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Kim Chapiron es un director francés que en años recientes ha logrado consolidar un prestigio a nivel internacional. Esta semana se estrenó la cinta "Gritos de rabia" (Dog pound) primera realización de Chapiron con carácter industrial —todo lo que había hecho antes pertenece al cine independiente— y hablada totalmente en inglés. Lo contrario que le ocurre a muchos grandes cineastas —como Florian Henckel-Donnersmarck— que terminan haciendo películas mediocres al trabajar en el mainstream, Kim demuestra con "Gritos de rabia" su perfecto dominio de la cámara y una voluntad de contar historias con contenido político y social.
La trama gira en torno a 3 adolescentes que terminan en una cárcel para menores por diferentes motivos. "Angel", de 15 años, acusado de asalto y robo de autos; "Davis", de 16, enfrenta cargos mucho más pesados como posesión de narcóticos, y "Butch", de 17 cometió un asesinato. Es interesante ver como Chapiron nos plantea que estos tres personajes tienen la posibilidad de reintegrarse socialmente, son chicos que pueden ser salvados. Entonces comienza el verdadero drama.
Enola Vale es un Centro Correccional en Montana lleno de violencia, frustraciones, corrupción, droga y burocratismo. Las vidas de Ángel, Davis y Butch se transforman radicalmente para poder sobrevivir en ese ambiente hostil en el que se pretende "rehabilitarlos".
El director pone a discusión la ineficacia de las llamadas Correccionales. Manifiesta que el desinterés de las personas que en ellas trabajan, la falta de planeación y estrategias útiles termina empeorando la situación de los chicos que entran allí. Los jóvenes son tratados como perros callejeros —de allí el título original de la cinta— y la espiral de violencia y abusos termina transformando a adolescentes desubicados en delincuentes agresivos.
El tratamiento formal de "Gritos de rabia" logra acentuar en el espectador un carácter de verismo que le lleva a comprometerse emocionalmente con los protagonistas. El uso de la cámara en mano, transiciones en corte directo y tomas cerradas da un toque documentalista que catapulta el drama mostrado. Kim Chapiron parece inspirado en movimientos como el Free Cinema Inglés y por supuesto la Nouvelle Vague, aderezado con un estilo de violencia descarnada influido por Takeshi Kitano.
La música es una selección de canciones de guitarra con estilo sureño que funciona perfecto con el espacio geográfico de la historia —Montana— y el ambiente depresivo y melancólico del filme.
"Gritos de rabia" muestra un microcosmos multicultural y multirracial intoxicado de violencia, indiferencia, corrupción y muerte. Todos los personajes terminan siendo víctimas de un sistema podrido e inservible. Los guardias también son objetos de abusos por parte de sus superiores y desquitan su frustración laboral y familiar en contra de los internos. Lo que pudo convertirse fácilmente en un melodrama se equilibra con personajes complejos, todos son víctimas pero también verdugos.
En esta tónica resulta memorable la escena donde la psicóloga del Centro intenta realizar una terapia grupal para controlar la ira; el desinterés de la doctora y lo inadecuado de su dinámica provoca que la terapia termine en un estallido de golpes y sillazos.
En el aspecto interpretativo, sus tres protagonistas Adam Butcher, Shane Kippel y Mateo Morales consiguen trabajos formidables. Butcher es capaz de manifestar una furia contenida a través de una mirada. Kippel logra expresar la disyuntiva de un personaje que se debate entre aferrarse emocionalmente a su niñez o ceder a la decadencia del ambiente que le rodea. Y por último Mateo Morales síntesis de la inocencia trastocada.
Premiada en Tribeca, Dog pound es un filme apabullante que busca generar indignación ante un tema social y digno de preocupación. Si bien la historia tiene un carácter desesperanzador, la manera tan impecable en que Kim Chapiron logra narrarla nos provoca anhelos y esperanzas en la cinematografía venidera.
Lo mejor: su estilo formal, la música y las actuaciones.
Lo peor: que su exhibición comercial haya sido tan limitada.