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Su sonrisa fluctúa libertina,
en canteras de noche se despeña,
el vaivén de sus piernas subversivas
que reclama placer sin contraseñas.
El quehacer de su boca repentina,
los instintos primarios encadena
hasta hundirse en su luna humedecida,
entendida en las artes de las lenguas.
Sus senos emergentes son las viñas,
donde lúbricas lluvias precipitan
la miel que con deleite paladea;
navegando en un lecho que se incendia,
su piel es el pendón con que predica,
su eterna vocación de Magdalena...