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Ya es definitivo: chimpancés y bonobos difieren en un 0.4%; éstos difieren de los humanos en un 1.3%; los gorilas difieren de las tres especies anteriores en un 1.75%, y los más diferentes, los orangutanes, difieren de todos los demás en un 3%.
Un grupo internacional de científicos ha completado la secuenciación del genoma del bonobo, el "pariente" vivo más cercano al hombre, junto al chimpancé, aunque los bonobos son aún mas pacíficos, juguetones y, también, mas promiscuos sexualmente.
Para la investigación se secuenció el genoma de Ulundi, una hembra de bonobo del Zoo de Leipzig. La comparación de su genoma con el mapa genético de chimpancés y humanos refleja que ambas especies de simios difieren del hombre aproximadamente en el 1.3 % de su genoma, mientras que bonobos y chimpancés están más estrechamente relacionados: en un 99.6 %.
Marquès-Bonet señala que, a pesar de que el genoma de bonobos y chimpancés son igualmente distantes del hombre, la secuencia del bonobo revela que en algunas partes específicas del genoma humano están más cercanos de los bonobos que de los chimpancés, y en otras regiones ocurre lo contrario.
El estudio indica que hay partes del genoma humano más parecidas al del chimpancé o al del bonobo, de lo que coinciden entre sí esas áreas en las dos especies de simios.
El bonobo es una especie -de las que sólo quedan unos miles de ejemplares en territorios de la República democrática del Congo- muy cercana evolutivamente al chimpancé, con un ancestro común del que sólo les separaría entre uno y dos millones de años de divergencia, pero cuyo comportamiento social ha evolucionado de forma dispar.
Mientras el chimpancé es muy agresivo y territorial -son habituales guerras entre "tribus"- el bonobo destaca por ser pacífico y por su gran actividad sexual: el sexo cumple una función de reducción del estrés en esta especie, que lo practica entre individuos de ambos géneros.
Un bonobo usa la computadora bajo la supervisión de un psicólogo. Los otros tres monitos también son bonobos. Estos animales son vegetarianos e irremediablemente pacíficos.
El bonobo, conocido también como chimpancé pigmeo, no fue descubierto hasta 1928 (por eso tal vez son menos populares que los chimpancés comunes)en unas pequeñas poblaciones al sur del río Congo, cuyo enorme cauce podría ser la causa de la separación evolutiva de la especie con los chimpancés, sin que luego se crearan mestizajes ni cruces posteriores.
En septiembre de 2005 se publicaron en la revista Nature los resultados de las investigaciones sobre el genoma de los chimpancés, demostrando éstas que compartimos con ellos el 99.4% de la secuencia y el 97% de los genes. Desde entonces, una sucesión de revelaciones científicas no ha hecho más que apuntar en un sentido: los grandes simios se encuentran considerablemente más cercanos a nosotros (o nosotros a ellos) de lo que nunca habíamos sospechado.
Como "grandes simios" se considera a los homínidos no humanos, es decir: el orangután, el gorila, el chimpancé y el bonobo (o 'chimpancé pigmeo', aunque este último sea en realidad una especie del penúltimo).
Las consecuencias de las últimas investigaciones en filogenética son simplemente demoledoras. Dentro de los homínidos, existe muchísima menos distancia genética entre los humanos y los chimpancés que entre éstos y sus segundos parientes mas cercanos, los gorilas. Los taxónomos argumentan que, en base al conocimiento actual, no existen razones científicas para mantener a chimpancés (Género Pan) y humanos (Género Homo) en géneros distintos. Como dice el evolucionista Richard Dawkins: “No hay una categoría natural que incluya chimpancés, gorilas, orangutanes, pero excluya a los humanos". Algunos van más allá y sostienen que todos los homínidos han de ser englobados en el género Homo.
Filogenéticamente nos encontramos bastante más cercanos a los grande simios de lo que sospechó Darwin cuando elaboró su árbol evolutivo.
Cuando Louis Leakey, uno de los padres de la antropología y de la paleontología moderna, descubridor del Homo habilis, envió a tres de sus discípulas a estudiar los grandes simios del mundo, posiblemente ya sospechaba cuáles serían los resultados. Jane Goodall se fue a Tanzania a estudiar a los chimpancés, Dian Fossey a los montes Virunga a a observar a los gorilas de montaña y Biruté Galdikas a Borneo a estudiar la conducta de los orangutanes.
