1479 palabras
Ana Lacruz luce una alianza en su mano izquierda. Se casó el pasado 22 de octubre. Con Cristo. A sus 43 años, esta pianista profesora de Conservatorio ha sido consagrada como virgen seglar, una orden casi desconocida de mujeres laicas y castas que entregan su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.
Las vírgenes seglares no son monjas ni pertenecen a ninguna comunidad religiosa, más allá de colaborar intensamente en la vida parroquial. Están insertas en el mundo real, mantienen su trabajo y continúan con su día a día de forma discreta.
El Código de Derecho Canónico reconoce esta forma de vida dedicada a Jesucristo, que requiere una vida casta y la total renuncia al matrimonio para transmitir el Evangelio en la parroquia, su empleo, la familia y las amistades.
Lo explica con exactitud Jaime Sancho, presidente de la Comisión de Liturgia del Arzobispado de Valencia, España: "Las vírgenes seglares son antecesoras de las religiosas. Viven completamente al servicio de Dios y de la Iglesia de forma individual. No dependen de una madre superiora, sólo del obispo. Mantienen su trabajo civil, llevan una vida de oración diaria, ayudan a catequesis, en Cáritas. Son un testimonio de entrega completa a Dios".
En la imagen, un grupo de laicas consagradas en Argentina. El movimiento de entregarse al Señor desde la vida seglar está extendido por todo el orbe católico.
En realidad, su origen se remonta a los albores del cristianismo, explica Ana: "Nació de forma espontánea. Santa Lucía, Santa Inés y Santa Cecilia fueron las primeras en descubrir este tesoro, aunque por excelencia también lo es la Virgen María". El padre Sancho corrobora esta versión: "En San Pablo ya hay referencias a las vírgenes seglares, y San Agustín y San Ambrosio, padres de la Iglesia, les dirigieron tratados".
Lo cierto es que la consagración de esta figura se generalizó en el siglo II, aunque perdió vigor con la aparición de las órdenes religiosas en los monasterios. De hecho, desapareció por completo en el siglo XII hasta que el papa Pablo VI la restauró en 1970 y promulgó de nuevo un ritual.
Desde entonces, las vocaciones sólo han hecho que aumentar a pesar de que el número es todavía muy reducido. En España apenas suman 150, cerca de 3000 en todo el globo.
En época del emperador romano Diocleciano, una joven, Lucía, había sido demandada por su pretendiente, debido a la cancelación de su boda por una promesa de virginidad que le había hecho a Dios. La condenaron a muerte por no negar su cristiandad. Se dice que durante su ejecución le sacaron los ojos, pero Lucía milagrosamente seguía viendo.
Ana sintió esta llamada mucho antes de que pudiera identificar de qué se trataba. "En otra época intenté buscar la felicidad en mi carrera, en mis amistades, desde el punto de vista afectivo, pero descubrí que tenía algo más que ofrecer", explica.
Ligada al Camino Neocatecumenal de Valencia -los conocidos como 'kikos'-, asegura que se 'enamoró' de Jesús durante unos cursos de Biblia. Durante doce años buscó su lugar en el mundo. Incluso probó en las misiones y el convento. En vano. "No era completamente feliz", afirma.
Descubrió la orden de las vírgenes seglares en el centro San Juan de la Cruz de Segovia y no dudó en dar el paso porque "representa una forma muy humana y auténtica de vivir el Evangelio". Cumplía, además, con los requisitos. Tenía la sensatez necesaria para asumir esta nueva vida y la vocación de consagrarse eternamente a Jesús.
Aún así admite que se requiere fortaleza para vivir en soledad, porque la consagración como virgen seglar es perpetua, para siempre: "Todos tenemos miedo a decir sí para siempre. El sí para siempre sólo lo puede decir Dios. A nosotros nos cuesta mucho", reflexiona.
Madurez y castidad
El padre Sancho pone el acento en la madurez y en la castidad: "Las aspirantes deben poder discernir esta nueva perspectiva de vida, en donde no cabe una relación de noviazgo".
Para Ana, la clave radica en la libertad de elección: "Yo he escogido libremente esta forma de vida. La virginidad no es una imposición, sino un modo de dedicarse plenamente a Jesús. Algo que no podría hacer del mismo modo si estuviera a cargo de una familia".
No todas las mujeres que inician el proceso para convertirse en vírgenes seglares llegan a completarlo. Algunas abandonan por iniciativa propia, en otros casos el Arzobispado rechaza a las candidatas que no están preparadas para ello.
No fue el caso Ana, que completó su formación con éxito. Aproximadamente un año y medio de retiros de oración y estudios de teología, que aún hoy continúa.
En realidad, tal y como explica el presidente de la Comisión de Liturgia, no se exigen estudios concretos: "Se forman individualmente, generalmente con nociones teológicas y la asistencia de un director espiritual".
"En las diócesis con más vocaciones sí que están empezando a florecer estudios más específicos", apunta esta virtuosa del piano, que recuerda que la última consagración en Valencia tuvo lugar en 2005; la primera desde la restauración de esta figura por Pablo VI.
El rito más antiguo
El arzobispo Carlos Osoro consagró a Ana y a sus otras dos compañeras de viaje (Inmaculada Parra, de 38 años y profesora de religión y Pilar Sarrió, abogada de 49) en una emotiva ceremonia celebrada en la Basílica de la Virgen de los Desamparados el pasado 22 de octubre.
Este ritual, el más antiguo de la Iglesia, es el único que simboliza el matrimonio con Cristo. "El prelado, que representa a Jesús, nos colocó el anillo nupcial (oficialmente la insignia de la virginidad consagrada) y nos impuso el velo, una alegoría de la venida del Espíritu Santo", narra.
Acompañadas por dos madrinas, y vestidas de blanco, las nuevas vírgenes seglares se postraron durante las letanías, al igual que los sacerdotes cuando son ordenados. "Simboliza la entrega total de nuestra vida a Dios", puntualiza Ana.
Todas ellas recibieron también el libro de la oración litúrgica, porque rezar es precisamente uno de sus principales menesteres. Las laudes, vísperas y completas marcan su agenda diaria, que compagina a la perfección con su profesión de músico y docente.
Oración e implicación en la Iglesia
Por la mañana no hay problema, me levanto muy pronto para orar, pero las vísperas tengo que postergarlas hasta que finalizan las clases, a veces más allá de las 8 y media de la tarde", explica con naturalidad.
Asegura que su día a día apenas ha cambiado con la consagración porque antes "ya vivía de este modo". Continúa muy vinculada a la parroquia de San Miguel y San Sebastián, colabora en todo lo que puede, estudia y reza.
El ocio, apunta, es accesorio porque "se siente mejor ayudando a los demás". "Tengo la misión de escuchar a quien me necesite". Insiste, no obstante, en que no está prohibido gozar del tiempo libre, ni descansar. Queda con sus amistades, aunque rehuye del "hablar por hablar". Su lema es el siguiente: "Intento buscar un sentido incluso a las cosas poco trascendentes".
Admite que no es perfecta, que se equivoca porque es humana, "de carne y hueso". Considera, de hecho, que errar es una muestra de "humildad" que nos permite mejorar cada día. Su objetivo es "salir a la calle todas las mañanas con los ojos de Jesús", aunque reconoce que no siempre lo consigue.
Ana no duda ni un instante al afirmar que ahora se siente feliz, plena: "Dios es un artista y nos ha dado muchas opciones para vivir en plenitud. Éste es mi camino".