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A cuatro décadas de su muerte en París a los 27 años, el magnetismo del misterio sigue arropando la figura de Jim Morrison, el ¿poeta? que lideró The Doors y trascendió la escena musical para convertirse en icono de la generación maldita del rock and roll.
La figura de Morrison no sólo fue un signo de los años '60, sino una imagen clave en el imaginario rockero de las décadas posteriores.
Y si le cabe el rótulo de maldito al legendario cantante, adjetivo que en los últimos tiempos se atribuye con demasiada liviandad, fue por su cruzada artística, llena de lecturas, psicodelia y experimentación, en conjunto con una manifiesta vocación de escándalo. La música de The Doors (nombre inspirado en un libro de Aldous Huxley, quien a su vez lo tomó de un verso de William Blake) representa un rock primitivo pero sumamente vital, con letras poéticas e instrumentación libre, en ocasiones acompañadas por largos pasajes instrumentales, una música que hoy escasea en los catálogos de los grandes sellos. Para más detalles, es indispensable escuchar su álbum debut, de 1967, un clásico irrefutable tanto para fans como críticos. Un dato curioso, aunque fundamental, es que el máximo éxito del grupo, Light my fire, fue compuesto por Robby Krieger, el guitarrista de la banda.
El rastro de los últimos pasos de Morrison -fallecido a la misma edad que Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones o Kurt Cobain- ha dejado París surtido de lugares vinculados al 'rey lagarto' y venerados por sus incondicionales cada 3 de julio.
Este domingo, en la parisina sala Bataclan, el teclista y guitarrista de la banda ofrecerán un concierto-homenaje al difunto bajo el nombre 'Ray Manzarek & Robby Krieger of The Doors' en el que no participará John Densmore, batería del grupo original.
Este domingo se espera una romería en el Père-Lachaise.
Hay otros enclaves que velan por el recuerdo de quien llevó a las radios de todo el mundo el rock psicodélico de temas como 'The End', 'Break On Through' o 'Touch Me'.
Protegidos por una valla metálica en la división 6 del cementerio del Père-Lachaise, los restos de James Douglas Morrison (1943-1971) yacen bajo una lápida a la que nunca le faltan flores y donde un epitafio reza en griego: Fiel a su propio espíritu. Allí se congregan sus adeptos, que a menudo declaman poemas, hacen fotografías o colocan botellas de bourbon junto a la célebre lápida, mucho más frecuentada que los vecinos lechos del escritor Oscar Wilde, la soprano Maria Callas o el compositor Frédéric Chopin.