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¿Nos divorcia por favor?
Adán Echeverría
Corrompidos por un resplandor de ríos y de grandes
sorpresas hemos perdido para siempre la paciencia de las
familias
Enrique Molina
Reconozco la sexualidad como una búsqueda y una conquista muy lejana de las historias de amor. El matrimonio entonces, lejos del caramelo pasional y visto desde lo Civil, no viene a ser más que un contrato entre dos individuos que les permite ocupar un sitio en esta fiesta social que el estado ha puesto o hecho creer como un paradigma.
La seguridad social, los testamentos, las propiedades, y un largo etcétera quedan establecidos de manera legal en la figura del matrimonio. La realidad es que en el juego de las pasiones, o del amor, del cual tenemos que apuntar su cursilería, como significantes intrínsecos del matrimonio, son de una total y hasta mortal deferencia.
El matrimonio consiste una propiedad intelectual muy difícil de desterrar de nuestros actos. Eso hace que vivamos en el abismo de los celos, de la pertenencia, del rencor agazapado. Lo que comienza como una hermosa luna melosa, llena de sueños, con el paso de los años viene a transformarse en una lucha por el poder.
Llévese esta figura a su máxima expresión en la sociedad: el matrimonio entre el pueblo y sus gobernantes. El mundo de ensueño va terminando con base en las traiciones, las mentiras de parte de aquel que cree tener el poder y las víctimas acaban siendo ambos -el país todo, en este caso-, el más débil o, si creemos en el amor, el que creyó estar enamorado.
En las parejas, en el mayor de los casos, la infidelidad es una de las principales causas del rompimiento, porque en los hogares difícil se nos hace (a pesar de lo políticamente correcto) reconocer libertades como: "Creo que ya no te amo, ya no disfrutamos estar juntos, peleamos demasiado, no siento nada cuando me besas, creo que me estoy dejando llevar por una nueva emoción". Y el otro en vez de asumir: "Cierto, igual me está pasando lo mismo" y juntos sentarse a planear su separación (como planearon la boda), pierden el control, contratan abogados, intentan herir al otro lo más que puedan, lo corren de la casa o la violencia puede crecer y terminar en lo trágico.
Nos llenamos de vengancitas, golpes, injurias y acabamos, las más de las veces, en los juzgados como participantes de un juego estúpido de querer negar la existencia o el reconocimiento del otro. "Ojalá te pudras. Tengo otro que es más hombre. Ella es más inteligente que tú. Lárgate y no vuelvas. Sólo ve por tus hijos y olvídame. Le estoy buscando un mejor padre a los niños. Has sido lo peor que me ha pasado". Frases de un encanto semejante.
Siempre me ha parecido de una enorme tristeza esas parejas que durante años se bebieron, devoraron y paladearon fluidos sexuales y mentales (con deleite y glotonería) ahora utilicen en el juzgado Cartas Poder con sus abogados para no tener que verse ni enfrentarse, utilizando intermediarios hasta para cobrar pensiones, y policías para evitar llegar a los golpes. ¿Cuándo perdimos la cordura? ¿Cuándo nos permitimos ser tan tontos para faltarnos el respeto de esta manera?
En cualquier relación para que exista pleito dos tienen que querer. Yo, por mi parte, soy un franco exponente de no haber podido cumplir con la figura del matrimonio, humillé, engañé, mentí, lastimé y claro, alguna vez seguramente sentí que igual quise, y quise muchísimo. Hoy frente a los espejos de la vida, reconozco que así como se estableció un contrato para unir la vida, de la misma forma tenemos la posibilidad de acabar disolviéndolo y seguir adelante. Nunca aceptaré a los bufones que señalan a la familia como el núcleo de la sociedad, porque la sociedad está formada por individuos, he ahí su núcleo. Por eso creo en los divorcios exprés como una posibilidad de actuar con inteligencia, de redefinirse, revalorarse en el aprendizaje de lo vivido con la certeza de poder comenzar de nuevo.
Nada pasa mas allá de lo que nosotros permitamos. Las pasiones tienen que ser contenidas y que la inteligencia nos devuelva la cordura. Soy un convencido de que las parejas gay como las heterosexuales, conocen los riesgos y los beneficios del matrimonio. Ahí está el dolor y la felicidad, cohabitando en busca de mantener el equilibrio. Dejemos de asustarnos por las separaciones. La vida continúa, el sol saldrá de nuevo, la noche llegará, habrá frío, caerá la lluvia, y el aire continuará soplando. Hay que llorar lo que se tenga que llorar, guardar el luto necesario, ser conciente del respeto por el otro y seguir adelante, fuera de los rencores y las vengancitas.