1801 palabras
Así lo afirman, lo repiten uno y otro día. Lo dicen en cada ocasión. Son personas que creen haber encontrado la fórmula perfecta para que la humanidad viva mejor. Consideran que el sistema que hoy tenemos —basado en la competencia, con leyes para asegurarse de que se dé la competencia— no funciona porque genera mucho pobre.
¿No se darán cuenta del terrible disparate que están diciendo?
Nuestra especie, la humana, existe hoy porque se dio un proceso de selección natural consistente en que, conforme surgían especies, algunas lograban sobrevivir y otras no. Antes que nosotros han habido otras especies parecidas a nosotros. El homo neanderthalis es una especie que no logró llegarnos al tamaño de cerebro que tenemos. El de ellos solo tenía 1.2 kgs, en tanto que el nuestro alcanzó 1.45 kgs. Esa “pequeña” diferencia, hizo la diferencia. Es algo que no debería ser difícil de entender.
Los “abogados” de los que nos quedamos con pocos recursos —poco dinero— a pesar de trabajar mucho y muchos años, desarrollan un argumento de acuerdo al cual el modelo económico es el que se tiene que cambiar para que no existan tantas desigualdades. Cada vez que oigo estos argumentos siento que el cuerpo se me estremece por dentro. Me pregunto por qué les es tan difícil entender algo que es tan sencillo: la competencia por la supervivencia es una lucha que ganan los que son más competitivos. Eso es todo.
Hoy, ser más competitivo no siempre significa ser el mejor —digamos, objetivamente. Hoy, ser más competitivo significa saber controlar todas las variables del entorno. Y este es mucho más complejo de lo que jamás antes fue. No solo es necesario comprender con exactitud las complejidades del objetivo en el que se desea ser competitivo, sino hay que saber dominar los procesos que están en el camino. En otras palabras, no solo es necesario ser una gran corredor y hacerlo con eficiencia y buena velocidad, sino que también es necesario conocer el camino social que hay que recorrer, las puertas que hay que provocar que se abran y las entidades que deben conquistarse para lograr estar en la competencia.
Ni modo, así es hoy la vida. Esto sí se puede perfeccionar. Pero esto no implica cambiar el modelo, sino eliminar los elementos artificiales, esos que pueden cancelar la posibilidad de que gente más competitiva sea la que gane. Por ejemplo, un caso es el que tenemos cuando el gobierno les cierra las puertas a las empresas pequeñas cuando se trata de competir por un contrato. Al hacer esto, la empresa grande, en forma automática, queda favorecida por una reglamentación que no necesariamente está a favor de lo que se persigue cuando se permite que el más competente gane. A la sociedad misma se le están creando trabas, al no permitir que entidades pequeñas, en proceso de crecer, puedan demostrar que pueden ser competitivas y ganar.
El modelo económico que algunos desean cambiar, el capitalismo, se basa, para funcionar, en la libre competencia de las entidades productivas. Si en forma artificiosa el sistema promueve victorias de entidades que no son las más competitivas, es el público, la sociedad, la gente en general, la que se verá perjudicada: no le llegarán los productos o servicios que más les convienen.
La sociedad sí debe estar pendiente, alerta en todo momento, para vigilar que no se rompa el esquema de la competitividad. De hecho, la legislación para evitar los monopolios es fundamental para evitar, a toda costa, la proliferación de entidades que solo tratarán de acaparar el mercado y luego tener las de ganar, dado que no habrá ningún ofertante que compita con ellas. El público tendrá que aceptar lo que sea que le estén vendiendo.
