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Todos los mexicanos llevamos un priista dentro
Renward García Medrano
Algo extraño pasa en México, que muchos de sus habitantes no alcanzamos a comprender a cabalidad. Después de muchos años de hegemonía política priista, un partido de oposición, el Partido de Acción Nacional, se erigió con la victoria en el proceso para elegir presidente de la república, haciéndose eco del sentir de millones de ciudadanos hartos de la corrupción y los métodos poco apegados a derecho, que el Partido Revolucionario Institucional utilizaba para mantenerse a toda costa en el poder. El PRI simbolizaba en ese tiempo, los peores usos y costumbres de la vida política nacional: el régimen de partido único, la cerrazón a la crítica, el corporativismo, el uso clientelar de apoyos y políticas sociales, la represión hacia quien no transigiera a aceptar las normas del sistema, la generación constante de millonarios, ya fuera cada sexenio o trienio y la popularización y difusión de lemas como: el que no transa, no avanza; te cuesta o te acuestas, la corrupción somos todos, destierro, encierro o entierro y muchas otras más, que representaban las conductas típicas dentro del tricolor y que por mucho, habían hartado a la población del país.El PRI representaba el policía que pedía soborno para no llevarse el auto al corralón, el burócrata voraz que en el cohecho aprovechaba la lentitud del aparato gubernamental, el líder sindical que vendía a voluntad las plazas de trabajo entre sus familiares y allegados, el militar que hacía negocios con los haberes de la tropa, el maestro que se dedicaba a la agitación y los desmanes en vez de impartir clases, el campesino que malograba sus cosechas para cobrar el seguro, el industrial evasor de impuestos, los medios de comunicación sometidos a los dicterios de los poderosos, en fin, la posibilidad de mentir, robar, falsificar y hasta matar con total y absoluta impunidad.
Mientras las luchas entre las diversas gavillas y facciones revolucionarias fueron constantes y éstas no pudieron dirimir sus diferencias de otro modo que no fuera a través de la violencia, tuvo una razón de ser, como la alternativa menos cruenta que existía para el reparto del poder. De tal suerte, generalizar la corrupción fue la mejor opción que se les ocurrió a los integrantes de muy amplios y diversos sectores sociales.
Pero una vez que el país se fue pacificando y las aguas fueron tomando su nivel, la perspectiva fue cambiando. Durante algún tiempo, la gente no chistó pues consideraba el control del país como una retribución a los méritos (reales o supuestos) demostrados durante la gesta (¿?) revolucionaria. Pero cuando el país fue creciendo y el olor a pólvora se fue disipando, el sistema político se fue revelando como arcaico e ineficiente.
A pesar de todo, los cambios todavía llevaron algún tiempo, debido al miedo inveterado que los mexicanos exhiben ante toda transformación, merced también a los frenos e inercias ingeniosamente inventados por los priistas para salirse con la suya y también, porque no decirlo, debido a las bravatas lanzadas por individuos como el siniestro Fidel Velásquez Sánchez, aquel lechero que llegó a ser uno de los hombres más ricos e influyentes del país y que se eternizó como dirigente obrero, que pregonaba que a balazos se habían hecho del gobierno y solo a tiros lo cederían.
Pero en concordancia con el postulado marxista que afirma que la cuestión económica rige el devenir humano y determina el rumbo de su actuar, las cosas variaron de estado, gracias a dos de los más tristemente célebres integrantes del panteón político: Luis Echeverría Álvarez (arriba y adelante) y José López Portillo y Pacheco (el mismo que prometió defender el peso como un perro), que por medio de la desmesurada corrupción personal y de sus colaboradores, consiguieron que en adelante, el pueblo se hartara, perdiera el miedo y comenzara a elegir otras opciones políticas.
A partir de allá, para el priismo todo fue cuesta abajo, hasta llegar a los tiempos modernos donde Vicente Fox cobijado por el masivo apoyo popular, consiguió echar al PRI a patadas de Los Pinos.
Muchos creímos entonces que se avecinaba para el país una era de orden y progreso inevitables, pero los priistas tenían otras intenciones y a base de intrigar y minar sistemáticamente las bases de la vida nacional, aprovecharon la inexperiencia y hasta la torpeza (fuerza es admitirlo) de varios integrantes de la naciente clase gobernante, para hacer a la patria ingobernable y generar la impresión de que se nos estaba deshaciendo entre las manos, al tiempo que hicieron circular entre sus aliados de siempre: el medio pelo burocrático, los periodistas venales, los empresarios ávidos de ganancias sin importar que sean inmorales, los lidercillos domesticados y muchos otros más, la especie de que solo ellos eran capaces de controlar las fuerzas desatadas, que quizá eran corruptos pero sabían gobernar y que sus pactos con la delincuencia por lo menos derivaban en una muy difuminada paz.
Aseguraron igualmente de forma pública y notoria que habían cambiado, hicieron ostentosos y falaces actos de contricción, juraron y perjuraron que habían entendido que la solución a todos los males era la adecuada combinación de experiencia y juventud y paradójicamente cambiaron para cerciorarse que todo se mantenga igual. (Porque no quiere decir nada de esto que el PRI se haya saneado y moralizado, que sus cuadros hayan rejuvenecido y sus prácticas se hayan adecentado, simplemente depuraron su metodología y refinaron sus malas artes antaño burdas y evidentes).También contribuyeron a extender estos dislates, los gobernadores priistas de algunos estados como el de México y Veracruz, que a la más rancia usanza caciquil, usaron el presupuesto para hacer triunfar a toda costa a sus delfines, que a la vez perfeccionaron los métodos utilizados, recurriendo a la mercadotecnia y al enajenamiento del juicio popular, a base de espectáculos y deportes, convenientemente dosificados.
Así pues, he aquí que el país se encuentra de nuevo en tránsito a teñirse de rojo (color que conscientemente los priistas han elegido, toda vez que infinidad de ellos confiesan sin tapujos su admiración por las dictaduras cubana y venezolana, aunque gocen a más y mejor los beneficios del capitalismo, viajen frecuentemente al extranjero y tengan a sus hijos estudiando en las más exclusivas escuelas privadas), abanderando lo anterior el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, heredero del tenebroso grupo Atlacomulco, del que se presumen vínculos poco honorables y su cohorte de allegados: Félix González de Quintana Roo, Mario Marín de Puebla e Ivonne Ortega de Yucatán. Todos los mencionados encabezan regímenes fundados en el populismo más abyecto y de cuestionable efectividad operativa.
¿Han perdido los mexicanos el civismo, las ganas de progresar, el ansia de vivir en una nación de oportunidades y trabajo?, ¿Dónde están las miríadas de opositores dispuestos a denunciar y resistir los yerros gobiernistas?, ¿abdicaron los jóvenes de sus ideales para sumergirse en orgías mediáticas?
Nada bueno nos espera a los mexicanos pensantes si la actual nomenclatura priista conquista, como todo parece indicar, la presidencia de la república en dos mil doce. Ominosos augurios se avizoran para la libertad y la democracia. Quizá es la hecatombe predicha desde tiempo inmemorial por los astrólogos mayas. De nosotros depende que el cataclismo se materialice.
Dios, Patria y Libertad