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La semana pasada, Estados Unidos envió una carta a Irán avisando a Teherán que Washington NO va a tolerar ningún intento de bloqueo del Estrecho de Ormuz. Asimismo, en Teherán asesinaron a uno de los científicos encargados del programa nuclear de Irán, mientras que en Ankara, el presidente del Parlamento persa, Alí Larijani, se reunió con funcionarios turcos para destrabar las negociaciones sobre dicho programa.
Esta semana se efectúa una rotación rutinaria de portaaviones en el Cercano Oriente, donde pueden estar estacionados tres grupos de ataque en el área de operaciones de la Quinta Flota estadounidense y otro grupo de ataque, con base en Japón, que puede desplazarse a la región en siete días. La semana próxima, el general Martin Dempsey, presidente del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, viajará a Israel para entrevistarse con el alto mando. En tanto, Irán agenda para febrero que los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica lleven al cabo otro simulacro de tácticas de cierre del Estrecho de Ormuz.
Simultánea a la escalada de violencia en el Golfo Pérsico, la crisis financiera en Europa continúa; el último golpe fue la rebaja de un escalón a la calificación de Francia. En tanto, China batalla para mantener su nivel de exportaciones, dada la debilidad económica de sus principales compradores, mientras la inflación incrementa el costo de sus productos.
Los cambios fundamentales en las economías de Europa y China producirán modificaciones sistémicas internacionales a largo plazo, pero en el futuro inmediato, la dinámica EE. UU.-Irán conlleva las consecuencias potenciales más serias para el mundo.
Las tensiones crecientes no son inesperadas. Como hemos argüido desde hace un tiempo, la invasión de Irak por EE. UU. y su posterior retirada dejaron un vacío de poder en el país árabe que Irán necesitaba -y podía- llenar. Irán e Irak pelearon una guerra brutal en los 80's que causó un millón de muertos iraníes, por lo cual el interés nacional fundamental de Irán es impedir que resurja un gobierno iraquí capaz de amenazar su seguridad nacional. La invasión y retiro estadounidense de Irak le dieron a Irán la oportunidad de asegurar su frontera occidental: que Irak no la pueda cruzar.
Si Irán llega a tener una influencia dominante en Irak -y no quiero decir que Irán convierta a Irak en su satélite-, se derivan varios efectos. Lo más importante es que la situación de la Península Arábiga quedaría sujeta al cambio. En el papel, Irán tiene la fuerza militar convencional más substancial de todos los demás países del Golfo Pérsico. Si abstraemos jugadores externos, el poder en el papel no es insignificante. Si bien de tecnología sofisticada, la fuerza militar de las naciones de la Península Arábiga (en el papel) es mucho menor y carecen de efectivos militares con compromiso ideológico.
Pero la aptitud militar directa de Irán es sólo el telón de fondo del principal motor de su poder. La fuerza de su potencial e influencia encubiertos es lo que hace importante a Irán. La capacidad secreta de la Inteligencia iraní es bastante buena: ha pasado décadas construyendo alianzas políticas por toda una gama de medios -no sólo malignos. Los iraníes han trabajado con los chiitas, pero no exclusivamente; han tejido una red de influencia entre toda una escala de clases sociales y grupos religiosos o étnicos. Y han entablado sistemáticamente alianzas y relaciones con figuras significativas para responder al poder manifiesto de EE. UU. Al abandonar Irak el poder militar de EE. UU., las relaciones de Irán aumentan de valor.
La retirada de los marines ha tenido un profundo impacto psicológico en las élites políticas del Golfo Pérsico. Tras la declinación del poderío británico después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos ha protegido a las élites de la Península Arábiga y, en consecuencia, el flujo del petróleo. La garantía ha sido el poder militar, como vimos en la respuesta de EE. UU. a la invasión de Kuwait por Irán en 1990. Estados Unidos conserva poder militar en el Pérsico, y sus fuerzas aéreas y navales podrían hacer frente a cualquier provocación abierta de Irán.
Sin embargo, Irán no actúa de esa forma. Pese a toda su retórica, los persas son cautos. Eso no significa que sean pasivos, sino simplemente que evitan los movimientos de alto riesgo. Se mantendrán con sus capacidades y relaciones encubiertas. Esas relaciones existen en un escenario donde --para muchos líderes árabes razonables-- hay un cambio en el balance del poder, con un EE. UU. más débil y menos predictible y un Irán más fuerte, lo cual es tiera fértil para que los aliados de Irán presionen a los regímenes locales a entenderse con los persas.
Estados Unidos quiere derrocar a Bashar al Assad, presidente de Siria, para disminuir la influencia de Irán en la zona.
Los sucesos en Siria se añaden al nuevo peso de Irán. El dizque inminente colapso del régimen del presidente sirio, Bashar al Assad, ha probado ser menos inminente de lo que Occidente imaginaba. Al mismo tiempo, el aislamiento del gobierno de Assad por Occidente (y, más importante aun, por otros países árabes) ha creado una situación en la que Siria depende más que nunca de Irán.
