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BRASIL.-Los ashaninkas son una de las tribus más pobladas de Sudamérica. Su hogar ocupa una amplia región que va desde el alto río Juruá, en Brasil, hasta la línea divisoria de aguas de los Andes peruanos.
Durante más de un siglo, sin embargo, colonos, caucheros, madereros, empresas petroleras y las guerrillas maoístas han invadido sus tierras.
Se piensa que los ashaninkas, tradicionalmente semi-nómadas, vivieron durante miles de años en la selva central de Perú.
A finales del siglo XIX, algunos cruzaron la frontera hacia Brasil, después de que Perú concediera enormes extensiones de selva a empresas extranjeras para la extracción de caucho y el cultivo de plantaciones de café.
Los ashaninkas decoran sus rostros con pintura todos los días, con diseños que reflejan su estado de ánimo. La pintura que utilizan, creada a partir de semillas de la planta del urucum, destaca por su color rojo intenso. Los hombres cuidan su aspecto tanto como las mujeres.
Como resultado, miles de ashaninkas fueron desplazados de sus hogares. "La vulcanización del látex y la consecuente fiebre del caucho que estalló en esta zona de la Amazonia aniquilaron al 90% de la población indígena en una terrible oleada de esclavización, enfermedad y brutalidad", dice Stephen Corry, director de Survival International.
En Brasil se salvaron de los horrores que vivieron los de Perú durante las décadas de los años 80 y 90, cuando miles de ellos se vieron en medio del conflicto protagonizado por el grupo maoísta Sendero Luminoso. Decenas de comunidades ashaninkas desaparecieron entonces.
"Nuestra historia es una de constantes abusos: fuimos esclavizados durante el boom del caucho, forzosamente expulsados de nuestros territorios y objeto de crueles atrocidades durante la guerra civil que ha asolado nuestro territorio desde 1980".
Las comunidades comparten modos de vida, lengua y creencias. Como muchas otras tribus amazónicas, sus vidas tienen una profunda conexión con sus selvas, su hogar desde tiempos ancestrales.
Indígenas cruzan el río en canoa.
Dedican buena parte de su tiempo a cazar en el bosque. También cultivan boniato, patatas dulces, calabazas... Las comunidades migran periódicamente a diferentes zonas para permitir que el bosque se regenere. "Esta forma de cultivar es buena para la selva, porque así es como la selva es", dice un hombre ashaninka.
Los niños aprenden pronto a cazar y a pescar para ser autosuficientes. En el estado de Acre, sin embargo, la tala ilegal de árboles de caoba y cedro en los años 80 diezmó la selva, hogar ancestral de los ashaninkas. Ellos recuerdan este periodo como 'La era de la tala'.
En 2011, quince comunidades ashaninkas de Perú y Brasil se unieron para investigar las actividades ilegales de los madereros en el territorio de este pueblo indígena, que está protegido por la ley. En un viaje de cinco días encontraron gran cantidad de evidencias que demostraban que los madereros eran activos en esa zona.
Muchos indígenas murieron por su exposición a enfermedades frente a las que no tenían inmunidad, tras el contacto con foráneos.
Tras el primer contacto, es común que más del 50% de una tribu muera. Cuantas más tierras sean ocupadas por madereros, mayor será el peligro de que su conocimiento ancestral desaparezca.
En 2003, a los ashaninkas del valle del río Ene, en Perú, se les garantizaron derechos sobre una reserva comunal que ocupaba una porción de sus tierras ancestrales, y que adoptó la forma del Parque Nacional de Otishi.
En junio de 2010, sin embargo, los Gobiernos de Brasil y Perú firmaron un acuerdo energético por el que se permitía a empresas brasileñas construir una serie de grandes presas en la Amazonia brasileña, peruana y boliviana.
La presa de Pakitzapango, que se planea construir en el corazón del valle del Ene de Perú, podría desplazar a unos 10,000 ashaninkas.
"El río Ene es el alma de nuestros territorios: alimenta nuestros bosques, animales, plantas, semillas, y lo más importante: a nuestros hijos". A los ashaninkas no se los consultó inicialmente sobre la presa. Esto contraviene la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que determina que ningún proyecto de desarrollo se puede llevar a cabo en sus tierras sin su "consentimiento previo, libre e informado".
Vista aérea del valle del río Ene, parte de la tierra ancestral de los ashaninkas, en Perú.
Según cuenta una leyenda ashaninka, el sagrado cañón de Pakitzapango fue una vez el hogar de un águila gigante que estaba construyendo un enorme muro de piedras a través del río Ene, con la intención de secuestrar a la tribu. Esta fábula todavía podría ser profética: los planes actuales para la presa incluyen un muro de 165 metros que se alzará a través del valle.
Actualmente, el proyecto de la presa se encuentra paralizado. La suya sigue siendo una historia de resistencia, y a pesar de su sufrimiento, esta reciente victoria demuestra que los ashaninkas todavía se encuentran oponiendo resistencia a muchas fuerzas externas que siguen amenazándolos. [Galerías de Survival International para ELMUNDO.es. Fotografías de Mike Goldwater y Angela Cumberbirch.]