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El fin de semana pasado se llevó a cabo la XXI Asamblea Nacional del PAN que eligió, para los siguientes tres años, al Consejo Nacional, el órgano que entre otras facultades aprueba el informe financiero y de gasto, las plataformas legislativa y de gobierno en el ámbito federal, elige a los miembros del Comité Ejecutivo Nacional, entre ellos al Presidente.
Sin embargo, la función más permanente e importante se constituye en ser el espacio de deliberación y orientación para la estrategia electoral, la actuación de nuestros dirigentes y el desempeño de nuestros gobernantes. "La Conciencia reflexiva del partido", así lo definió Efraín González Luna.
Este carácter orientador del Consejo colocó en la antigua tradición democrática del partido, la idea de que en él debían participar no sólo los hombres y las mujeres mayormente dotados intelectual, política y éticamente, sino de convertirlo en el vértice que garantizara la representación del panismo a través de sus regiones y de la diversidad de enfoques y maneras de proyectar en la acción política las ideas comunes: principios y valores.
Unidad de pensamiento en lo esencial, que es lo doctrinal y lo ideológico, el Consejo también es reflejo de la pluralidad que se muestra en el diagnóstico de la realidad, el análisis de los problemas, las distintas visiones en lo programático, y de cómo se concretan en el método y en la táctica específica, los valores.
La Asamblea que renovó el Consejo Nacional fue la más numerosa de que se tenga memoria. Y la enorme cantidad de delegados asistentes de todo el país – sólo tres estados no acreditaron delegación -, lamentablemente no fueron correspondidos en la calidad de las exposiciones. El ambiente, que fue revelador del estado de ánimo del partido fue recogido de manera puntual en una crónica de Victor Hugo Michell, de Milenio.
La elección del Consejo Nacional del Partido dejó de ser aquel proceso de selección individualizada de candidatos. El crecimiento de la Asamblea – ahora se habló de más de 6 mil acreditados con derecho a voto -, en el que cada delegado puede votar 55 nombres, de los cuales surgen como consejeros los 150 más votados, se ha vuelto hasta cierto punto un proceso indiferenciado a la hora de sufragar, en el que ha tomado lugar una feraz disputa de los grupos por el control del Partido, a través de las elección del Presidente del CEN.
El proceso está dominado por las listas que circulan los grupos, definidas nominativamente con antelación en cada uno de los 55 espacios. Se trata fundamentalmente de grupos de poder, no de formaciones ideológicas o corrientes de opinión. Algunos grupos dan margen para que el delegado, si quiere, incorpore algunos nombres bajo su libre elección. Pero las negociaciones nacionales hacen casi imposible que candidatos fuera de las listas, obtengan un lugar en el consejo. Tendría que ser una personalidad verdaderamente arrolladora para vencer la férrea disciplina de los grupos y los cálculos aritméticos que se realizan con eso, precisión matemática.
El Presidente de la República encabeza al grupo mayoritario, y así se ha mantenido estos cuatro años, como la cabeza de un grupo que ha dominado el control del Partido, no sólo porque cuenta con los instrumentos que hoy le brinda el ejercicio del poder, por ejemplo el nombramiento de delegados federales, sino porque a diferencia de su antecesor, Calderón sí conoce la vida partidaria, ha creado estructura propia, y ya fue Jefe nacional del Partido.
En efecto, las listas que circularon los operadores del Presidente Calderón en la Asamblea, dos de ellas ¡impresas en papel seguridad!, consiguieron meter a 145 de sus 150 candidatos. De este hecho inocultable, se ha derivado la interpretación de que el Presidente tiene por si mismo una mayoría absoluta en el Consejo Nacional. Lo cual es inexacto, primero porque el Consejo se integra por 370 miembros, de los cuales 150 fueron electos en asambleas estatales donde se lograron esquemas más incluyentes de la pluralidad partidista, y segundo, porque hay otros 70, entre ex-oficio y vitalicios, donde por su propia trayectoria hay más tradición libertaria.
Por eso señalo que, el del Presidente Calderón es el grupo más fuerte, pero no hace mayoría. Las listas que, a simple vista parecían reproducir en el fondo el escudo del Estado Mayor Presidencial, en efecto, ganaron, pero son también fruto de una negociación que hacen los jefes estatales del partido, el grupo de gobernadores, para entrar en un proceso de votación nacional. Es un error por lo tanto, señalar como incondicionales o acríticos al Presidente a todo aquel que apareció en cualquiera de las tres listas ganadoras. Ahí hay compañeros y compañeras tan o más preocupados por la situación del partido, lo único que ha sucedido es que han hecho a un lado temporalmente su prurito por la intromisión del aparato gubernamental en la decisión de la XXI Asamblea Nacional.
De ser consecuente con ese deber, el Consejo está obligado a mantener al PAN fiel a uno de sus ejes esenciales y ejemplo de su fuerza moral en la tarea rehabilitadora de la política: no ser un órgano sumiso a los deseos del Presidente de la República, o una simple extensión de su pensamiento. La diferencia hasta ahora más substancial del PAN con los otros principales partidos en México es no tener dueños específicos. Quienes se identifican con el Presidente no se pueden convertir en siervos, ni quienes disienten se deben transformar en adversarios. No se trata de hostilizarlo, ni de aplaudirlo. Calderón, que ha asumido directamente la responsabilidad mayor en modelar la anterior como la actual integración del Consejo, debe asumir también la responsabilidad de los aciertos y los errores de esa estrategia concentradora de poder en el partido.