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Es un hecho, Angélica Araujo no quiere esta ciudad ni a los meridanos. Lo dijimos siempre y es elemental y lógico: ella no es de aquí sino de Tixkokob, por ende, el cariño que se aúna a los primeros recuerdos no se despierta al contemplar las calles de Mérida que no le dicen nada.
Que Angélica no ama Mérida salta a la vista tras analizar los primeros cien días al frente de su impuesta administración: para iniciar con el pie derecho, a las primeras de cambio quebró la hacienda pública a ejemplo de su sensei y gurú política, entrando en déficit, cosa que contrasta con el equilibrio y el sano manejo financiero de los distintos regímenes panistas y es elemental: no se pueden cumplir compromisos políticos sin ton ni son así nada más e imponer una recua de acémilas (con perdón de la sociedad protectora de animales) sin pagar por ello un alto costo.
Angélica no ama Mérida y eso es notorio cuando autoriza expendios de venta de licor a diestra y siniestra en las zonas más propensas y de mayor sensibilidad a este tipo de medidas como son las comisarías, donde la semejanza con el medio rural, hace que sus pobladores presenten mayor posibilidad de resentir la apertura de negocios que faciliten el consumo de bebidas espirituosas, con el consecuente perjuicio para sus habitantes.
Angélica no ama tampoco a los meridanos y eso se advierte por la manera tan brutal como reprime las muestras de disidencia y los reproches que los ciudadanos conscientes se atreven a formular a su jefa y mentora. Uno se percata de ello, cuando observa el cinismo con que pretende justificarse el lujo de fuerza para acallar una protesta pacífica y la manera tan burda con la que se aspira a justificar los torpes argumentos que utiliza su policía pretendiendo dar visos de legalidad a la tortura contra el pueblo y al despojo arbitrario de las propiedades, como si fuera posible concebir que se realizara un plantón a bordo de una camioneta repleta de droga. Pretextos más pueriles no podrían haber.
Angélica no ama esta ciudad ni sus pobladores y se ve a leguas cuando pretende a toda costa justificar sus excesos y caprichos, haciendo a su pléyade de lacayos plegarse a sus desatinos y arbitrariedades, al más puro estilo de cacique pueblerino. Al fin y al cabo, a eso está acostumbrada, son los usos y actitudes que le sirvieron de ejemplo y con los que creció.
Siempre dije que era ocioso dar plazos de gracia, que los funcionarios tienen obligatoriamente que dar resultados desde el primer día, porque para eso les pagamos sus jefes, es decir los ciudadanos. Siempre dije que Angélica prometió puras mentiras y que no cumpliría nada de lo ofrecido, que los meridanos no terminaríamos de arrepentirnos por realizar tan pésima elección, poniendo al frente de la más importante capital del sureste a una persona sin preparación, sin la capacidad, sin el perfil, sin el interés, sin el amor a los más caros afectos del pueblo emeritense. Tristemente el tiempo se ha encargado de darnos la razón, pero es tarde para arrepentimientos. El daño está hecho y por eso la ciudad está llena de baches, sucia, mal iluminada, repleta de mosquitos e infestada de funcionarios rapaces, ávidos de obtener en algo más de dos años lo que no han logrado en toda su vida. Lo único que queda es no volver a cometer el mismo error y despedir tan malos trabajadores, muy buenos para hablar, pero tan malos para cumplir.
Dios, Patria y Libertad