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El único mexicano que ha ganado dos medallas de oro, el único que consiguió tres preseas en una sola edición olímpica, fue también un hombre que vivió y murió en medio de la intriga, que es el deporte nacional no reconocido.
I: La leyenda
El general Humberto Mariles Cortés: Una gloria y una verguenza nacionales
La leyenda lo envuelve, y parece que de pronto la bruma del mito se sobrepone al individuo, pero eso es lo de menos. No se le pueden hacer remilgos a la biografía de un hombre que vio a Hitler enfurecer por el triunfo de Jesse Owens (en viaje patrocinado por Lázaro Cárdenas); que siendo militar desafió al presidente Miguel Alemán y se fue sin permiso a las olimpiadas; que fue recibido en Roma por el papa Pío XII (irónicamente, un 10 de mayo); que ganó la primera medalla olímpica de oro para México, montando un caballo al que le faltaba un ojo; que insultó verbalmente al presidente Ruiz Cortínes; que fue sentenciado a pasar 20 años en Lecumberri por dispararle a un automovilista en un altercado de tráfico (y matarlo, aunque el reporte oficial maquillaría muy bien todo); que cumplió solo cinco, pero que terminaría sus días, inesperadamente, en la celda de una cárcel de Paris, envenenado, después de haber sido apresado en un restaurante donde compartía comida con dos narcotraficantes buscados por la policía francesa.
Si Humberto Mariles Cortés no hubiera nacido, su historia la hubiera escrito Paco Ignacio Taibo II en una de sus novelas policíacas.
II: Arre
El general Mariles y su caballo Arete, lograron la gloria olímpica
No fue una, sino tres las medallas que Mariles dio a México en las olimpiadas de Londres 1948: dos de oro y una bronce, montando a su caballo Arete. El entonces Coronel del Ejército Mexicano llevaba doce años preparando al equipo de jinetes mexicanos y había visto cumplirse dos ciclos olímpicos sin actividad (por la Segunda Guerra Mundial), de modo que cuando Miguel Alemán le ordenó no ir a la gira europea que concluiría con la competencia en los Juegos Olímpicos, Mariles literalmente se montó en su macho, agarró y se fue: no había estado esperando todo este tiempo para que a un hombre de escritorio, por muy presidente de la República y jefe máximo del Ejército que fuera, se le ocurriera de última hora no permitirle irse a representar al país a las olimpiadas.
El perdón presidencial vendría con los logros en el viejo mundo y las medallas que trajeron de regreso. Sin embargo, el temperamento del que luego fue ascendido a General le causó no pocos desencuentros a lo largo de su vida.
III: A mi nadie me grita
El general Mariles en un homenaje realizado en su honor
Cuando un borracho (dicen) se le cerró con su carro (dicen) al general Mariles, (el 14 de agosto de 1964, exactamente 16 años después del glorioso día en el podium) éste ni tardo ni perezoso sacó su pistola y le disparó al agresor, que luego resultó ser un individuo de conducta vana y carácter peligroso, padre de varias criaturas con diferentes mujeres, lacra social y otras lindezas que sacaron a relucir oportunamente los abogados del militar.
Lo malo fue que al balaceado se le ocurrió morirse una semana después (de algo que no tenía nada que ver con el balazo, aseguraron los peritos) y el general se enfrentó a un juez que no se impresionó con sus medallas olímpicas, ni sus genuflexiones ante el Papa, ni por sus ovaciones de pie en Wembley y lo condenó a veinte años de cárcel.
El general Mariles y Arete, su famoso caballo tuerto
Adolfo Aguilar y de Quevedo, abogado de Mariles, apeló. Dijo en su alegato que la ley no exige, ni puede exigir, lo que es imposible para la naturaleza humana, pues su cliente no se había educado en un colegio de monjitas y se preguntó si los señores magistrados esperaban que Humberto Mariles interrumpiera la reacción que de modo forzoso le produjo la provocación, la grave ofensa, la reiteración de embestida y el acoso de su atacante, para quedarse inmóvil, sereno y tranquilo; si juzgaban que no debió tener el ánimo conturbado y excitado, en extrema y confusa tensión, sino con mesura que permite frío y calculador raciocinio, contenerse y no usar el arma que portaba.Para qué calientan al general, pues, si ya ven que es bien bronco, la culpa es del muerto.
IV: Finales incompletos
A su salida de la cárcel, Mariles todavía fue invitado a participar en un desfile del 20 de noviembre (en 1972), donde dicen que le aplaudieron mucho. Sin embargo, viene el giro de tuerca, pues en palabras de su hija Virginia: Un día después, acaso dos de aquel desfile, mi padre recibió una orden del gobierno: trasladarse a París. Nunca nos dijo el motivo
Estando en Paris Mariles se reunió para comer con dos individuos quienes después se sabría eran narcotraficantes (de la French Connection), quienes al ser aprehendidos por la Policía francesa, comentaron que habían estado con el General. De ahí se dieron nuevas detenciones y dos semanas después de su llegada a París, se informó que Mariles había fallecido a causa de un edema pulmonar, pero en realidad su muerte fue por envenenamiento durante el desayuno de ese día en su celda en París. Hay versiones también en el sentido de que se suicidó.
V: Arete, el caballo tuerto
Estatua en honor del binomio: Mariles- Arete
En 1938 nacía en el rancho Las Trancas, en Los Altos, Jalisco, un potrillo alazán tostado que sus criadores llamaron Arete, por una hendidura natural en su oreja izquierda. Arete fue comprado en 400 pesos por el Coronel Rocha Garibay, comandante del trigésimo regimiento destacado en los Altos, Jalisco y de inmediato fue montado por oficiales del regimiento.
Tras sus triunfos fue vendido en 1947 al ingeniero Juan Barragán (ocho mil pesos), quien luego se lo dio a Casimiro Jean, presidente del Club Hípico Francés. En enero de 1948, Mariles conoce a Arete, un caballo tuerto (el animal por una deficiencia orgánica fue perdiendo poco a poco la vista del ojo izquierdo y los veterinarios debieron vaciarle el ojo). Al montarlo, comienzó una nueva era para ambos.
Después de haber pasado por los Juegos Olímpicos, Humberto Mariles adquirió a Arete, con el que volvió a triunfar en innumerables ocasiones durante los próximos 3 años, pero un día, cuando el equino jugaba con El Cordobés, un caballo argentino, se golpeó con una pata en la clavícula derecha y se la rompió. De ahí comenzó una nueva batalla, salvar la vida del mejor caballo que Mariles había montado, el animal con el cual el parralense se había colgado la medalla de oro y los más destacados veterinarios del país y los mejores cirujanos ortopedistas se encargaron de la operación.
Se produjo entonces una fatídica paradoja: la operación fue un éxito, la clavícula de Arete fue rescatada, sin embargo surgió una situación, las dosis de anestesia no fueron exactas en cuanto a la aplicación de un animal, lo que llevó a una descerebración, lo cual indica que aunque siguen vigentes las funciones del sistema nervioso, muere la corteza cerebral, lo anterior es conocido como sobreviviente en estado vegetal, la muerte en vida, por lo que Arete tuvo que ser sacrificado el 4 de febrero de 1952.