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Mucho se ha escrito y sobre todo comentado, sobre la orden Jesuita, fundada por San Ignacio de Loyola y considerada por muchos la milicia de la Iglesia Católica, llegando la orden a ser comparada por su modo de actuar, incluso con la masonería. Lo cierto es que la Compañía de Jesús es una orden religiosa que se caracteriza por el énfasis impostado a la educación, siendo sus escuelas sinónimo de calidad académica, misma que en Yucatán se hizo igualmente patente.
Los jesuitas en América
La Universidad Autónoma de Yucatán fue anteriormente el Colegio de San Francisco Javier, institución educativa a cargo de la Compañía de Jesús
Precedida por un gran prestigio de educadores por vocación y por mandato de sus reglas, poseedores de un método moderno de enseñanza que se basaba principalmente en el sistema de emulación y en la preparación de una muy sólida base en artes, eminentemente humanista, la Compañía de Jesús arribó a las tierras de la Nueva España en 1572, primero a petición de los franciscanos interesados en que los jóvenes continuaran sus estudios y posteriormente a solicitud del cabildo de la Ciudad de México (1570).
Los reyes de España se habían resistido para autorizar el paso de la compañía al nuevo continente. Esto, en parte, debido al voto de obediencia que mantenían hacia el Papa y que los hacía relativamente independientes con respecto a la corona, pero finalmente, ante la insistencia, Felipe II expidió la Real Cédula para que los jesuitas llegaran a la Nueva España.
Estos religiosos, en sus crónicas, señalan que fueron enviados por su vida ejemplar y santas costumbres, así como para que ayudasen en la instrucción y conversión de los indios, ya que se le reconocía a la Compañía su grandeza de letras y doctrina, suma erudición y trato grave, espiritual y serio. En un primer momento arribaron a la Nueva España doce miembros de la orden y con el paso del tiempo sumaron hasta quinientos.
En sus instrucciones quedaba señalado que no iniciarían de manera inmediata el establecimiento de los colegios. Antes esperarían dos años, hasta encontrarse familiarizados con el territorio y estar seguros de que contarían con los recursos necesarios para su labor. Por esta razón es que iniciaron enseñando el catecismo a los macehuales, comunicándose con ellos mediante intérpretes. Posteriormente el padre Juan de Tovar hizo la traducción de un catecismo a la lengua náhuatl, que se convertiría a la postre en su manual de enseñanza y primeras letras.
a) La educación informal
Además del sistema escolarizado, los jesuitas ejercían otros ministerios encaminados más bien a la enseñanza informal, misma que se consolidaba a través de la prédica, los sermones, la confesión, los ejercicios espirituales, las visitas a cárceles y hospitales. Los encargados de realizar estas actividades eran sacerdotes concentrados en las Casas Profesa de la compañía.
Las Casas Profesa contaban con un templo y alojaban a los sacerdotes que ya habían emitido los cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y el cuarto, muy importante, la obediencia al Papa y estaban exentos de la docencia escolarizada. Otra característica de estos sitios, era que no debían poseer bienes propios, sino que se ha de sustentar de sola limosna, razón por la cual sólo se fundaban en ciudades populosas como la ciudad de México. De aquí salían también aquellos que eran enviados a las misiones para convertir a los paganos, principalmente en la zona norte de México.
b) La fundación de los colegios
Pasados los dos años, la Compañía inició aquella tarea para la que fue convocada: la buena educación de los jóvenes, mediante la apertura de escuelas públicas que pretendían acabar así, con la ociosidad y los vicios.
En 1574 se pusieron en marcha los trabajos del Colegio de San Pedro y San Pablo, en la sede del virreinato. Para ello solicitaron donaciones, pidiendo a quien no tuviera herederos y quisiera emplear bien sus riquezas, dispensara recursos para educar y fundar colegios y colegiaturas, se convertirían así en señores, perpetuamente, con títulos de patronazgo.
Debido al éxito de este centro educativo, se erigieron otros dos, el de San Bernardo y el de San Miguel, mismos que una vez transcurrido el tiempo se fundarían para dar lugar al Colegio de San Ildefonso, que más tarde sería el principal en la Ciudad de México.
En casi todos sus planteles, los jesuitas incluían el estudio de las humanidades con la gramática latina como fundamento, puesto que su conocimiento era básico para la lectura de textos filosóficos, jurídicos y religiosos, tanto para aquellos que irían a la universidad, como para los que seguirían la vida eclesiástica. También se impartían preceptiva literaria y retórica. Por lo que hace a las artes, estaban presentes: lógica, matemáticas, ciencias físicas y teología.
