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Siempre se dirá que uno es más panista que el otro, pero no se puede negar que ambos tienen los mismos principios, esos que no entienden muchos escritores y articulistas mexicanos y, desde luego, un solo priista.
El lenguaje de Fox es el que todos nosotros podríamos usar platicando entre amigos, en familia, en fin, en confianza. La prensa aprovecha siempre todo lo que Fox dice para colocarlo con letras grandotas, como si los demás no dijéramos lo mismo para expresar exactamente lo que Fox quiere expresar.
Calderón, sin embargo, se ha convertido en el “político correcto”: dice las cosas con sumo cuidado, con gran recato y, desde luego, mantiene bajo control las emociones de lo que siente cuando habla de los temas. Fox no guarda sus emociones: al contrario, las coloca en las expresiones de lenguaje que usa. Fox nos deja ver que lo que dice no es de boca para afuera, sino que le viene de sus más íntimas pasiones y convicciones. De nuevo, deambula por un territorio peligroso y constantemente hacen, los medios, como que calló y resbaló. Y el que gana es el que tiene la última palabra: en este caso, los medios. Lo cual es, irremediablemente, una “lástima histórica” para México porque, al ganar los medios, no necesariamente ganamos los ciudadanos.
La “lógica” nacional mexicana sólo conoce dos formas: le melosidad hipócrita y la descalificación salvaje —preámbulo del uso de armas o pleito cuerpo a cuerpo. Fox está fuera de ambas. Fox es un ser humano capaz de sentarse a una mesa y hablar con sus interlocutores llamándoles a las cosas por su nombre. Al hacerlo, los medios —acostumbrados a sólo los dos métodos extremos mencionados— destruirán lo que Fox busca o realmente expresa: lo dicotomizarán y, así, lastimosamente, se perderá una oportunidad más para que, como “etnia nacional”, nos entendamos.
Por desgracia, don Felipe Calderón Hinojosa trató de guardar la compostura y reprimir sus pasiones políticas. Trató de sonar demasiado al mismo sonsonete, al mismo “tono político” o “tono mediático” que sonaron los priistas en el pasado. La diferencia entre éstos y ése, sin embargo, es abismal en un solo tema: el manejo de lo verdadero. En tanto que Calderón habla sin pasión de verdades sustentadas en hechos reales, los priistas hablaron siempre en “ideas” o, de plano, falsedades, sin sustento alguno con la realidad, pero vendiéndoselas, mediáticamente, como “verdades absolutas” a los mexicanas que aún aspiraban a ser verdaderos ciudadanos.
Entre Andrés Manuel López Obrador y Vicente Fox Quesada vamos a encontrar muchas similitudes y grandes diferencias. Las formas son profundamente similares: les llaman, ambos, al pan, pan y al vino, vino. Y ambos entran a ese territorio mexicano peligroso cuando lo que expresan es tomado por los medios y colocado a disposición del consumo de los mexicanos.
El mexicano vive dos vidas: la suya propia que comparte con sus amigos y familiares y, por otro lado, la vida que los medios cuentan todos los días. En tanto que los medios denostan a diario al presidente Calderón y sólo hablan de “las muertes que produce”, 70% de los mexicanos están seguros de que lo que hace Calderón en la guerra contra la delincuencia organizada, es lo que se debe hacer.
El más reciente resbalón hipócrita de los medios es tratar de desvirtuar lo que Fox expresa cuando dice que “los gobernantes no se deben sentir ‘la mamá de Tarzán’, sino que deben tener la capacidad de oír a los demás…” Cuando dice esto Fox, él sabe que, como gobernante, trató de escuchar lo que los filtros propios de su investidura como presidente de México le permitieron oír. De paso nos está diciendo que él no se sintió “la mamá de Tarzán”, sino que estuvo, en todo momento, plenamente consciente de su calidad de ser humano investido con un puesto de alto poder.
