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Con la llovizna de hoy viernes 30, arribó a nuestra ciudad la cuarta novela del estadounidense Jonathan Franzen, quien se hizo famoso con 'Las correcciones', ganadora del National Book Award 2001.
Escritor lento, sale traducido ahora bajo el sello de editorial Salamandra. He aquí una entrevista de Matilde Sánchez al autor, publicada a principios de año en Ñ, la revista del Clarín.
Él reserva la primera persona para sus ensayos. Cree que en la novela, el realismo naturalista y su narrador ominisciente aún pueden recrear el pacto que atrapaba al lector y cuya popularidad hoy se debe recobrar de las series televisivas; 'Las correcciones' y 'Freedom', sus dos últimas novelas, generan la (a)tracción narrativa que hoy sólo conservan los relatos audiovisuales. Son ambiciosas historias corales donde una familia fallida sostiene el gran edificio que solía conocerse por novela social.
El departamento donde Franzen vive, en el Upper East Side, en lo mejor de Nueva York, (“¿qué más se puede pedir?”) es de un estilo cool sin exagerar, un retrato aproximado de su dueño. A diferencia de la mayoría de los novelistas hoy, él tiene posiciones tomadas y da la impresión de sufrir un poco de más. Continúa publicando sus ensayos –periodísticos, o bien intimistas y autobiográficos–, en la revista The New Yorker.
--'Freedom' despliega algunas nociones clave de la idiosincrasia estadounidense, la competencia y la libertad, desde su lugar central en la utopía del Estado americano hasta sus empleos más cínicos. En su novela, ambos resultan incompatibles con la familia.
--Y a mí me cuesta muchísimo hablar de la libertad en abstracto... Hay una dimensión muy cruda de la libertad en el sistema de consumo expuesta salvajemente en mi país. Se afirma que la única libertad que nadie puede quitarte es la de elegir entre numerosas variedades de un mismo producto. La libertad que maneja Hegel, que empieza en la necesidad, es completamente distinta. Yo deploro la idea superficial de libertad empleada para vendernos cosas, o usada para publicitar una mala política exterior. El epítome de esa libertad es el automóvil, centro de la cultura estadounidense que nos esclaviza y símbolo supremo de las elecciones. La tecnología digital puede ser su prolongación. Pero si uno mira la vida real de la gente, la ve oprimida y atrapada por esas decisiones y esos bienes supuestamente liberadores. Cuando uno analiza esa forma espuria de la libertad, ve que el primerísimo factor que la obstaculiza es la familia. Estamos esposados a una familia, es lo único que no elegimos. Eso duele, claro, porque hoy todos tenemos el impulso adolescente de ser libres, de reinventarnos como se nos ocurra, y la familia nos plantea un obstáculo y una frustración.
La edición de 'Freedom', en 2010, desató un torneo de elogios. Después de una década sin autores en su tapa, la revista Time le dedicó ese espacio bajo la tradicional invocación de “gran novelista norteamericano”.
--¿Diría que la tecnología nos hace más infantiles, como dice Don DeLillo?
--Tal vez. Por ejemplo, aunque los padres estadounidenses son proclives a sentirse “pares” de sus hijos, el lugar de los padres es ineluctable: la persona está sobredeterminada biológicamente a actuar como el mayor. Es un buen ejemplo de cómo la familia es un estorbo a este concepto tan radical de la libertad en nuestro capitalismo de alto consumo. Yo mismo me río y me encojo de hombros cuando me sorprendo actuando como el adulto que soy.
--¿Ve una libertad mejor “administrada” o menos cínica en otras latitudes?
--Es parecido en todo Occidente pero sí creo que un francés o un alemán sienten que hay límites en su nacionalidad. Si algo caracteriza a los EE.UU. es la ausencia absoluta de un límite semejante, digamos, de lo “nacional”. Aquí uno puede ser lo que se le antoje. Los europeos, en cambio, han vivido muy cerca unos de otros por siglos y saben bien que uno no puede tener ni ser cualquier cosa que se le ocurra. Al final del día es inexorable que un francés se sienta... un francés. Esto no necesariamente es malo. Cuando miramos los estudios que miden la “felicidad relativa” en cada país, los EE.UU. ranquean muy bajo. Es un dato chocante en un país que promociona tanto la palabra libertad; es toda una refutación de que ésta nos hace felices.
--Sus dos últimas novelas pintan el Zeitgeist, el espíritu de los tiempos. 'Freedom' aborda tópicos de actualidad y dibuja los avisos de la crisis financiera. Es una novela de“temas”: la imposibilidad de la transmisión de valores, la derrota del esfuerzo individual, la caída de la familia mononuclear, la corrección política como autoconsuelo... ¿La novela sigue siendo el género que mejor contiene la época?
