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Las buenas ideas escasean en Hollywood y no es de extrañarse que el cine de horror tenga que retomar a John Carpenter. En 1978 Carpenter revolucionó el terror con Halloween, una propuesta —influida por el gore italiano— que preparaba a la audiencia para lo que años más tarde sería conocido como slasher (subgénero poblado por asesinos seriales —Jason Voorhees, Freddy Krueger— cuyo principal hobby es descuartizar adolescentes).
Después de los remakes de Rob Zombie sobre la saga de Halloween y de la malograda versión de La niebla en 2005, ahora es el turno de La cosa del otro mundo (The thing, 2011). Más que un remake, es una precuela de la cinta que dirigiera Carpenter en 1982 y que a su vez también era un remake de un filme de Howard Hawks de 1951. Así que podemos decir que esto es un remake del remake.
Un grupo de científicos procedentes de Noruega han encontrado una misteriosa nave oculta bajo el hielo de la Antártida. Dentro de la nave también fue hallado un extraterrestre congelado. La paleontóloga Kate Loyd es contratada para realizar estudios a este misterioso hallazgo. Debido a los experimentos que comienzan a realizar, el extraterrestre volverá a la vida y comenzará a atacar al equipo. Su particularidad es que es capaz de absorber otros seres vivientes, multiplicarse e imitar la forma de sus víctimas. Kate se unirá a los demás científicos para luchar contra el alienígena, pero al mismo tiempo deberá desconfiar de sus compañeros, pues quizá el monstruo ya ha adoptado la apariencia humana y suplantado a uno de ellos.
La mayor diferencia entre esta cinta y la original de 1982, es que la primera aún conserva su poderío visual. En 1982 los monstruos fueron diseñados por el talentoso Rob Bottin y elaborados por un departamento de efectos especiales y maquillaje. Recientemente volví a ver aquella cinta y la famosa escena donde el monstruo se come las manos del médico sigue generando un efecto perturbador. Ahora los aliens se ven como hologramas digitales, tienen movimientos inverosímiles —inspirados en Resident evil— y hasta gruñen para la cámara en close-up.
Lo más destacable en La cosa del otro mundo son sus atmósferas claustrofóbicas en las escenas que se desarrollan dentro de la base y sus brillantes tomas en exteriores. El trabajo fotográfico compensa un poco el innecesario uso de efectos digitales. También peca de diálogos reiterativos, ya sea sobreexplicando la naturaleza del monstruo o empleando frases clichés como "arde en el infierno" mientras un personaje dispara el lanzallamas.
Supongo que John Carpenter ha cobrado un jugoso cheque para autorizar esta producción. Y aunque no es una película vergonzosa, sí está muy por debajo de la genialidad que Carpenter demostraba en 1982. Su principal defecto es ser un reciclaje de ideas y situaciones del filme anterior. Lo única propuesta de esta versión es cambiar las pruebas de sangre por revisiones de empastes dentales.
La sobria brillantez del guión ochentero es transformada en un espectáculo de parafernalia ingenua. La desmesura es tal que la nave espacial es utilizada como escenario —y hasta encendida— en la escena climática del filme. En ese instante se revela que su novel director, Matthijs van Heijningen Jr. no aspiraba a imitar a Carpenter sino a Steven Spilberg.
Este filme puede complacer a los jóvenes cinéfilos que no han tenido oportunidad de conocer la obra de John Carpenter (Halloween, La niebla, Christine, El pueblo de los malditos). Quienes ya han saboreado el poder sugestivo y visual de este director notarán las enormes diferencias.
Lo mejor: la atmósfera, la banda sonora y las tomas en exteriores.
Lo peor: diálogos que repiten explicaciones ya entendidas, efectismos innecesarios y una escasa propuesta argumental.