann y Jacques Brel, con una luna otomana rielando por el cielo.
El diario de tu ausencia implica una seguidilla de amaneceres y nostalgias implacables, expectativas de trazos y canciones, el anhelo del retorno y el hambre inaplazable de los brazos... La impaciencia del lecho por propiciar el fragor del reencuentro.
Me pregunto: ¿Qué he de hacer en el tracto de tu ausencia? Escribir proclamas y panfletos indudablemente subversivos, repasar todos y cada uno de los detalles que integran nuestra pequeña historia y su más difusa prehistoria, evocar cada uno de los ángulos y vértices de tu rostro y despeñarme en el tobogán de los recuerdos.
¿Para qué realizar este complejo ejercicio, de resultados tan inciertos? No podría asegurarlo del todo. Quizá para mirar surgir condescendiente el arcoíris de tu sonrisa o simplemente para utilizarlo a manera de conjuro y exorcizar cualquier distancia.
No es nada grato escribir esta crónica de la añoranza, pero entre las sombras de la soledad, la impronta del amor destaca y nos conduce a intentar actos sublimes y desesperados, tan elocuentes, inútiles y conmovedores, pródigos en reminiscencias, silencios y adjetivos como entonar rapsodias y a través de su influjo, tratar de paliar el amplio paréntesis de incertidumbre que permanece abierto hasta que vuelvas.
Me constituyo pues, en redactor del diario de tu ausencia, de este conjunto de evocaciones y sonatas, de esta feraz cacería de luceros,
que se resume tal y como hacen los símbolos fonéticos y lingüísticos en el abecedario, en este estrecho e íntimo girón de desmemorias: tu ausenciario...
Guillermo Barrera Fernández