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Los cinturones de castidad, que se remontan al imaginario de la cultura caballeresca medieval, y que servían al caballero que se alejaba por cruentas batallas, largos peregrinajes o cruzadas para estar seguro de la fidelidad de su consorte, tienen más de mito que de realidad.
En la Academia de Hungría, situada en el Palazzo Falconieri de Roma, se exponen estos días reproducciones de todos los tipos de cinturones de castidad bajo el título "La historia misteriosa de los cinturones de castidad. Mito y realidad".
“Más mito que realidad porque las investigaciones históricas ya han demostrado que la historia de los cruzados y caballeros que habrían garantizado la integridad de sus mujeres gracias a un instrumento de tortura y sado-fetichismo ha sido en realidad, una gran mentira”, dijo a Efe Sebestyen Terdik, uno de los comisarios de la muestra.
Observando de cerca de los cinturones de castidad resulta imposible imaginar a una mujer embutida en semejantes artilugios de metal pesados, duros y cortantes, algunos con agujeros estratégicamente colocados y otros sin ellos, cerrados con enormes candados, con los que ni siquiera podría caminar libremente, ni mucho menos sentarse.
Además, según Terdik, los metales producirían sin lugar a dudas y con el pasar de los días terribles heridas y profundas lesiones a la epidermis con infecciones vaginales o anales tendentes a agravarse hasta provocar septicemias, en momentos de la historia que resultaría imposible curarlas.
Algunos estudiosos ingleses y americanos, como James Brundage, historiador de la sexualidad medieval, Felicity Riddy y Albrecht Classen y también el organizador de la muestra el húngaro Benedek Varga, director del Archivo y del Museo de Medicina de Budapest, ya expresaron sus dudas sobre la veracidad de estos objetos.
Algunos de estos cinturones se expusieron en grandes museos, como el British Museum que desde 1846 exhibía un original y acabó por retirarlo por considerarlo un falso histórico.
El cinturón de castidad nace en la expresión latina del lenguaje teológico occidental en el siglo VI como símbolo religioso ligado al concepto de la conservación de pureza. Solo mil años después, en los siglos XV y XVI aparece en la lenguas europas también en el ámbito semántico de moralidad, virginidad, castidad y pureza, explica Terdik.
Las dudas de su uso real se apoyan también en el hecho de que entre los siglos XIV y XVI no se encuentra ninguna alusión a los mismos en la sátira erótica de Bocaccio, Bardello o incluso de Rabelais, que trataron la sexualidad de la gente común, los celos y las artimañas para engañar a cónyuges y a amantes.
En 1548 aparece sin embargo, un cinturón de castidad en el catálogo del arsenal de la República de Venecia, que pertenecía Francisco II «El Joven», tercer señor de Padua, quien tras enfrentarse en guerra con la República Serenísima, fue conducido a Venecia y estrangulado en la celda junto a su hijo en 1405.
Según los investigadores, Venecia creó una leyenda denigratoria sobre Francisco II por utilizar para su mujer y para sus innumerables amantes cinturones de castidad, “un instrumento de tortura”, y por tanto era “un señor sádico perverso y tirano” que legitimaba moralmente a Venecia a incorporarse Padua y a justificar el horrible crimen.
El hecho de que Venecia definiera a su víctima como un “torturador” significa que el cinturón no era, desde luego, socialmente aceptado, comentó Terdik.
El cinturón de castidad reaparece en las obras satíricas y en las artes figurativas de los siglos XVI a XVII para demostrar la estupidez del hombre que le impone el cinturón a la mujer, mientras ella entrega las llaves a un varón joven, una escena repetida que entraña una moraleja: “A la mujer no se la puede tener encerrada”.
En el siglo XVIII Voltaire usa el concepto de castidad como la estulticia del hombre y 30 años después uno de los padres de la Ilustración, Diderot, lo presenta como el símbolo de la oscuridad en el Medievo. Después, nadie lo discute.
Es en el siglo XIX cuando los cinturones, más refinados, pequeños y ligeros, son usados por algunas mujeres de Inglaterra y Francia para evitar la violencia carnal y como garantía de fidelidad, además de ser impuestos también a adolescentes de la clase media para evitar las masturbaciones nocturnas que, se creía, podían comportar enfermedades físicas y mentales.
Las funciones represoras que la Ilustración atribuía a la Edad Media entran sin embargo en la práctica en el siglo XIX.