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¿Qué autoridad puede tener un simple mortal para poder hablar de Dios? El Ser Supremo, que mora en las alturas, es tema de santos, eruditos y teólogos. ¿Podemos usted y yo hablar de Dios, de Su forma o de Su esencia? Más vale que sí: empecemos a hacerlo, aunque no seamos expertos.
Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que Dios se convierte en una figura, en una imagen sin vida, que se oculte siempre tras el velo de los altares, en las sinagogas, en las iglesias, mezquitas, o lugares de culto a los que se recurre para encontrarnos con el Todopoderoso, el Señor, el Creador, el Salvador, el Padre, el Eterno, Jehová, Yahvé, el Altísimo, Jesucristo, Providencia, Omnipotente, Omnisciente. Se dice que Dios tiene más de 100,000 nombres. Sus nombres no importan, son sólo descripciones parciales de Su Esencia. Cada quien llama a Dios de acuerdo a su Credo y a su Cultura, pero Él es el mismo para todos.
Lo importante no es el nombre, sino la experiencia de vida que nos transfiere y la Paz y claridad de juicio que nos contagia con su cercanía.
La condición de la vida material, la incongruencia de los sistemas que hemos creado, la pérdida de los valores humanos, la irracionalidad de nuestras acciones como humanidad, la insensatez de las modas y las costumbres, la incapacidad de conservar los recursos naturales y la irracionalidad en el uso de las fuentes financieras para fomentar la guerra en lugar de aliviar el hambre, son hechos que no podemos atribuir a Dios. Si el mundo se encuentra en estas condiciones, éstas son resultado únicamente de la torpeza humana. Recuperar la sensatez, la inteligencia —si es que en algún momento la tuvimos— resulta urgente. El mundo nos reclama apelar a nuestra consciencia, a nuestra capacidad de crear el bien como humanidad.
¿En dónde está el bien? Si entendemos que vivimos en la dualidad del bien y del mal y podemos discernir que nuestra naturaleza se compone de algo más que materia —que somos espíritu y somos almas— entonces seremos capaces de comprender y experimentar que Dios, que habita el mundo del espíritu, es la fuerza y la energía sutil del bien únicamente, el bien unificado. Sin importar Su nombre, juntos todos, con la ayuda del Padre como guía lograremos una práctica del bien. Su contacto nos conducirá a acciones acertadas, justas, precisas, correctas, orientadas al amor. Con Su Luz seremos claros, y sin confusión seremos capaces de crear un mundo y una realidad de Paz y Felicidad.
Dios es el Bien Supremo, no conoce dualidad, es la infinita fuerza positiva de la vida, la energía que limpia y purifica el ambiente, que nos infunde fortaleza y que sostiene la vida. Si reconocemos esto, lo reconocemos a Él. Entonces comprendemos que la relación y la familiaridad con esta fuerza poderosa y sutil del bien no solamente es necesaria sino indispensable. Cada quien desde su propia cultura y desde su propia tradición debemos mantenernos en el recuerdo de esta fuerza. Es obligatorio para poder conducir la vida por el camino acertado.
Poder hablar de Dios significa que ha dejado de ser una imagen y se ha convertido en una experiencia, un acontecimiento que se vive, una práctica diaria, una compañía que aprendemos a disfrutar cotidianamente. Vivir y poder expresar desde el propio centro los dones que hemos recibido de Dios, es compartir la dicha, la felicidad y la paz. Si tienes intimidad con Dios, háblanos de ello y del confort que encuentras en su cobijo de manera que al compartir la experiencia todos podamos experimentar la misma fortuna.
Shakti