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La infidelidad es una fuente de ingresos nada despreciable. La agencia Ashley Madison comenzó su andadura en Canadá hace un década. Según la empresa, cuenta con más de diez millones de miembros en todo el mundo y facturará 38 millones de euros este año (en España, tras un año de funcionamiento, ha logrado 350,000 miembros, el 64% hombres y el 36% mujeres, que permitirán unos ingresos estimados de cuatro millones de euros).
"Mi previsión", indica su fundador, el canadiense Noel Biderman, "es que podremos alcanzar los veinte o veinticinco millones de miembros a finales de 2012". Primera matización importante: cualquiera dispuesto a pagar puede ingresar. No hay requisitos previos, por lo que sería erróneo catalogar de infieles a todos sus miembros. En cualquier caso, a Biderman se le ha acusado de fomentar la infidelidad. Se defiende argumentando que siempre ha estado ahí: no se convence a una persona a que sea infiel mediante una publicidad, aunque su empresa haya llegado a anunciarse con fotos del presidente Clinton, el príncipe Carlos de Inglaterra, y el rey Juan Carlos, con el lema de que lo que tenían en común era que "deberían haber usado sus servicios".
Anuncio de la agencia Ashley Madison que se puso en La Gran Vía, en Madrid, pero fue retirado en dos horas para evitar problemas.
"Uno no va a poner en riesgo su relación, su matrimonio o sus hijos por un anuncio. Tomas la decisión (de tener una aventura) porque tu vida no funciona". Biderman cree que la oportunidad y la infidelidad se rozan. Hace cuarenta años, una mujer norteamericana corría muchos riesgos si quería tener una aventura en su pueblo, donde todo el mundo se conocía. Ahora, basta con pulsar unas cuantas teclas para facilitar la aventura mediante una plataforma de Internet, sin poner en riesgo el matrimonio o el puesto de trabajo. "Nadie es inmune para comportarse potencialmente de una manera infiel". Admite que la red puede estar detrás del aumento de la infidelidad, pero señala que, paralelamente, en la cultura de los países occidentales, los divorcios crecen en número. El matrimonio está en crisis. Los engaños se multiplican.
Biderman lo llama la tormenta perfecta para la infidelidad. "No voy a decir que el matrimonio se ha colapsado, pero tenemos ahora mucha menos fe en él. Si hace cuarenta años la tentación se hubiera cruzado en nuestro camino, pensabas: estoy casado, no puedo hacerlo. Ahora, si se vuelve a cruzar, crees que hay bastantes probabilidades de que tu matrimonio no vaya a funcionar, así que es mejor disfrutar ahora y pensar en las repercusiones más tarde. Es un cambio que se ha producido en la mayoría de nosotros".
Raquel75 es el apodo bajo el que se oculta la identidad de una mujer de 36 años, morena y ojos oscuros, extrovertida y amable, que vive en Madrid, cuyo perfil aparece en la agencia de contactos Ashley Madison, especializada en ofrecer a sus miembros, casados o comprometidos, la posibilidad de una aventura. Ella estuvo casada durante diez años, después de un noviazgo que describe como "clásico" con el primer chico del que se enamoró. Relata a El País Semanal que tuvo un episodio breve de infidelidad sexual que ocultó antes de contraer matrimonio. "No dije nada por temor a perder a mi pareja". Posteriormente, antes de la separación, ella estableció relaciones con hombres casados. "Oculté la infidelidad porque pensé que de nada serviría contarlo. Con ello haría que mi marido perdiese la confianza en mí y que la situación se volviera más insostenible". Dice que su percepción sobre las emociones y el sexo ha cambiado. "Antes pensaba que buscaba en un hombre el aspecto más sentimental, pero hoy por hoy, me interesa más el sexo". Y manifiesta que, en algunos casos, una infidelidad puede reforzar los lazos de una pareja. "Algunos hombres me han dicho que mi relación con ellos les ha servido para afianzar su matrimonio. A veces una infidelidad hace que te des cuenta de lo que tienes en tu casa y que no quieres perderlo". También afirma que "hay personas que quieren a su pareja, pero son infieles porque necesitan otra cosa. La aventura no les cambia ni para bien ni para mal".
Las mosuo eligen qué, quién, cuándo, dónde y cómo.
Un lugar donde la infidelidad no existe Aquí la agencia Ashley Madison fracasaría: en las montañas alrededor del lago Lugu, al suroeste de China, viven desde hace unos dos mil años una etnia de 40,000 personas, los mosuo, que no practican el matrimonio. Las familias están dominadas por las mujeres y sus hijos, que viven sin ninguna preocupación sobre quiénes son sus padres biológicos. Las madres adoptan a otros niños y ocupan el espacio de los hombres. "La mujer puede tener los amantes que quiera, muchos o pocos, sin que sea estigmatizada, ya que todos los hijos pertenecen a la comunidad, y los que adoptan adquieren el nombre de la línea maternal", detalla a El País Semanal la antropóloga social Judith Stacey, de la Universidad de Nueva York.
Las mujeres mosuo, que visten tradicionalmente hermosos quimonos de seda con sombreros de los que cuelgan collares, dejan perplejos a los occidentales, según recoge Stacey en su libro Unhicthed (traducido como Desenganchado, New York University Press). El sexo y la familia están separados por una barrera estricta. A los 13 años, las chicas reciben en una ceremonia de iniciación lo que en el dialecto mosuo se llama "cámara de flor", un dormitorio donde ellas pueden invitar, recibir o rechazar a los amantes. Los chicos tienen su ceremonial, aunque no reciben ninguna cama, sino la bendición para que puedan establecer sus propias relaciones, o practicar el tisese: elegir a cualquier mujer, tener varias amantes y visitar su cámara de las flores siempre que ellas lo permitan.
El sexo nocturno es un asunto privado. Durante el día, los hombres trabajarán, comerán y colaborarán con las familias que hayan ayudado a crear si así lo desean. La flexibilidad es absoluta. "También hay parejas exclusivamente monógamas, y los hombres pueden formar sus propias familias aparte. Es un ecosistema sexual igualitario", dice Stacey.
Esta investigadora supo de la existencia de los mosuo en 1995 y 12 años después estudió su sistema familiar. Los precedentes aireados en televisiones como la ABC o programas como Lonely planet hablaban de una sociedad promiscua donde los hombres eran poco menos que sirvientes sexuales y donde se animaba a las mujeres a tener amantes. En vez de ello, Stacey encontró familias donde sus miembros eran básicamente felices y convivían en armonía en una sociedad sin padres, papel comúnmente ocupado por tíos y hermanos. Los mosuo se enfadan cuando se les tacha de promiscuos por la industria turística y el Gobierno chino, que ha perseguido su modo de vida. Su maltrecha fama ha atraído el turismo local a esta bellísima región cerca del Tíbet, entre las provincias de Yunnan y Sichuan, y lo que es mucho peor, al turismo sexual: las prostitutas, venidas desde otras regiones de China, se visten con los trajes locales para recibir a los clientes. El daño traído por los prejuicios culturales puede ser a veces tan destructivo como las armas. Como explica Stacey, los mosuo no conciben el matrimonio. Y eso no tiene por qué ser malo o terrible. "La fidelidad o la infidelidad no existen. Tampoco el divorcio, la soltería, ni el hecho de quedarse viudo".