Cuando Goodall regresó de Tanzania con sus estudios, Leakey afirmó que «Los científicos tienen dos opciones: deben aceptar a los chimpancés como seres humanos por definición o deben redefinir al ser humano». Gracias a los resultados de sus investigaciones sobre la conducta de estos primates, la sociedad comenzó a ser realmente consciente del parentesco que nos unía y en 1997 la ciencia los incluyó junto con nosotros en la famila Hominidae.
No sólo somos parecidos a muchas de las criaturas que habitan el planeta, sino que en algunos casos nos distinguen cuestiones mínimas. Que la distancia entre algunas especies y la nuestra en muchos aspectos no sólo es una cuestión de grado, sino que es realmente pequeña. Tan pequeña que siguiendo las evidencias científicas habríamos de compartir género con ellas, lo cual nos plantea cuestiones totalmente novedosas, como la nueva concepción ética que hemos de tener de ellas. Si los grandes simios pasan de repente de ser "animales" (según la 2ª acepción del diccionario de la RAE "ser orgánico animado irracional") a ser "semejantes", no pocas barreras y estereotipos habremos de romper.
"Dudo de que cualquier científico que estudie a los primates sugiera que no tienen un rango de sentimientos similar al de los humanos", declaró el primatólogo de la Universidad escocesa de Stirling que ha demostrado que los chimpancés pueden entrar en una profunda depresión por la muerte de una pareja o un familiar cercano. El duelo y respetuoso silencio de un grupo antes y tras la muerte de uno de sus miembros guarda una tremenda semejanza con el comportamiento de nuestra especie en casos similares. En los bosques de Guinea se registró el dato de una madre chimpancé que, ante la muerte de su cría, transportó el cadáver durante 68 días.
Sara con Kika (chimpancé común) jugando juntas como dos amigas... pero hay que tomar en cuenta que los chimps son caníbales y a veces brutales.
Los únicos animales capaces de manifestar empatía son los mamíferos. De estos, los más capacitados para sentirla son los elefantes, los delfines y los primates. A su vez, de todos estos animales, el ser humano y el chimpancé son las dos especies que más alto grado de empatía con otros seres pueden llegar a mostrar, manifestando inteligencia interpersonal y siendo capeces de percibir en un contexto común lo que otro individuo siente, llegando a modificar su propia conducta en función de ello.
Los estudiosos de la conducta de los primates han ido pulverizando uno tras otro numerosos de los presupuestos que en teoría nos diferenciaban a los humanos del resto de los animales. Así, se ha demostrado que los grandes simios usan herramientas, que se sienten conmocionados ante la muerte de un familiar o pareja, que pueden hacer planes a medio plazo, que prefieren utilizar la mano derecha para tareas que requieren cierta minuciosidad, que son capaces de transmitir de generación en generación comportamientos y conocimientos adquiridos, que poseen capacidad intelectual para contar y para aprender idiomas de signos, que se enamoran, que ríen, que lloran, que no utilizan el sexo sólo para tareas reproductivas, que son conscientes de su existencia como individuos, que se reconocen ante un espejo, que tienen concepto de familia, de clan y de amistad, que son capaces de manifestar altruismo, compasión, empatía, amabilidad, paciencia y sensibilidad, que pueden sentir el impulso de la venganza por sucesos pasados... pero dicho parentesco se ha visto afinado tremendamente mediante los avances en el campo de la genética.
Y aquí es donde surge otra de las controversias. Es mucho más lo que nos une a estas especies que lo que nos separa y están lo suficientemente cerca a nosotros como para urdir nuevos códigos de conducta con ellos, como para establecer un nuevo tipo de relación distinto radicalmente al que hasta ahora hemos mantenido con ellos. Ya en 1993, antes de las revelaciones de los parecidos moleculares, un grupo de biólogos, zoólogos, etólogos, juristas, filósofos y psicólogos, entre otros, iniciaron lo que se conoce como el Proyecto Gran Simio, iniciativa internacional que promueve el reconocimiento para estas especies de tres derechos básicos: el derecho a la vida, a la libertad individual y la prohibición de la tortura. Las connotaciones de estas reivindicaciones son tan complejas como numerosas. Por ejemplo, para considerar que los grandes simios tienen derechos propiamente dichos, habría que aceptar que son personas, pues sólo las personas los tienen. No tienen derechos las propiedades ni las cosas, que es lo que legalmente son ahora los animales y, entre ellos, los homínidos no humanos. Por el contrario, las empresas, por ejemplo, son consideradas jurídicamente como "personas legales" para que puedan ser beneficiarias de derechos. Algunos juristas trabajan para que determinados conceptos jurídicos sean revisados y los miembros de estas especies tengan estatus de sujetos de derecho. Al poseer algunos de los principios constructores de la moralidad, merecerían poseer también derechos reales y jurídicos. De hecho, ya se han dado dos casos -ambos en Brasil, donde la legislación reconoce a los homínidos objetos de derecho- de un juez que concede el Habeas Corpus a chimpancés hacinados en sus jaulas. Esta vez no se trata de la llamada de atención para que estas especies sean preservadas y salvadas de la extinción -que también- o para que animales con sistemas nervioso y cognitivo extraordinariamente desarrollados como los primates no sean sometidas a torturas - que también-. Esta vez se trata de algo que va mucho más allá. De otorgar a los grandes simios una categoría equiparable a la de nuestra especie. De considerarlos nuestros semejantes.
