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El intercambio —tú me das, yo te doy, yo te doy, tú me das— es un invento tan antiguo como la rueda y existe desde tiempos inmemorables como medio para satisfacer necesidades. El ser humano siempre ha tenido la necesidad de dar y recibir en las relaciones con los otros seres humanos. El intercambio es la base del comercio: yo tengo lo que tú quieres y tú lo que me hace falta. El espíritu es ganar-ganar: todos nos beneficiamos de alguna manera. Sobre este principio se fundamenta toda civilización humana. Por no respetar este principio han surgido guerra y miseria.
Con el paso del tiempo, el intercambio primitivo fue tomando nuevas dinámicas. El oro y la plata fueron usados como valor de intercambio universal. El dinero se inventa después, como instrumento de canje para el trueque. Las primeras monedas que se conocen se acuñaron en Lidia, la actual Turquía en siglo VI a. C. Hoy, el dinero que usamos, tiene valor como resultado de un pacto social: todos aceptan entregar sus bienes o servicios a otros, a cambio de los símbolos monetarios (billetes, monedas, etc.) El respaldo del dinero es la suma de los bienes y servicios de la población, el llamado Producto Interno Bruto o PIB. Los gobiernos deben impedir que la impresión de billetes sea superior al PIB. Así se evita la inflación y las devaluaciones bruscas de las monedas. El orden del mundo se sostiene en este frágil concepto de equidad y justicia en el intercambio.
Tener confianza es el requisito, es el valor básico de un intercambio virtuoso. Cuando hay desequilibrio en el intercambio surge la desconfianza y con ella todos los vicios que destruyen las relaciones armoniosas entre las personas. Si alguien se aprovecha y toma ventaja sobre otro, se destruye la confianza y con ella se van las posibilidades de relacionarnos con amor, paz y verdad.
Cuando el intercambio se basa en objetos materiales, la posibilidad de medir el propósito y el objetivo del canje es relativamente fácil. Cuando el intercambio se refiere a conceptos intangibles, nuestra capacidad de calcular y valorar el intercambio se dificulta en gran medida. Si te ofrezco paz ¿qué puedo recibir a cambio? ¿Cuánto vale la paz? De igual forma se puede decir: "Te prometo amor a cambio de felicidad" ¿Cuánto amor y cuánta felicidad? ¿Cómo se medirá? Como seres humanos nos vemos limitados en la posibilidad de intercambiar más allá de lo físico. Necesitamos acceder a la fuente de virtud completa, de perfección para dar y recibir lo intangible de manera ilimitada. El amor es infinito: hay más que suficiente para todos.
Necesitamos llenarnos de bondad, amor, honestidad, integridad, pureza, ética y moralidad completas para poder dar en esta misma medida. Nadie puede dar lo que no tiene. Los seres humanos nos esforzamos en perfeccionar nuestras personalidades y capacidades, pero estamos limitados y condicionados por la imperfección y dualidad. Nuestras relaciones están teñidas de dolor, amargura, infelicidad, ruptura y guerras. Para poder dar y recibir el bien en el ejercicio del intercambio que nos ha caracterizado a lo largo de la historia, es preciso acceder al bien y a la virtud infinitos: ¿Quién puede ofrecer este modelo de superioridad y excelencia? ¿Quién posee este esplendor y pureza para poder dar el bien en toda su fuerza?
Lo que cada uno entiende por Divinidad es el concepto que podemos definir como el bien y virtud en todo su esplendor. ¿Podemos intercambiar con Dios? ¿Qué recibimos a cambio en nuestra relación con el Bien Absoluto? Todo lo que el alma necesita lo obtengo de la Divinidad.
Shakti