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Graffiti en Iztapalapa
Durante su visita a Yucatán el año pasado, el escritor Héctor Aguilar Camín se preguntaba ¿cómo es posible que Mérida tenga un índice delictivo menor al de Ginebra en Suiza y sin embargo la percepción popular coloque a la seguridad en la cúspide de los problemas?
La respuesta parecería simple: Los medios de comunicación nacionales muestran crímenes a lo largo y ancho del país lo que afecta directamente a la opinión pública yucateca. Cierto pero no del todo, deberíamos añadir la desmedida migración del campo a la capital del Estado en situaciones de absoluta precariedad, la constante llegada de gente de todo el país para establecerse de manera definitiva, el consiguiente crecimiento de la mancha urbana, en suma, toda una serie de factores demográficos que a lo largo de las últimas dos décadas han hecho que Mérida "pierda la inocencia".
Según datos preliminares del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI) correspondientes al 2010, no hubo grandes sorpresas, Chihuahua continuó siendo la entidad más violenta y Yucatán la que menos crímenes tiene por cada cien mil habitantes, en contraste Mérida dejó de ser la capital más segura cayendo a un tercer lugar por debajo de Campeche y Colima (con magnicidios y todo).
Hay un tema subyacente que por su propia naturaleza no aparece en las encuestas, me refiero al abuso sexual en las zonas rurales, si bien Yucatán carece de una cultura de la violencia, sí existe una subcostumbre de inconfesables agresiones impúdicas hacia menores de edad especialmente dirigida a mujeres, no alcanzo a comprender exactamente porqué pero está ahí y no queremos verla.
Estamos de acuerdo, en Yucatán no se ejecuta, casi no hay homicidios, o robos de auto, o asaltos, incluso las violaciones como tales son relativamente contadas, contradictoriamente el abuso sexual es consuetudinario amparado en la ignorancia y la lejanía. Si las cifras pudieran ser reales serían de escándalo, en la procuraduría lo sospechan pero no hay manera de probarlo ni de darle seguimiento a una investigación científica.
En el Mayab el crimen organizado muere de inanición, no se trata de una plaza apetitosa para el narcotráfico, geográficamente resulta imposible esconderse, es complicado el tráfico de armas, lo magro del poder adquisitivo desvanece los botines y además ¿cuántos coterráneos serán verdaderamente secuestrables?
Al margen de la propaganda oficial, la ausencia de balas no es sinónimo de seguridad, tampoco ser yucateco es sinónimo de santo, ¡para nada!