En contra de estas iniciativas se puede esgrimir un argumento de peso. ¿Tiene sentido reivindicar los derechos de los grandes simios cuando no se cumplen los que nuestra especie tiene reconocidos? Efectivamente, las tres quintas partes de los Homo sapiens viven en la miseria más absoluta, decenas de millones de humanos viven literalmente en régimen de esclavitud, a diario son ignorados y pisoteados los derechos más elementales -como el de la vida o la libertad- de millones y millones de congéneres nuestros en todos los rincones del planeta. ¿Debe nuestra incapacidad para hacer valer los derechos entre nuestros iguales ser una razón válida para no reconocérselos a nuestros semejantes?
También se puede argumentar que, puesto que estos seres no poseen deberes fundamentales, no pueden tampoco poseer derechos fundamentales. Afortunadamente este es un postulado que no tiene cabida en el pensamiento occidental y hoy poseen derechos - aunque no deberes - los niños y las personas disminuidas psíquicas, por ejemplo. Pero hasta no hace mucho, en pleno siglo XX, eugenistas como William Graham Sumner proponían establecer dicha ecuación entre derechos y deberes. Y, actuando en consecuencia, "eugenesiar" - eufemismo utilizado en lugar de "eliminar"- a quienes no tuvieran deberes - disminuidos psíquicos o físicos- en un primer momento y a quienes no cumpliesen adecuadamente con ellos - delincuentes y personas poco aptas- posteriormente.
Pero independientemente de la categoría conceptual que queramos otorgarle a los derechos, la ciencia ya ha hablado: tenemos un 99.4 % de ADN compartido.
Existen dos especies de orangután, el de Borneo (Pongo pygmaeus) y el de Sumatra (Pongo abelii). En Indonesia siempre han denominado a los orangutanes "los hombres del bosque". Se trata de los homínidos más alejados filogenéticamente de los humanos y su supervivencia se encuentra gravemente comprometida. La destrucción de su hábitat los ha situado al borde de la extinción.
Actualmente hay dos especie de gorila, el gorila occidental (Gorilla gorilla) -el mayor primate del mundo- y el gorila oriental (Gorilla beringei), ambos africanos y divididos a su vez en dos subespecies cada uno. Todas las especies de gorilas se encuentra en grave peligro de extinción y una de sus grandes amenazas es el contagio de pandemias humanas. En 2006 se publicó en la revista Sciencie que más de 5000 gorilas murieron a causa de la epidemia de ébola que arrasó África Central. No resulta extraño que se vean afectados por nuestras mismas enfermedades, pues comparten con nosotros el 97%-98% del ADN.
El chimpancé común (Pan troglodytes) se divide en cuatro subespecies, todas africanas. Es en todos los aspectos -junto con el bonobo- el homínido más cercano a nosotros. Al igual que sucede con los gorilas y el ébola, los chimpancés se ven afectados por enfermedades que también nos afectan a nosotros. Un estudio desveló que el 35% de los chimpancés salvajes de Camerún son portadores de sida. Evolutivamente, los chimpancés y humanos nos separamos del resto de homínidos hace 7 millones de años y ellos de nosotros hace 4 millones. Por ello, en ocasiones se ha utilizado entre primatólogos y evolucionistas el término "el tercer chimpancé" para referirse a nuestra especie.