--No creo que sea el único pero sí que sus desventajas son sólo aparentes. Lo que en principio representaría la desventaja absoluta de la novela para contener la época, es decir, que lleva un largo proceso escribirla –y el escritor vive preocupado porque el tiempo está corriendo y se adelanta, mientras él sigue estancado estérilmente en resolver tal o cual detalle. ¡Llegará tarde con su obra! Pero, paradójicamente, es su ventaja rotunda. En el aislamiento de la escritura, al dejar que sólo un rayo mínimo de actualidad entre en el encierro, se percibe mucho más que cuando uno anda por ahí afuera escribiendo blogs, twitteando y mirando TV todo el día.
Aquellos que viven inmersos en el presente tienen mucha mayor dificultad para atender a lo que de verdad está pasando. La novela no sólo es de escritura lenta; también exige gran cantidad de tiempo del lector, eso da la oportunidad de tomar distancia de nuestra acosadora cultura del presente.
--Le llevó casi siete años concluir ésta; hoy no hay presente que dure tanto.
--Así es; ¡cada novela me lleva un promedio de “dos administraciones”!
--La respuesta de la hora es la contraria: una ráfaga de novelas breves, a razón de una por año, a fin de estar siempre entre las novedades y garantizar un continuo de prensa.
--La novela larga probablemente tenga mucho que ver con mis preferencias de lector. Cuando me gusta un libro y lo paso genial, no quisiera que acabe. Y además, como novelista soy un convencido de que la perspectiva de una persona sola siempre es insuficiente y que la superioridad de la novela consiste en que permite descomponer una misma historia desde innumerables ángulos. Esto no es tan fácil de lograr en un cuento o en una película de una hora y media.
--Esa es la definición de la novela clásica de inmersión; casi una novela rusa… En su libro hay referencias directas a 'Guerra y paz', de Tolstoi.
--Siempre voy a las grandes novelas del siglo XIX como uno de los modelos más aptos. Me encanta sumergirme y volver las páginas, empezando con Dostoievsky y siguiendo con Proust, Thomas Hardy y Faulkner. Algunas novelas de Bellow lo logran también. Soy un fanático de William Faulkner, el tipo que estuvo en el momento justo y en el sitio indicado para crear esos libros increíbles. Aunque estén enraizados en el pasado, en los personajes de Faulkner siempre aparecen las ansiedades contemporáneas sobre la clase social, la cuestión racial y la sexualidad con una modernidad impresionante. En los alemanes modernos, todas las cuestiones psicológicas, esa materia profunda, sale a la superficie. Me interesan esos modelos para describir el paisaje social. Y lo hago porque puedo y me divierte mucho, no porque me proponga ser espejo de la realidad. D.H. Lawrence, por ejemplo, no está entre mis favoritos: él se acercaba a esa materia innombrable, tanteaba el camino, pero no lo hacía con humor. Quizá era demasiado sincero, ¿no? La ficción se volvió profunda con ellos.
--Pero esos autores no pertenecen al mismo conjunto.
--Lo siento, pero ése es el lector que soy. Me encantaría combinar la psicología profunda y el efecto perturbador de Kafka, por ejemplo, con una actitud más apolínea y seductora, al estilo Tolstoi, en una prosa sin esfuerzo, como la de Scott Fitzgerald en 'El gran Gatsby' –¡la novela de tus sueños!
--Aunque 'Freedom' fue elogiada como pocas que recuerde en estos diez años, una de las reservas que leí es que en su prosa no difiere de un “tanque editorial”. Charles Baxter afirma: “Franzen escribe como si el modernismo y el posmodernismo experimental no hubieran existido”. ¿Diría que su apego y maestría en el realismo están en el centro de la adhesión de los impacientes lectores de hoy?
--Si demoro tanto en la escritura es porque procuro servir a varios amos... Soy un lector que disfruta mucho de la novela modernista pero también disfruto de esa historia atrapante que te devoras.
Estoy convencido de que hay muchos lectores como yo, quieren algo formalmente desafiante pero, al mismo tiempo, divertido. Supongo que hay una negociación para satisfacer a los dos tipos de lectores, pero ése es el escritor que soy. Y creo que lo que atrapa está relacionado con ese dar vuelta una historia desde diversos ángulos.