Felipe Calderón ha tenido, en general, un trato respetuoso por parte de los medios, por lo menos, en su persona. Pero, en aras de esas actitudes de perfección mediática, Calderón ha resbalado y, cuando lo ha hecho —como en la entrevista con Hardtalk británica— lo han aprovechado, mostrando una y otra vez el momento de duda y vacilación que reflejó cuando se le hizo una pregunta cuya respuesta real era obvia, pero políticamente incorrecta para ser dicha por Calderón. En ese momento, Fox, en cambio, habría tomado uno de dos caminos: 1) agresiva y hostilmente plantarse al entrevistador y solicitarle se sirva no intentar ponerle trampas o bien, 2) responder abiertamente que “era obvio” que no podría estar de acuerdo con la política de Barack Obama en el sentido de haber hecho nada para detener el flujo de armas de los Estados Unidos hacia México.
Entre Andrés Manuel López Obrador y Vicente Fox Quesada existe una gran diferencia de posturas frente a la producción y la manera de generar la riqueza en una nación. Pero ambos les llaman a las cosas por su nombre, dejando ver con toda claridad cuáles son sus convicciones y sus pasiones. En un lenguaje correcto y de gran dicción gramatical, Calderón hace lo mismo y tiene convicciones reales y actúa de acuerdo con ellas. Sabe que dejar entrever su pasión será usado improductivamente por los medios. Escoge, pues, el otro camino, el del lenguaje calmado, con pocos momentos de expresión de pasión, excepto cuando estas expresiones son compartidas por todo su auditorio, sin excepciones. Suena, sí, a priista; sabemos, sin embargo, que no lo es, por el contenido sustentando en hechos reales de lo que con o sin dicción elegante de lenguaje, expresa en todo momento.
El contenido de este escrito le sirve a quien lo hace para poner sus pensamientos en orden y, a fin de cuentas, entender con mayor precisión qué lectura le podemos dar a lo que sucede. Por muchas décadas la ley fue letra muerta y se usó sólo con un fin: doblegar a los disidentes del régimen político mexicano. La confusión causada por los medios —quitándole valor a lo que realmente lo tiene— ha puesto a México en el grave peligro de regresar de nuevo a los grupos políticos que están convencidos de que la ley es sólo para doblegar a los disidentes.
Vicente Fox Quesada actuó con congruencia entre lo que pregonó y lo que hizo. Él inauguró la verdadera era del respeto absoluto a la libertad de expresión por parte del poder ejecutivo nacional y los demás actores: legisladores, periodistas, reporteros, locutores y demás. Todos expresaron —algunas veces con gran falta de responsabilidad— lo que les vino en gana, sin restricciones. Y esta libertad absoluta continuó con el régimen de Felipe Calderón Hinojosa. Todos los medios, de cualquier dimensión, son respetados irrestrictamente por el poder ejecutivo nacional, desde el cual no se dan intentos ni remotos de coartar la libertad que les corresponde.
El poder de las armas en manos de delincuentes, sin embargo, no entiende eso —ni lo podría aceptar, en caso de entenderlo. Entonces oímos el clamor de las voces internacionales que, tramposamente y con todo dolo —auspiciado por miembros de la “academia” mexicana— hablan de “peligros” a la libertad de expresión en México, sin aclarar que ese peligro sólo existe, sólo emana, de las acciones del crimen organizado para acallar a medios que pueden, en un momento dado, hacer pensar a la gente.
Cientos de notas dolosas, tramposas, circulan todos los días en radio, televisión, prensa y centros de chisme político por todo México. Esta dosis diaria de información —a veces francamente falsa, a veces francamente tendenciosa y falseadora de la realidad— son las que forman esa sinfonía que sólo inyecta confusión a la colectividad mexicana, en la que, efectivamente, se han destruido todas las figuras que podrían haberse considerado “líderes”, dejando un sabor de incertidumbre total, amén de un futuro negro.
La oscuridad de ese futuro proviene de vislumbrar cómo ha actuado ese grupo político en el pasado, demostrando, en los estados que hoy gobierna, que no han cambiada en absolutamente nada: son oscuros, autócratas, intolerantes a la crítica, atacan con cientos de trucos a la libertad de expresión y odian la verdadera democracia.