De sobrevivir el régimen de al Assad -- o el mismo régimen sin al Assad --, Irán disfrutaría de una influencia tremenda en Siria; igual que con Hezbolá en Líbano. El devenir actual en Irak, sumado a la supervivencia de un régimen alauita en Siria, permitiría a Irán extender su esfera de influencia desde Afganistan al Mediterráneo. Esta situación produciría un cambio drástico en el balance de poder regional y probablemente redefiniría las relaciones de Irán con la Península Arábiga. Esto es, obvio, del interés de Irán; contrario al de Estados Unidos.
Estados Unidos enfrenta las circunstancias con dos respuestas: clandestinamente, ha emprendido una activa campaña de sabotaje y asesinato para combatir los esfuerzos nucleares de Irán; en público, organiza un embargo del petróleo persa. Este último esfuerzo presenta muchos desafíos.
Japón, el segundo comprador de crudo iraní, ha manifestado su apoyo a EE. UU. pero no ha dicho nada en concreto sobre la eventual reducción de sus compras. Los chinos y los indios (compradores número 1 y 3, respectivamente) le seguirán comprando a Irán a pesar de la creciente presión estadounidense. Y pese a la visita del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, los chinos no están preparados para imponer sanciones, y los rusos no es probable que las impongan aunque estuviesen de acuerdo con Estados Unidos. Turquía no quiere confrontaciones con Irán y trata de mantener abierta la ruta del petróleo para los iraníes, independientemente de las sanciones. Al mismo tiempo, aunque los europeos parecen preparados para participar en sanciones más fuertes al petróleo iraní, han retrasado la acción y ciertamente no están en posición de comprometerse en acciones militares. La crisis económica europea tiene raíces en una crisis política, así que si acaso los europeos pudieran añadir peso militar significativo (del cual generalmente carecen), una acción concertada es improbable.
Es que ni siquiera EE. UU. puede hacer mucho en lo militar. Ni hablar de invadir Irán: la geografía montañosa de un país de 70 millones de habitantes vuelve imposible la ocupacion, aun en el supuesto de que hubiera fuerzas estadounidenses disponibles.
Los operativos aéreos son posibles, pero no se pueden circunscribir a instalaciones nucleares. Irán todavía no tiene armas nucleares; éstas complicarían el problema estratégico, pero el problema subsiste sin ellas. El centro de gravedad del poder de Irán es el peso relativo de sus fuerzas convencionales en la región. Sin ellas, tendría menor capacidad de ejercer poder de forma encubierta, pues la matriz psicológica sería diferente.
Estados Unidos puede elegir hacer una campaña aérea contra las fuerzas convencionales de Irán, pero hay dos problemas. Primero: sería una campaña larga, de meses. Los efectivos iraníes son muchos y dispersos, como se vio en Tormenta del Desierto y en Kosovo, donde, ante contendientes visiblemente más débiles, las acciones llevaron demasiado tiempo y fueron ineficaces. Segundo: los iraníes tienen recursos. Uno de ellos es, claro, el Estrecho de Ormuz. Otro, que sus fuerzas especiales (y las de sus aliados) están preparadas para efectuar ataques terroristas. Una campaña aérea larga con ataques terroristas aumentaría la desconfianza hacia el poder estadounidense más que su crédito, por no meternos a averiguar si Washington lograría apoyo político de una coalición o, inclusive, entre sus propios ciudadanos.
EE. UU. e Israel disponen también de opciones encubiertas. Tienen redes de influencia y agentes secretos muy capaces en la región, e incluso han declarado que los usarán para limitar la adquisición de armas nucleares de parte de Irán --sin recurrir a los elementos militares. Asumimos, aunque sin evidencias, que el asesinato del químico atómico iraní fue un operativo de EE. UU. o de Israel o ambos. No sólo eliminaron a un científico, sino sembraron la inseguridad y le bajaron la moral a quienes trabajan en el programa. También es una señal para los países de la zona de que Estados Unidos e Israel tienen poder de actuación dentro de Irán.
Los intentos estadounidenses de apoyar un movimiento opositor al régimen iraní han sido un fracaso. Teherán demostró en 2009 que puede suprimir las protestas y fue obvio que los manifestantes no contaban con respaldo amplio, indispensable para superar la represión. Aunque EE.UU. ha tratado de ayudar a los disidentes desde 1979, no ha podido crear una amenaza interna real al régimen de los ayatolás. Así, las operaciones encubiertas se dirigen al programa nuclear, con la esperanza de que irradien a sectores de mayor importancia inmediata.
