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"El patriotismo es el último refugio de un bribón", escribió Samuel Johnson. Pues en México, en estos días, suele ser el primer lugar en el cual muchos actores prominentes buscan resguardo. Buscan refugio. Buscan protección. Llaman a la sociedad a cerrar filas detrás de instituciones o causas del Estado cuyo desempeño ha generado cuestionamientos crecientes, como las guarderías subrogadas del IMSS, el Ejército, o la guerra contra el narcotráfico librada por Felipe Calderón. Para la mayoría de los Ministros de la Suprema Corte, para Fernando Gómez Mont y para el propio Presidente, ser patriota hoy entraña "hablar bien de México". Ser patriota ahora significa ser porrista incondicional, en todo momento y en todo lugar. Ser patriota implica envolverse en la bandera nacional, aunque debajo de ella ocurra lo indefendible.
Porque el tipo de patriotismo enarbolado por los defensores de la situación actual es un impulso contraproducente y peligroso. Constituye un llamado a la conformidad en un país que ya no puede darse el lujo de permanecer tal y como está. Constituye un llamado al silencio que ofusca y tapa aquello que debería ser la preocupación de todos los que se ocupan de vivir en México.
La injusticia, la impunidad y la incompetencia institucional pueden continuar cuando las personas dejan de hablar. Cuando dejan de disentir. Cuando quienes revelan lo que para tantos es evidente -el incendio en la guardería ABC fue producto de omisiones que involucran a los altos mandos del IMSS y el Ejército lamentablemente incurre el violaciones recurrentes a los derechos humanos- son catalogados como "tontos útiles". Cuando se vuelven objeto del ostracismo o la condena, como le está ocurriendo ahora al ministro Arturo Zaldívar por haberse atrevido a llamar a las cosas por su nombre y asignar responsabilidades que en una democracia funcional, nadie hubiera osado rehuir.
En México, los que disienten se vuelven objeto de burla, de sorna, de descalificación. El aparato del Estado se encarga de pintarlos como individuos protagónicos, "progresistas", con una agenda propia que corre en contra del bienestar de la colectividad. Los conformistas emergen entonces como héroes verdaderos que defienden la reputación del IMSS, el honor del Ejército, la valentía del Presidente, la ley, los intereses de la sociedad. Pero en un sentido importante, lo contrario se acerca más a la verdad.
Como lo argumenta el célebre académico constitucionalista Cass Sunstein en Why Societies Need Dissent, quienes disienten suelen beneficiar a los demás, mientras los conformistas se benefician a sí mismos y a su grupo. Tal y como la Suprema Corte benefició a la élite política al negar un precedente de responsabilidad ante errores cometidos. Como Fernando Gómez Mont benefició a su jefe al negar que el Ejército -que tanto necesita- hubiera matado a los niños Bryan y Martín en fuego cruzado. Y mientras tanto, quienes disienten corren el riesgo de perder su trabajo, enfrentarse al ostracismo, ser vistos como traidores a su clase o al consenso que la ha permitido a los altos funcionarios del Estado mexicano operar en la más absoluta impunidad.
Si a quienes disienten -como el ministro Arturo Zaldívar o Raúl Plascencia, presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos- se les diera la razón, alguien tendría que renunciar, alguien tendría que ser enjuiciado, alguien tendría que asumir los costos. Alguien tendría que pagar las consecuencias por los 49 niños de la Guardería ABC o por los dos pequeños que murieron en la carretera debido al fuego cruzado o por los estudiantes del Tec de Monterrey cuyo caso aún no ha sido cabalmente explicado.
Pero la conformidad "patriótica" sustenta una ortodoxia de protección que hace imposible mejorar a México. Impide que información relevante sea tomada en cuenta, como el hecho de que Juan Molinar renovó el contrato de subrogación de la Guardería ABC, pese al reporte que denunciaba serias fallas de seguridad. Impide que La Suprema Corte reconozca errores o que el Ejército los evite.
En México el disenso necesario incomoda; es visto como peligroso, desestabilizador, anti-patriótico. Produce tensión entre los jueces, miedo en la burocracia, ansiedad en la cabeza de Gómez Mont. La conformidad en la Suprema Corte y en la Secretaría de Gobernación suele ser mucho más redituable que la actitud contraria. Conlleva ascensos y aceptación, longevidad y muy buena remuneración. Resulta bastante más lucrativo aceptar la encomienda del Ejecutivo que cuestionarla. Resulta menos políticamente condenable "defender a las instituciones" que reconocer cuando fallan.
Pero el patriotismo mal entendido -tan en boga en estos tiempos- lleva a la aceptación de hechos que son moralmente inaceptables. Conduce a la resignación ante eventos donde la injusticia es obvia. Produce, paradójicamente, el descrédito institucional que tantos quieren evitar. Porque como lo escribió Twain, el patriotismo moderno, el único patriotismo verdadero es la lealtad a la nación todo el tiempo, y la lealtad al gobierno sólo cuando se la merece.- México, Distrito Federal.