--'Freedom' tiene incrustaciones de actualidad importantes, con exposiciones temáticas, por ejemplo, sobre las peores prácticas de la minería a cielo abierto. Luego, el episodio grotesco que transcurre en Paraguay, con la compra de autopartes oxidadas y destinadas a tanques vendidos a Irak. En ocasiones la novela asume la denuncia. En este caso, examina el “lado oscuro” de los EE.UU. en su política exterior.
--Bueno, es que en los últimos años hemos sido grotescos, ¿no es cierto? Durante la administración de G. W. Bush, la política exterior y la nacional eran dos caras de la misma moneda. El corolario en esos años era que ya no necesitábamos gobiernos, sólo necesitábamos corporaciones sólidas, ya se tratara de regulaciones o desregulaciones ambientales en casa, o de asegurar intereses comerciales en el extranjero. Una de las cosas más llamativas del capítulo Irak es que nos reveló el grado al que se privatizó la guerra, al punto de que se peleó y combatió por razones puramente comerciales. Esa fue una actitud muy distinta de la habitual. Sí, creo que ése es nuestro “lado oscuro” y que Barack Obama marcó un gran cambio en esa materia. Nuestro propósito no debe ser sacar a otros países del medio a empujones. Para aquellos que creen que el mundo se reduce a una gran corporación, Obama es un obstáculo.
--En un país donde ya no parece haber necesidad de política, porque de eso se ocupa el Tea Party, ¿la ecología lo convierte en un autor político?
--Son tiempos de oscuridad, no hay duda. Pero Obama hizo por nosotros algo que Bill Clinton no pudo lograr: reformuló el sistema de salud. Sabremos cómo sigue en 2012, veremos si resulta reelecto. Es cierto que su popularidad bajó, pero la del partido Republicano está mucho más abajo...
--Ante un panorama de aclamación casi general, aparecieron algunos comentarios delirantes, que reclamaban que 'Freedom' no se ocupa de la religión.
--Mi objetivo no es ser amado por todos, sino conseguir que se vuelva a hablar de libros y novelas apasionadamente. En ese sentido, me parece un signo vital que haya disputa y desacuerdo.
'Una persona que se pasa catorce horas enchufado a Internet no es alguien cuya opinión me resulte interesante.'
--Ha sido un observador muy atento de los cambios en la lectura. Dijo que uno de los desafíos de los autores hoy es crear ficciones atrapantes.
--Pero, en efecto, es una época en que los novelistas ya no podemos dar al lector por sentado. Si estamos de acuerdo en esto, podemos asumir dos posiciones: desestimar olímpicamente al lector, pensar “soy un artista y estoy cada vez más comprometido con mi arte”, o bien agudizar la imaginación para involucrarlo en nuestras historias. Sin duda, la gran ventaja de los EE.UU. es la dimensión del mercado y su capacidad económica. Quiero decir, esto nos permite a los escritores pergeñar libros innovadores y aún conseguir una masa respetable de lectores que además pueden pagar lo que cuesta el libro. Si entre el 10 por ciento y el 1 por ciento de la población en edad de leer compra tu libro, está más o menos resuelto. Pero cuando voy a Europa en gira y menciono esto, me siento un escritor vendido, un tipo al que le interesa más el dinero que la literatura, cuando no es así… al mismo tiempo, soy consciente, al examinar la historia de la lectura, de que ésta es una distinción muy nueva. Hace cien años no existía la figura del escritor “vendido”. No existía para Charles Dickens ni para Dostoievski; por entonces, sólo existían los escritores. Pero me temo que, si queremos que la novela siga siendo una forma artística viva, fatalmente nos confrontamos con estas cuestiones y debemos darles una respuesta particular. La vanguardia fue y es formidable, pero hoy estoy convencido de que no alcanza para que el proyecto de la novela siga vivo y potente, sino que se convierte en una forma artística muerta.
--Fue un poco alucinante que, cuando la revista Time lo publicó en la tapa, en agosto, la contratapa fuese... ¡un aviso del libro electrónico Kindle! Uno se pregunta qué fue primero, si el aviso del libro electrónico o el artículo.
--Más perturbador todavía era ver el aviso de esa tapa en los iPads… el vértigo, directamente. Pero no hay que perder de vista que Internet siempre está atrasado respecto de la realidad; la television también. Es uno de los malentendidos de esta época. Lo que realmente se adelanta a su tiempo es siempre la literatura –precisamente porque no está pendiente de la basura televisiva.
'Soy un fanático de William Faulkner, el tipo que estuvo en el momento justo y en el sitio indicado para crear esos libros increíbles'.
--¿Piensa en autores como James Graham Ballard o Philip Dick?