Como hemos explicado, los iraníes ya tienen una 'opción nuclear': el bloqueo del Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 35 por ciento del petróleo transportado por mar en todo el mundo y el 20 por ciento de toda la producción diaria. El cierre del Estrecho también le perjudicaría, por supuesto. Pero de fracasar la disuasión de un ataque aéreo o una campaña encubierta, los persas pueden decidir bloquear el paso. Impedir temporalmente el comercio del crudo, aunque sea de forma intermitente, crearía pronto una crisis económica global, dada la fragilidad de las finanzas mundiales.
Estados Unidos no quiere ese panorama. Washington será extremadamente cauto en sus acciones a menos que esté seguro en alto grado de que puede evitar el cierre del Estrecho, algo difícil de garantizar. La perspectiva también atará de manos a Israel, que puede atacar unas cuantas instalaciones nucleares pero carece de fuerza para eliminar por completo el programa y mucho menos enfrentar el poderío convencional de Irán y manejar las consecuencias de un paso de Ormuz cancelado. Sólo EE. UU. podría encarar todo eso y, dadas las posibles consecuencias, proceder sería detestable.
Estados Unidos continúa con sanciones y acciones encubiertas mientras que Irán continúa construyendo redes de poder encubiertas en Irak y el resto de la región. Tanto EE. UU.como Irán tratan de convencer a las naciones del área de que dentro de un año tendrán un poder supremo. La región no le cree a ninguno de los dos pero tendrá que vivir con uno de los dos o con una lucha de poderes --una prospección atroz. Tanto Irán como EE. UU. intentan magnificar sus muestras de poder como treta psicológica, pero sin pasarse de la raya que lleve al otro a tomar medidas extremas. Irán subraya sus deseos de cerrar Ormuz y su desarrollo de armas nucleares, pero no cruza la línea roja--no cierra Ormuz ni detona ningún artefacto nuclear. Estados Unidos se engalla y presiona a Irán pero no cruza la línea de comenzar acciones bélicas. Con este pulso, evitan disparar en su contrincante una acción inaceptable.
El problema para los Estados Unidos es que, últimamente, el statu quo trabaja contra ellos. Si al Assad sobrevive y la situación en Irak continúa en la misma dirección que ahora, entonces Irán está creando una realidad que definirá la región. Estados Unidos no cuenta con una coalición amplia y efectiva, y, ciertamente, ésta no quiere ir a la guerra. Sólo tiene a Israel, e Israel siente tanta incomodidad como EE. UU. ante la acción militar directa. No está dispuesto a aceptar un fracaso ni quiere más inestabilidad en el mundo árabe. Con todo y su retórica, Israel tiene malos naipes. La única virtud de los naipes estadounidenses es que son más fuertes --pero sólo hablando relativamente.
Para Estados Unidos es prioridad impedir la expansión del área de influencia de Irán. Irak va a ser una arena difícil para detener la expansión iraní. Por eso, ahorita Siria es clave. Al Assad parece débil y su reemplazo por un gobierno sunita limitaría (pero no destruiría) la esfera persa de acción. Sería un revés para Irán y vaya que Estados Unidos lo necesita. Pero el problema es que Estados Unidos no puede aparecer como agente directo de un cambio de régimen en Siria, y al Assad no es tan débil como se dice. Aun así, Siria es el lugar donde Estados Unidos puede trabajar para bloquear a Irán sin cruzar la raya iraní.
El resultado normal de una situación como ésta (en la cual ni Estados Unidos ni Irán pueden pasarse de la raya del otro, dadas las consecuencias desproporcionadas) sería una negociación hacia un acomodo de largo plazo.
Estados Unidos pactando con 'el eje del mal' o Irán en tratos con 'el diablo mayor' son situaciones difíciles de hacer tragar a sus respectivas audiencias domésticas.
Poniendo a un lado la ideología, el problema es: ¿qué tienen para ofrecerse el uno al otro? Lo que Irán quiere -- una posición dominante en la región y una redistribución del negocio del petróleo -- haría que Estados Unidos dependiera de Irán. Lo que Estados Unidos quiere --un Irán que no construya una esfera de influencia sino que permanezca dentro de sus fronteras-- le costaría a Irán la oportunidad histórica de lograr sus reclamos.
Nos encontramos en una situación en que ninguno de los oponentes quiere forzar al otro a dar pasos extremos, pero ninguno quiere entrar en acuerdos más amplios. Y eso es lo que hace peligrosa la situación. Cuando están en juego asuntos fundamentales, cada contrincante puede dañar profundamente al otro si es presionado, y si ninguno acepta negociar, podemos prever una larga partida de ajedrez. Y en esa partida, hay alta probabilidad de errar el cálculo, de confundir el bluf con una acción.
Europa y China están redefiniendo cómo funciona el mundo. Pero los reinos funcionan sobre el petróleo, dijo alguien, y mucho petróleo pasa por Ormuz. Irán puede cerrar el Estrecho (o no) y eso dará nueva forma a Europa y China. El año nuevo comienza donde lo esperábamos: en el Estrecho de Ormuz.
(George Friedman / Statfor Global Intelligence / 17-I-12)