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¡Hay tantas cosas que tantos de nosotros quisiéramos decirles a tantos personajes —políticos, religiosos, comunicadores, maestros, empresarios— si tuviéramos la oportunidad de tenerlos en frente!
Si tuviera frente a mí al presidente le reclamaría el que se haya atrevido a confiar en el PRI al hacer negociaciones para buscar apoyo en la reforma energética, en la reforma fiscal y en otras. Finalmente hicieron —los del PRI y demás— exactamente lo que les dio la gana y no lo que el país necesitaba.
Si tuviera frente a mí a los que tienen bajo su responsabilidad la erradicación de los grupos criminales les reclamaría la poca creatividad que han tenido al no usar tecnología de vigilancia aérea para advertir —antes de atacar— la inminencia de su arresto.
Si tuviera frente a mí a los electores que pusieron a Angélica Araujo en la presidencia municipal, no me quedaría más remedio que reclamarles su total falta de responsabilidad en el ejercicio del voto, al colocar allí a grupos de políticos sin interés profesional en cuidar los intereses ciudadanos.
Si tuviera frente a mí a Xavier Abreu, a Patricio Patrón, a Correa Mena, a Payán Cervera —y a algunos otros más— ¡qué no les diría! “Bola de inútiles”, que fueron incapaces de ponerse de acuerdo, interrumpiendo una trayectoria de gobiernos responsables que apenas estaba comenzando, provocando, por sus terquedades, la tragedia histórica que hoy gobierna Yucatán. ¿No se dieron cuenta? Faltaron a su deber histórico de ponerse de acuerdo a favor de Yucatán.
Si pudiera hablar con los que dirigen Televisa les reclamaría el no haber jamás entendido la grave responsabilidad que tienen de elevar el nivel de entendimiento de nuestro pueblo, haciendo exactamente lo contrario: bajar todo lo posible el nivel de calidad humano de sus auditorios populares. Si no tienen audiencia con programación inteligente, ¡que las creen!
Si pudiera hablar con Echeverría, López Portillo, De La Madrid, Salinas, Zedillo y Fox, ¡cuántas cosas no les reclamaría! Pudieron romper paradigmas, hacer cosas especiales; pero prefirieron “cuidar” intereses y privilegios, o no supieron vender ideas nuevas y ganar el respaldo efectivo de los ciudadanos.
Finalmente, le reclamaría una y mil veces a Calderón por qué no libera de una vez por todas todo el espectro de comunicación abierta y lo democratiza con algún criterio socialmente vigilado. Eso acabaría con la “obligación” práctica que todos los mexicanos tienen de “comprar” la imagen del encopetado y similares.
Quizás al hablar con todas esas personas me daría cuenta de que, finalmente, las cosas sólo pueden cambiar cuando se destruyen paradigmas y, con aplomo, se aplican en forma implacable, soluciones efectivas, sin miedo.