El bonobo (Pan paniscus) es una de las dos especies del género de los chimpancés. Poseen una cultura y un comportamiento social muy complejo y elaborado, basado en algo parecido a una sociedad matriarcal. En dicho comportamiento juega un papel preponderante la sexualidad, que es utilizada para canalizar tensiones sociales, para cohesionar los grupos y por su componente lúdico. Es el único homínido - exceptuando a los humanos - que habitualmente anda erguido. También, al igual que los humanos, mantienen los vínculos padres-hijos durante toda su vida, algo insólito entre los animales. Comparten con nosotros el 98%-99% del ADN y algunos científicos plantean, debido al estrecho parentesco que nos une, incluirlos en el género Homo (pasando a denominarlos Homo paniscus) o recalificar a nuestra especie en el género Pan (pasando a denominarnos Pan sapiens). Son considerados como los más inteligentes de los grandes simios -pueden aprender el significado de hasta 400 palabras- y, al contrario que sus primos, los chimpancés comunes, no utilizan la agresividad como manifestación social. Algunos primatólogos definen al bonobo como el mamífero más pacífico que existe.
El humano (Homo sapiens) es el cuarto género de la familia Hominidae. Esta especie es la única dentro de los homínidos cuya distribución se ha extendido por todo el planeta y cuyas poblaciones, lejos de encontrarse amenazadas, han manifestado una espectacular explosión demográfica.
En cuanto al parecido con el hombre, la variabilidad de conductas del bonobo nos lo hace más cercano.
Pero un ser humano puede, en cuanto individuo, parecerse más a un chimpancé o a un bonobo.
Veamos: Dos hombres están sentados en la recepción de una empresa a la espera de una entrevista de trabajo. El primero es lo que popularmente se denomina un «macho alfa», un hombre competitivo, un ganador. El segundo candidato preferiría encontrarse en cualquier otro lugar más amable, donde no tenga que medir sus fuerzas con ningún otro rival. Al primero, dispuesto por encima de todo a llevarse el puesto, le ha aumentado la testosterona, un componente vinculado a la preparación para la competencia o las interacciones agresivas. Su competidor, sin embargo, acaba de sufrir una subida de cortisol, una hormona relacionada con el estrés y las estrategias sociales más pasivas. Quizás estos procesos hormonales se noten en sus caras, pero lo que ninguno de ellos sabe es que el que parece más seguro acaba de reaccionar como un chimpancé y el otro, como un bonobo.
Los que se sientan más identificados por el hombre más apocado no tienen por qué preocuparse. Es lo más común. La mayoría de los varones humanos experimenta cambios hormonales parecidos a los bonobos, mientras que los que buscan estatus se aproximan más a los chimpancés. El estudio, realizado por investigadores de las universidades de Duke y Harvard, ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Según los autores, los cambios rápidos en las hormonas testosterona y cortisol durante la competencia difieren de acuerdo con las respuestas psicológicas y de comportamiento del individuo y de la especie. Los investigadores entregaron a chimpancés comunes (Pan troglodytes) y a bonobos (Pan paniscus) unas bolas de algodón humedecidas en dulces y caramelos. Después, recogieron muestras de saliva de los monos y midieron los niveles hormonales antes y después de que se les presentara una pila de comida a parejas de ejemplares de ambas especies.
Los científicos comprobaron que los machos de ambas especies que eran intolerantes y no querían compartir su comida con sus semejantes mostraban cambios hormonales al anticipar que tenían rivales por la comida. Sin embargo, la forma en que se incrementaron las hormonas fue distinta para los bonobos y para los chimpancés.
A los chimpancés les aumentó la testosterona, que prepara al animal para la lucha o la agresión. Por el contrario, los bonobos mostraron un incremento del cortisol, asociado al estrés y la pasividad. Curiosamente, los chimpancés viven en sociedades dominadas por los machos, donde el estatus es muy importante y se suceden agresiones graves, mientras que los otros primates forman núcleos en los que la hembra siempre es la más dominante del grupo y la tolerancia permite una cooperación más flexible y la distribución de la comida.
«Los chimpancés reaccionan a la competencia como si ésta fuera una amenaza a su estatus, en tanto que los bonobos lo hacen como si fuera una situación estresante», explica Victoria Wobber, de la Universidad de Harvard y autora principal de la investigación.
Los machos humanos suelen reaccionar ante la competencia como los bonobos, como un aumento del cortisol, pero si tienen un «motivo de alto poder» o un fuerte deseo de alcanzar o mantener su estatus, experimentan un incremento de la testosterona. Estos resultados demuestran, como también lo hacen muchos otros experimentos e investigaciones, la cercana relación por descendencia que los humanos tenemos con los simios. (Proyecto Gran Simio / ABC / La bitácora de Humboldt)