En México tenemos 2 monopolios —hoy, en 2012— de este tipo: PEMEX y la CFE. Solo podemos comprar los combustibles que se vendan a través de PEMEX y solo podemos contratar electricidad de la CFE. Si los precios o la calidad de los servicios no son buenos, pues es lo que ofrece México, es todo lo que hay. Son monopolios. Como tales, dependen del grado de responsabilidad que tenga el gobierno federal en funciones. Si el gobierno en funciones solo tiene intereses políticos —en lograr ganar elecciones— hará las cosas para que los sindicatos de esas empresas nacionales estén contentos. El público no le importará al dueño —que no lo es— porque el servicio de esas empresas no estará vinculado al partido político, por lo menos, en forma visible y directa. En cambio, si la administración en funciones es responsable, entonces el servicio tratará de mejorarse a toda costa, aunque en el camino los roces con los sindicatos hagan que estos dejen de apoyar políticamente al gobierno en funciones. Los votantes no sabrán por qué se dio un buen servicio, y las leyes electorales prohíben que a la gente se le explique cómo se logro mejorar el servicio. (¿Es esto *aceptable? No, ¿verdad? Entonces, ¿por qué tenemos leyes así?)
Antes teníamos TELMEX como otro monopolio. Hoy es posible contratar servicios de telefonía, Internet y TV por cable de muchas empresas. Algunas de ellas tienen sus propios satélites y otras tienden su propia cablería. Allá está el público para decir lo que siente de esta apertura: ¿han mejorado las empresas que compiten? La respuesta es difícil, pero solo un ciego no podría notar las inmensas mejoras de TELMEX a partir de su privatización en la era Salinas de Gortari. También cabe aclarar que, hasta donde sabemos, TELMEX no ha cumplido cabalmente todos los compromisos que adquirió.
En México, pues, no tenemos un país de libre competencia total, sino uno parcial. No todos los servicios pueden ser objeto de competencia —a ver quién da el mejor— sino solo algunos: los que no sufrieron un cambio constitucional debido al capricho de algún presidente que creyó que había que cambiar el modelo económico. Ese cambio de modelo sería la causa de que hoy tengamos en México gasolinas caras —las más del mundo— y electricidad vergonzosamente subsidiada —solo échele un vistazo a su recibo, y se dará cuenta de que su energía, la paga la sociedad, a través del gobierno.
Los intelectuales e intelectualoides —algunos desean con toda su alma ser clasificados como “intelectuales de izquierda”— trafican con palabrería que rodea esquemas que promueven, entre otras cosas, el cambio del modelo económico. ¿Qué buscan? ¿Cancelar la competitividad? Esto no es posible. Pero, ¿sabe la gente en general que cancelar este sistema solo provoca que a la sociedad le vaya peor y no mejor, siendo, como en todo, los más perjudicados los que menos grandes fortunas tenemos? Por desgracia, el ciudadano medio no entiende ni remotamente de qué se trata y por qué, cuando apoya una opción para cambiar el modelo económico está firman su sentencia hacia una sociedad de mediocridad total.
En realidad, lo que se debe empujar es por que el modelo sea efectivamente uno realmente basado en la competitividad pura. Y esto empieza desde la escuela. Los mexicanos han colocado grandes cantidades de ahorro forzado (impuestos) en el tema de la Educación. ¿Qué se ha logrado? ¡Un sindicato fuerte! Y esto, ¿en qué nos beneficia? ¡En nada! Esto es lo que nos ha perjudicado, lo que ha hecho que esos esfuerzos pagados con los ahorros de los mexicanos, no se hayan convertido en un exitoso sistema educativo, que esté hoy formando ciudadanos de primera clase.
Basta con entrar a un foro público en Internet para darse cuenta de la penosa calidad de redacción y ortográfica que tiene la generalidad de nuestro pueblo. ¿Qué ha pasado? ¿Son los que participan en estos foros, en algunas forma, los que fueron peores como estudiantes de lengua española? Escribir correctamente no es algo que, para hacerse, deba llevar muchas vueltas de corrección. ¡Para nada! Para escribir con claridad, solo hay que pensar con claridad. Pero no se puede pensar así, con claridad, si la información que uno ha recibido en la escuela fue oscura, tergiversada y propagada por maestros con poco interés en generar gente capaz y altamente competitiva.
El modelo es el que todos necesitamos hoy: el de la libre competencia. Pero para que este modelo funcione, la sociedad tiene que estar alerta de varias cosas:
No es el modelo lo que hay que cambiar, sino la convicción de que el modelo es el correcto, pero no estamos formando gente para el modelo. En otras palabras, el asunto es totalmente al revés.