Los jóvenes que asistían a los colegios eran principalmente aristócratas, aunque también ingresaban algunos de bajos recursos; algunos procedían de otras ciudades donde no se contaba con colegios de nivel intermedio. Los estudiantes podían ser internos y medio internos, dependiendo de los recursos y la procedencia. El número de escolares variaba de un colegio a otro, el de San Ildefonso, por ejemplo, llegó a contar con treinta.
La Compañía de Jesús fundó aproximadamente 16 colegios que se encontraban desde Sinaloa hasta Guatemala. Algunos con un buen número de estudiantes y otros no fueron tan concurridos pero, a pesar de ello, los jesuitas estaban presentes para cumplir con lo que consideraban su misión: salvar y perfeccionar almas, tarea que llegó a su fin en 1767, año en que la orden fue expulsada de los dominios españoles.
Los Jesuitas en Yucatán y el colegio de San Francisco Javier
Desde el siglo XVI y principios del XVII se pensó en la educación superior como una necesidad de la sociedad yucateca y se comenzaron las gestiones para realizar la fundación de un colegio de enseñanza superior, gestiones que tuvo a su cargo el Cap. D. Martín del Palomar. Al efecto, se dirigió a la Compañía de Jesús, cuyos miembros se distinguían por su vasta cultura, sus admirables métodos de enseñanza, su laboriosidad y su competencia y dedicación a la juventud.
En 1605 llegaron a la península los primeros padres jesuitas D. Pedro Díaz y D. Pedro Calderón, mismos que esperaron inútilmente durante dos años, ya que la falta de recursos económicos y la indiferencia del Rey de España y del Supremo Concejo de Indias residente en Madrid, maniataron la voluntad de los peninsulares que no vieron satisfechos sus deseos sino hasta el año de 1618, en que se fundó el Colegio de San Francisco Javier, siendo gobernador de la provincia el Cap. de los Reales Ejércitos Francisco Ramírez Briceño y Obispo de la Diócesis, Fray Gonzalo de Salazar, con fondos de la herencia de D. Martín del Palomar que dejó la suma de $ 20,000.00 (veinte mil pesos) y un predio situado una esquina al norte de la Catedral, cuyo solar abarcaba lo que hoy conocemos como Iglesia de la Tercera Orden, la Biblioteca Cepeda Peraza, el callejón del congreso y el Teatro Peón Contreras.
La licencia para la fundacìón de este primer colegio de enseñanza primaria y secundaria fue otorgada por el Rey Felipe III en Real Cédula fechada el 16 de julio de 1611, en San Lorenzo del Escorial, pero no llegó a abrir sus puertas sino hasta el 10 de mayo de 1618.
Seis años después, en 1624, obtuvo del gobierno de la Corte el privilegio de conferir grados académicos a semejanza de las universidades de España. Convertida entonces en la Real y Pontificia Universidad de San Francisco Javier, abrió las cátedras de Humanidades, Filosofía, Teología y Derecho Canónico, otorgando los grados de Bachiller, Licenciado, Maestro y Doctor.
En 1648 este primero y único hasta entonces, centro de enseñanza media y superior, estuvo a punto de desaparecer, pues la peste que en aquel año asoló a la ciudad de Mérida acabó con seis de los ocho padres que tenían a su cargo las cátedras, inclusive el rector.
El terreno de dicho centro docente, estaba ubicado en las calles 57 y 59 por 58 y 60. Con la aportación de otras cantidades y el decidido apoyo de las autoridades civiles y religiosas se logró el objetivo. En el año de 1618 fue inaugurado con el nombre de San Francisco Javier, un convento de la Compañía del Jesús con su iglesia, anexo al colegio.
Este importante colegio fue elevado a la categoría de Universidad, bajo la responsabilidad de los jesuitas, hasta que en el año de 1767 se expulsó a los religiosos de esa orden. Entonces el edificio fue ocupado posteriormente por los franciscanos de la Tercera Orden, circunstancia de la que tomó su nombre la iglesia; los franciscanos abandonaron la antigua casa de los jesuitas y se dispuso la apertura de la iglesia al público, quedando como parroquia de pardos y morenos. Antes de finalizar el período colonial el antiguo edificio de los jesuitas fue demolido y abierta una calle intermedia que dividió en dos la antigua manzana. En 1917 se fijó como local del poder legislativo el entonces ex templo de 'Tercera Orden'. A partir de 1920 el templo continuó con su uso de centro de evangelización de quien así lo desee, como sucede hasta nuestros días.