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Alberto de Mónaco y Charlene Wittsstock han sellado su relación con dos bodas, una civil, celebrada el viernes y de carácter familiar, y otra eclesiástica este sábado en la tarde, a la que han asistido 3,500 invitados. Todos contribuyeron a ensalzar ese pequeño Estado de dos kilómetros cuadrados en el que se combina tradición, lujo, y un poco de exhibicionismo.
El momento más esperado, el del beso.- ERIC GAILLARD (REUTERS)
El Príncipe se casa a los 53 años, tras diez de relación con Charlene, cinco de convivencia, uno de compromiso y después de llevar sentado en el trono seis años, al que accedió tras la muerte de Raniero.
Charlene de Mónaco se enjuga las lágrimas tras depositar su ramo de novia en la capilla de Santa Devota.
Fue una boda poco común, como poco común es la historia de esta pareja. No se casaron en la iglesia de Santa Devota, la más importante del Principado, sino en el patio del palacio Grimaldi, acondicionado para la ocasión. Un gran toldo blanco protegía del sol y una inmensa alfombra roja daba al espacio un carácter un tanto hollywoodiense. Por ella desfiló una bellísima novia, vestida con un traje impresionante diseñado por Giorgio Armani, el gran artífice de la transformación de Charlene, antes nadadora y ahora princesa. Y un novio también vestido de blanco porque lo hizo con el uniforme de gala de la guardia de Mónaco.
Fue una ceremonia correcta, diseñada para la televisión pero exenta de emoción y sentimiento. Charlene se mostró como una novia tímida, contenida, mientras que Alberto estuvo como ausente. Por si fuera poco, la televisión ofrecía imágenes de la pareja a pantalla partida como si de una radiografía de la situación se tratara.
El heredero de Holanda, el príncipe Guillermo, y su esposa, Máxima, a la llegada al palacio donde se celebra el enlace entre Alberto y Charlene.
En esos instantes apareció el fantasma de los rumores como lo ha venido haciendo toda la semana. Y es que resulta muy difícil correr una cortina y pasar por alto las informaciones aparecidas en medios tan prestigiosos como L'Express y Le Figaro, que atribuyen dos hijos más a Alberto, nacidos cuando ya había iniciado su relación con Charlene, además de los ya reconocidos anteriormente. A estas noticias se suma ahora el anuncio de que la madre de uno de estos dos pequeños está preparada para aguarle la luna de miel al nuevo matrimonio contándolo todo vía exclusiva millonaria.
La pareja cambia de vestuario a su llegada a la cena y posterior baile. Charlene luce un diseño con volantes en la falda de Giorgio Armani Privé, y el mismo recogido que lució esta tarde.
Pero esta boda es necesaria para asegurar el futuro del Principado y de sus 30,500 residentes -que gozan de importantes exenciones fiscales- y para acallar rumores sobre la vida privada de Alberto y no solo de él. Hubo un tiempo en que, cuando el príncipe se resistía a casarse, los consejeros de palacio trazaron un plan B para que Andrea, el hijo mayor de Carolina, sucediera a su tío. Poco duró, ya que el joven se mostró más dispuesto a la fiesta que a los negocios. Fue entonces cuando Carolina, hasta ayer primera dama del principado desde la muerte de su madre, emprendió la tarea de apoyar la candidatura de Charlene, la joven nadadora que su hermano conoció tiempo atrás en una competición deportiva.
Charlene se ha convertido en una princesa de diseño, esculpida por los mejores estilistas y algún que otro cirujano. Ahora, obtenido el físico, le falta ganarse el prestigio real y lo que es más difícil: dar credibilidad a su matrimonio. Tarea parecida a la que hace 57 años emprendió una actriz de Hollywood llamada Grace Kelly convertida en princesa de Mónaco, en cuyo modelo se inspira la recién llegada.