--No precisamente, mi temperamento es hostil a los futuristas... No estoy obsesionado con el futuro, al estilo Dick –un radar interesante como él no necesariamente produce novelas geniales sino libros de los que salen buenas películas–. A mí lo que me interesa es la experiencia del ser humano en la actualidad. Para describirla e indagar en ella, me temo que no hay mayor autoridad que el escritor y el poeta. Una persona que se pasa catorce horas enchufado a Internet no es alguien cuya opinión me resulte interesante.
--¿Cuáles son aquellos ingredientes del ser humano bajo la vida actual que más lo estimulan o intrigan?
--¡Uy!, son tantos, pero seguro que no son los hallazgos que el New York Times pone en su tapa. Que la infancia se haya abreviado tanto me intriga, por ejemplo. Hoy la adolescencia comienza a los 10 años y se prolonga casi hasta los 70, en términos de autopercepción. Yo seguiré vistiéndome con ropa de adolescente por largos años. La reinvención de la enfermedad me sorprende, la medicalización de las adicciones cuando sabemos que se trata de una decisión voluntaria, la decisión de dejar que nos interpreten como enfermos, qué significa tener cincuenta años y vivir inmerso en una cultura mayoritariamente fabricada para consumidores de 19 años, desde Internet y los videojuegos hasta las películas, etc. Ésas son preguntas que me apasionan, son las que se hacen los escritores y seguirán siendo noticia en el futuro. E intento dar respuestas a estas cuestiones a través del estudio de mis personajes. Es muy difícil y lleva tiempo crear personajes complejos que al mismo tiempo sean queribles; esto siempre supone confrontar la vida fragmentada y hueca de nuestra cultura electrónica con un entretenimiento que les recuerde a los lectores la verdadera complejidad, la plenitud y las contradicciones de sus vidas.
--¿Cuál es su relación con Internet?
--Internet opera tan al minuto que no da tiempo a pensar. Nunca vi una obra de arte superior salida de Internet, sino piezas que son colaterales o derivadas de algo genial que se gestó fuera de la red. Nunca crea algo a partir de la nada, sino que crea a partir de pequeños retazos de un montón de cosas. Lo que no quiere decir que no emplee Internet. De hecho, en 2008, debido a la campaña pro Obama, fui bastante adicto al blog de un supermatemático y sus cálculos estadísticos. Él analizaba las proyecciones de cada Estado ¡actualizadas dos veces por día! Pero a la vez, este matemático tan sofisticado también parasitaba la información generada en diversas instituciones: ¡Internet no fabrica nada! Es otra distracción, un mecanismo que fragmenta la vida de la gente y le impide concentrarse por sobreestimulación. Es como la Coca-Cola, un hábito que engorda, te pudre los dientes y ni siquiera alimenta. A mí me preocupa cómo construir un libro que la derrote. Hoy tenemos el imperativo, como nunca, de crear historias atrapantes. La adhesión del lector ya no es automática; debemos encontrar procedimientos para recrear nuestro oficio obsoleto.
--Son conocidas sus peleas con la generación que lo precede. Recuerdo su furia cuando el inglés Ian McEwan dijo que en los Estados Unidos ya no quedaban autores “serios”, salvo Philip Roth.
--No soporto la pretendida honradez moral de los autores llamados “serios”. Hay literatura popular extraordinaria y literatura seria muuuy pesada. Ian McEwan puede ser considerado un autor serio, o Coetzee... Updike nunca me gustó. La moral es algo tan importante que uno no debería ponerse serio en ese asunto. Ante la moral, es mejor asumir un espíritu juguetón. Pensemos en Alice Munro, mi escritora viva favorita; sus personajes no se conducen con corrección pero ella no los juzga. Y cuando me gusta un escritor, me gusta todo lo que escribe. Hace poco releí 'El teatro de Sabath', de Roth; me gustó a pesar de que me salté unas cuarenta páginas... El libro suyo que más me gustó fue 'Goodbye, Columbus', o 'El lamento de Portnoy'. Es decir, los primeros. Es un buen signo cuando todos los amigos que uno encuentra por ahí prefieren una novela suya distinta... Roth es un escritor bastante malo que, no obstante, consigue ser una figura heroica. Me irritaría que le dieran el Nobel, por su escaso valor artesanal, pero de algún modo se lo merece. Falla en los principales méritos del novelista: no sabe crear personajes salvo a él mismo y es un dialoguista penoso. Pero una vez que se pone en marcha, llega a lugares insospechados, hasta el heroísmo. Siempre mantiene el humor, y eso está bien.¡Que le den el Nobel, después de todo!